Mi corazón debe estar orgulloso al saber que sentimos, amamos, nos dejamos amar y cumplimos nuestros sueños.
Isabella.
Llorar nos ayuda cuando ya nuestro cuerpo no puede soportar más.
Miro a las personas que entran y salen del hospital. Estoy sentada en uno de los sillones de espera que hay en la entrada. No quise quedarme en mi habitación porque ya me sabía qué había en ella de memoria, incluso he cambiado de lugar las fotografías para que no se vuelva algo agobiador para mí. Pero ya no encuentro en dónde más colocarlas.
—Las enfermeras están locas buscándote.
Jake no vio cuando le sonreí porque traigo puesto un barbijo. Al menos con esta cosa en la cara se demorarían más en encontrarme. Él se sienta a mi lado y pasa un brazo por mis hombros mientras yo recuesto mi cabeza en uno de los suyos.
—No me gusta esto, Jake, hay mucho silencio.
Otra vez mi cuerpo ya no lo soporta más y deja que las lágrimas hagan su trabajo. Extraño a los chicos, mis amigos.
Una mañana quise ir a visitar Emma, pero ella no estaba en su habitación. Tuve un mal presentimiento cuando no la vi allí y fui rápidamente hasta la habitación de Cameron.
Fue como si alguien no me dejara respirar cuando llegué y en el pasillo vi a los padres de ambos llorando y gritando sus nombres.
Murieron juntos, por lo que entendí, con unos cuantos minutos de diferencia. Supongo que ninguno de los dos se creía capaz de estar sin el otro. O solo ya era el momento de ellos.
Sea como sea, ahora solo quedó silencio. Todo tan quieto, como si estas dos semanas sin ellos fuera como una pausa.
Jake me ayuda a levantarme como lo ha estado haciendo todo este tiempo. Me sostuve de él y espero que él también de mí. No soy la única que ha pasado de estar en un viaje cumpliendo sus sueños, a estar aquí y ver cómo murieron nuestros amigos.
Kevin nos localiza cuando estamos por llegar al ascensor y nos espera con un enfermero con dos sillas de rueda. Nos sentamos en ellas y cuando las puertas del ascensor se abren nos separamos, Kevin llevándome a mí y el enfermero a Jake, me sonríe y puedo ver sus hoyuelos, esos que tanto me gustaron y me derretían cada vez que sonríe. Yo me despido de él con la mano.
—Casi llamamos a los guardias por tu culpa — dice Kevin mientras arrastra la silla.
—Es una linda forma de traer acción a sus vidas.
Entramos a mi habitación y me ayuda a que me recueste sobre la cama. Conecta de nuevo todo en mis brazos, viendo los lugres donde se les hace más fácil colocarlas porque en varios sectores tengo moretones.
Me doy cuenta que todo lo hace de una forma metódica, ya acostumbrado a toda esta rutina.
—¿Cuándo te acostumbraste a ver tus pacientes morir? — mi pregunta sale sola, ni siquiera yo me tomé tiempo de pensar. Creí que no me respondería, pero suspira y acerca una silla para quedar al lado de la cama.
—Le lloré a mi primer paciente. Tenía doce años cuando falleció, cáncer de huesos. Era difícil tratarlo, pero con el tiempo pude ganar su confianza. Tenía esperanzas, él creía que podía salir adelante y yo quería que así fuera...
—Pero no fue así.
—No. Dos meses después él falleció. Nunca lo dije en voz alta, pero le prometí que todo estaría bien, me lo prometí también a mí mismo — se detiene unos segundos y mira sus manos —. Aun no me acostumbro — levanta su mirada y me mira —, llego a conocer, en algunos casos, muy a fondo a mis pacientes y verlos partir no es fácil, pero comprendes que hay cosas que son inevitables, como médico debo comprender que es algo de la vida. Sin embargo, no quiere decir que no sea un golpe fuerte verlos morir.
Kevin hizo un gran esfuerzo. Desde que me diagnosticó ha estado a mi lado, dándome con alegría las buenas noticias y enfrentando conmigo las malas.
—Eres un excelente médico, Kevin.
Él sonríe y me da un apretón en el hombro. Se para y antes de abrir la puerta entran mis padres, se saludan y Kevin se retira.
—¿Vienes de trabajar? — le pregunto a papá ya que trae puesto el uniforme de su trabajo.
—Adivinaste.
—Nos encontramos en la entrada — habla mamá.
—¿Y Sam? — pregunto.
—Con tu abuela.
—¿Cómo está mi hija? — papá besa mi frente.
—Bien.
—Con tu <<bien>> me deprimo hasta yo — sonrío divertida y él mira satisfecho que lo logró.
—Me encontré a los padres de Ivy — comenta mamá-. Dicen que están yendo con Mandy, al grupo que es para los padres.
Es una buena forma de afrontar lo que viene y no estar solos, pienso.
—¿Ustedes irán?
—Aun estás viva, Isa.
—Pero cuando muera, ¿irán? -—quiero que busquen ayuda, saber que no se quedarán estancados.
—Iremos — papá me tranquiliza.
—¿Por qué estamos hablando de eso? No sabemos qué va a pasar...
—Mamá...
—Te puedes mejorar y curarte, te pueden dar de alta...
—Mamá...
—No hay que decir que morirás porque no va...
—Mamá — por fin me mira y en sus mejillas ya hay rastro de lágrimas —. Hay cosas que son inevitables.
Llaga hasta a mí y me abraza. Papá se une a nosotras y ahora estoy en medio de ellos dos.
—Los quiero.
—Y nosotros a ti — dice él.
—¿Irán al grupo? — pregunto ansiosa.
—Sí — la voz de mamá me calma.
—¿Lo prometes?
—Lo prometo.
...
Mi vista viaja de la venta hacia la hoja que tengo en manos. Creo que esperando a que la noche me de las palabras para escribirlas.
¿Qué puedo escribir? Un poema, quizá. Tal vez una frase.
Miro otra vez hacia la ventana buscando una respuesta, pero solo veo la luna allí, ¿escribo sobre la luna? No creo que las personas que vienen aquí quieran leer sobre la luna, es bonita, sí, pero...
¡Ya se!
Tomo una lapicera y comienzo a escribir. No paro incluso si el sueño me está ganando, no me detengo hasta que escribo la última palabra, la última letra.