Cupidalentín (libro 3)

III

De camino a la entrevista, Betty no puede evitar sentirse inquieta. Danilo le mencionó por teléfono que el puesto es en el área de servicio al cliente, y eso la preocupa. Nunca ha sido particularmente carismática ni se ha destacado por sus habilidades sociales. ¿Y si no está a la altura? A medida que se acerca al restaurante, la incertidumbre se instala en su pecho con más fuerza. Llega quince minutos antes de la hora acordada, pero en lugar de sentirse aliviada por su puntualidad, la duda sigue persiguiéndola

Se detiene frente a la entrada y observa la enigmática fachada. Los vidrios oscuros reflejan la calle como un espejo, impidiendo ver qué sucede en el interior. No hay música ni el bullicio típico de los restaurantes concurridos, solo un silencio que la hace sentirse aún más pequeña frente a esas puertas cerradas. Sobre la entrada, un letrero en dorado reluce con elegancia, mostrando un nombre que le resulta desconocido, escrito en una caligrafía refinada que parece pertenecer a otra época.

A su alrededor, la zona es tranquila, con calles limpias y aceras bien cuidadas. Los edificios cercanos tienen una arquitectura clásica, con balcones de hierro forjado y faroles antiguos que, aunque apagados ahora, seguramente iluminan con calidez al caer la noche. A pesar de lo sofisticado del entorno, Betty siente una leve opresión en el pecho.

Mira su reflejo en los vidrios oscuros, toma aire y, con un último ajuste a su ropa, se arma de valor para entrar.

Apenas cruza la puerta, Betty se encuentra en una primera sala que más que un restaurante parece un recibidor, una especie de cafetería pequeña con un ambiente íntimo. La iluminación es tenue, proporcionada por lámparas colgantes de diseño antiguo que emiten un brillo cálido sobre las mesas de madera oscura. El aire está impregnado con el aroma del café recién hecho y un leve toque de especias, como si en algún rincón alguien hubiese estado moliendo canela o cardamomo.

El lugar está prácticamente vacío, salvo por un único hombre: Danilo Camacho. Es justo como se describió por teléfono: alto y delgado, con el cabello oscuro cuyas puntas son rubias y un bigote negro al estilo francés. Está sentado en una mesa junto a la ventana, moviendo la cuchara en su taza de café con un aire despreocupado. Su postura es relajada, como si no tuviera ninguna prisa.

Cuando Betty avanza, el suelo de madera cruje levemente bajo sus pies. Danilo alza la vista en cuanto la nota acercarse y sonríe de inmediato. Con un gesto cordial, le indica que tome asiento frente a él.

Antes de entrar en materia, Danilo se toma unos minutos para hacer que la conversación fluya con naturalidad. Pregunta cómo ha estado, asegurándole que necesita conocerla mejor antes de hablar del trabajo. Luego, se presenta formalmente como el jefe de Servicios y Cumplimiento del restaurante, un puesto que, según explica, lo hace responsable de evaluar a los nuevos empleados y asegurarse de que cumplan con los estándares del negocio.

A medida que la charla avanza, inicia el protocolo de obtención de información personal. Sin rodeos, le pregunta sobre su residencia, con cuantos familiares vive, el año escolar que cursa y su edad. Betty responde sin pensarlo demasiado; después de todo, ese tipo de datos son comunes en cualquier entrevista de trabajo.

Una vez satisfecho con las respuestas, Danilo se acomoda en su silla y pasa a la parte central de la reunión.

—Bueno, Betty... Quería explicarte en persona de qué trata el trabajo. Buscamos chicas para servicio al cliente. Como ya te habrás dado cuenta, más que un restaurante, este es un club VIP, con clientes muy especiales. Personas de alta sociedad, exigentes, que esperan una atención excelente. La parte más exclusiva del restaurante está al cruzar la puerta doble de allá —dice, señalando la robusta puerta que está en el centro del recibidor—. Una vez entres, descubrirás la zona más privada, donde muchos famosos vienen a relajarse y disfrutar de su tiempo lejos de las cámaras.

Hace una pausa, dejando que las palabras calen en Betty. Ella asiente con la cabeza, esperando más detalles.

—La buena presencia es esencial —continúa Danilo—. No basta con ser amable, también es importante proyectar una imagen impecable.

Betty frunce levemente el ceño.

—¿A qué se refiere con buena presencia?

Él sonríe con calma y apoya los codos sobre la mesa.

—A que debemos asegurarnos de que luzcas radiante. Por eso, antes de comenzar, necesitarás pasar por un salón de belleza y una estética. Hay ciertos detalles que pueden mejorar: el cabello, la piel, incluso un par de retoques para resaltar tu belleza natural.

Betty se cruza de brazos, incómoda.

—Disculpe, pero yo no tengo dinero para eso.

Danilo se echa a reír, como si la respuesta le divirtiera.

—No te preocupes por eso. Por ahora, tu empleador cubre los gastos. Luego, cuando empieces a trabajar, lo irás pagando poco a poco, sin intereses. Ni lo notarás —dice Danilo con voz tranquila, mientras deja la cuchara sobre el platillo de su taza.

Betty asiente, aunque algo en su tono la hace mantenerse alerta. Danilo continúa:

—Hay algo importante que debes saber. Anteriormente, muchas chicas se han aprovechado de esta oferta de trabajo. Se hacen los cambios de look, se ven hermosas, y luego jamás se presentan a trabajar. Eso nos ha llevado a tomar precauciones.

La expresión de Betty se mantiene neutra, aunque por dentro siente un ligero escalofrío.

—¿Qué tipo de precauciones? —pregunta, fingiendo desinterés.

—Nada fuera de lo común. Lo mismo que haría cualquier banco o financiera al otorgar un préstamo —explica Danilo—. Pedimos la dirección exacta de la vivienda y algunas referencias personales. Solo para asegurarnos de que realmente estás interesada en el trabajo y comprometidas a pagar su deuda.

Betty duda un segundo, pero sabe que no tiene razones para negarse. Al fin y al cabo, no piensa desaparecer ni aprovecharse del préstamo.



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En el texto hay: asesinatos, estudiantes, violencia

Editado: 19.02.2025

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