Cupidalentín (libro 3)

IV

Cuando Betty atraviesa la puerta doble del recibidor, lo que encuentra al otro lado la deja helada. El lugar es amplio, iluminado con luces bajas y teñido de un aire de exclusividad inquietante. Sofás de cuero rodean pequeñas mesas de cristal, donde hombres de traje fuman puros y beben whisky mientras jóvenes mujeres, vestidas con atuendos ajustados, les hacen compañía. Música suave llena el ambiente, pero no es suficiente para calmar la sensación de peligro que se instala en su pecho.

Danilo, de pie a su lado, escanea la sala con la mirada hasta que fija su atención en una de las chicas. Con un gesto de la mano, la llama. Se trata de una mujer que, a diferencia de las demás, parece ser la de mayor edad en el lugar. Su expresión es serena, pero su presencia impone respeto.

—Te presento a Julia —dice Danilo con naturalidad—. Es tu encargada.

Julia recorre a Betty con la mirada de arriba abajo, sin disimulo, y deja escapar una sonrisa ladeada antes de soltar con frialdad:

—No está mal…, aunque tus proporciones podrían mejorar.

Betty se aferra a su bolso con ambas manos. Su garganta se seca antes de poder formular la única pregunta que martillea en su mente.

—¿Qué se hace aquí?

Danilo le lanza una mirada entre divertida y exasperada.

—Ya te lo expliqué en la entrevista. Atenderás a los clientes.

—No…, no lo entiendo del todo —admite Betty, sintiendo el pánico crecer en su interior.

Danilo suspira con paciencia forzada y le da una palmada en el hombro antes de dar un paso atrás.

—Julia responderá todas tus dudas.

Sin más, Danilo se aleja y la deja a solas con la mujer. Julia le indica que la siga y la conduce hacia una mesa en una esquina apartada del club, lejos del bullicio.

—Escucha, aquí las chicas simplemente hacen compañía a los clientes —empieza a explicar con voz suave, aunque firme—. Les hablan, los hacen sentir bien, les sirven lo que pidan y los complacen.

Betty siente que su estómago se revuelve. Su mirada recorre el club, observando nuevamente a las chicas y a los hombres que las rodean.

—Pero… aquí todas parecen menores de edad —susurra.

Julia le sonríe, aunque sus ojos no reflejan simpatía.

—Todas tienen más de quince años —responde sin inmutarse.

El corazón de Betty da un vuelco.

—¡Pero eso no es legal!

Julia se encoge de hombros.

—Lo ilegal es lo que más paga. Por eso podemos ofrecer salarios tan jugosos.

Betty se pone de pie de inmediato, con el corazón latiéndole en los oídos.

—No puedo trabajar aquí. Renuncio.

Julia no parece sorprendida. Se reclina en la silla y entrelaza las manos sobre la mesa.

—Eres libre de irte —dice con calma—, pero recuerda que tienes una deuda con el restaurante.

Betty aprieta los labios. Había olvidado ese detalle.

—Encontraré la manera de pagarles —asegura—, pero no trabajando aquí.

Julia asiente con un gesto condescendiente.

—Eso es asunto tuyo. Por ahora, nadie te obliga a quedarte, pero en dos días los hombres del empleador irán a tu casa para pedir el primer pago de la deuda.

Betty siente un escalofrío recorrerle la espalda.

—¿En dos días? —pregunta, con la esperanza de haber oído mal.

—Así es. Y será el veinte por ciento del total.

Betty abre los ojos como platos.

—¡¿El veinte por ciento?! Eso es demasiado dinero para tan poco tiempo.

Julia sonríe con la misma serenidad de antes.

—Es lo que dice el contrato que firmaste.

El estómago de Betty se hunde. Se maldice a sí misma por no haber leído cada palabra con detenimiento. Su pereza para la lectura acaba de meterla en un problema que no sabe cómo resolver.

Betty sale del restaurante con el corazón desbocado, sintiendo que sus piernas apenas pueden sostenerla. Ahora entiende el verdadero propósito de aquellas fotos que Leila obtuvo del maletín del profesor Rojas: no era solo una colección de fotos de colegialas, sino el primer paso para dar con aquellas chicas vulnerables que fácilmente podrían caer en la trampa y atraparlas en ese negocio sucio. Porque sí, ahora que lo analiza detenidamente, todas las chicas que aparecen en esas fotos son de bajos recursos.

El pánico y la desesperación se apoderan de ella. ¿Cómo conseguirá el veinte por ciento en dos días? Es demasiado dinero como para pedírselo a sus padres, y ni siquiera tiene la edad suficiente para solicitar un préstamo bancario. Buscar un trabajo tradicional no serviría de nada; los empleos para adolescentes pagan miserias en comparación con la cantidad absurda que debe. Su enojo no es contra Danilo, ni contra Julia, ni contra aquellos hombres que pronto irán por su dinero. Su rabia es consigo misma, por haber sido tan ingenua, por haber firmado aquel contrato sin leerlo completamente.

Al llegar a su casa, su madre la saluda desde la cocina, pero Betty ni siquiera le responde. Se encierra en el baño y se mira en el espejo. Su reflejo la atormenta. Sacude su cabello con furia, despeinándolo hasta hacerlo irreconocible. La ironía la golpea con fuerza: aquella transformación que en un principio la emocionó ahora podría costarle su dignidad. Abre la llave del grifo y se lanza agua al rostro, pero el maquillaje semipermanente apenas se difumina. Frustrada, golpea el espejo con el puño cerrado. Un leve crujido resuena en el baño, pero su reflejo sigue intacto, devolviéndole la imagen de una niña ingenua que se dejó engañar.

Los dos días siguientes pasan en un susurro de ansiedad insoportable. Y entonces, la amenaza se materializa.

Dos hombres están parados en la calle frente a su casa. Betty los observa desde la ventana y su pulso se acelera. No puede permitir que su madre se entere de la estupidez que ha cometido, así que toma una decisión apresurada. Se pone una chaqueta, respira hondo y sale al encuentro de los desconocidos.

A medida que Betty se acerca al auto, la puerta trasera se abre de golpe. Desde el interior, un hombre de presencia imponente desciende con calma, clavando en ella una mirada calculadora. Con un leve gesto de cabeza, le indica que se acerque. Betty traga saliva y obedece, sintiendo que cada paso que da la acerca a un destino incierto.



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En el texto hay: asesinatos, estudiantes, violencia

Editado: 19.02.2025

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