—Hace dos días que no llegas a dormir a casa —reclama Rebeca.
Max, en silencio, cruzó por su lado sin pronunciar palabra y se dirigió a la cocina, siendo seguido por los pasos de su novia.
Rebeca estaba iracunda, pero trataba de que su voz fuera serena y coherente, aún así su rostro no ocultaba la inmensa ira que la cabalgaba.
—Esto no puede seguir así —lo enfrentó perdiendo el timbre calmado de su voz.
Max se sirvió un vaso de agua con tanta parsimonia que la hizo perder los estribos. Parecía que a él no le importaba nada, ¿era a caso un crío? Pensó furiosa, ¿por qué se comportaba como tal? Y eso, eso la tenía harta.
—No hay comida en esta casa tengo más de dos semanas buscando trabajo y tú llegas así como si nada —explotó—. Ni siquiera parece importarte si tu hija esta bien.
Max suspiró exasperado estaba acostumbrado a este tipo de escenas, pero hoy simplemente quería no escucharla.
—Ahí tienes mujer —sopesó—. Compra lo que te haga falta.
Recalcó mientras dejaba un billete de un dólar sobre la pequeña mesita de la cocina. Incrédula Rebeca tomó el billete y lo siguió cuando este se dirigió hacia la salida:
—¿Pretendes que con un mísero dólar compre de comer y costeé los gastos de tu hija?
—Es lo único que he podido conseguir no tengo más — reputó con violencia.
—La niña tiene tres días sin pañales y más de una semana sin leche, por Dios, es tu hija y sabes que yo no estoy trabajando.
—¡Pues no sé! —gritó Max—. Busca trabajo, deja de estar todo el puto día viendo la estúpida televisión.
—No estoy todo el día viendo televisión, sabes que llevo más de 4 meses buscando, pero desde que se me venció la residencia nadie quiere contratarme —recalcó harta—. Dijiste que me ayudarías arreglar mi estatus y mírate, ni siquiera lo has intentado una sola vez.
—Quieres aprovecharte de mi, he —farfulló, saliendo finalmente de la cocina.
—¡No! —se apresuró a responder Rebeca—. Solo quiero recordarte el motivo por el cual se me está haciendo difícil que me contraten.
—¡Basta! —La detuvo señalándola cuando esta se proponía a seguirle hacia la habitación—. Ya te di todo lo que traía, haz lo que puedas con eso, no tengo más.
Rebeca ardía de rabia, estaba harta de aquella situación.
—¿Para qué se la quitaste a su madre si no ibas a hacerte cargo de ella? —gruñó, deteniendo sus pasos.
Max se dio media vuelta y la miró con desdén.
—Yo no se la quité, esa loca la dejó en la puerta de mi apartamento con una estúpida nota diciendo que esa niña era mía solo nos acostamos una o dos veces, ni siquiera conocía a esa mujer antes en mi vida, y mucho menos estaba listo para ser padre.
—He tenido que soportar muchas cosas —gimió Rebeca dolida—. En estos dos años he sido la madre de Maggie. Me he encariñado con ella, no te miento, pero no se me olvida que fue el resultado de una infidelidad, la cual te perdoné, y de la cual me prometiste que todo iba a cambiar, y no a sido así, ahora todo es peor porque esta ella. Maggie no tiene la culpa de tu alcoholismo e inestabilidad por eso la he cuidado, pero no es mi responsabilidad.
Aquellas palabras enfurecieron a Max al punto de la locura.
—Llevo más de tres días sin beber —se excusó—. Si cuidas de Maggie es porque tú misma has querido. Así que no te hagas la víctima. Si no te gusta como vives entonces, ¡Lárgate!
Dicho esto se encerró de un portazo en la habitación.
Rebeca tragó saliva muy a su pesar. Tomó las llaves del pequeño apartamento y alcanzó un abrigo viejo que colgaba en el perchero de la entrada antes de salir a la calle.
Estaba decidida a irse, de hecho llevaba semanas pensando en hacerlo, solo que no se atrevía, en el deseo mas profundo de su corazón ella sentía que Max podía cambiar que él solo necesitaba esforzarse, ella realmente creía que el podía llegar a ser un buen hombre, el único inconveniente de aquel anhelo era que no estaba dispuesta a sentarse a esperar que aquello ocurriese.
Con el último escalón que pisó, la recibió el frio lúgubre de la noche, en su sentir reconoció que jamás había percibido una noche tan pesada y triste. Vistió la chaqueta y se colocó la capucha mientras caminaba por la acera, pensativa. Al principio iba sin rumbo, pero de repente necesitó hablar con alguien, quería claridad mental, así que se dirigió a casa de una amiga que la había apoyado bastante en otras ocasiones.
Sorprendida Carlota abrió la puerta y la dejó pasar casi al instante, estaba acostumbrada a recibirla en aquella condición la cual reconoció con solo mirarla. Rebeca sucumbía emocionalmente abatida y destrozada en muchísimas otras ocasiones necesitada de un abrazo y Carlota se lo ofrecía. Era su mejor amiga y le estaba eternamente agradecida.
—Hace muchísimo frío —se preocupó Carlota mirando desconfiada fuera de la puerta y luego cerró echando seguro.
En otras ocasiones Max había seguido y la disputa terminaba en malos términos.
—¿Estás bien? —volvió a su lado abrazándola con cariño, mientras Rebeca asentía—. Te haré un té, necesitas entrar en calor y luego, puedes contarme que te hizo ese desgraciado esta vez.
Indignada Carlota encendió la estufa y farfulló sobre lo mucho que detestaba a Max. Rebeca le comentó lo ocurrido y lloró de impotencia sintiéndose desamparada.
Carlota echó una bolsita de manzanilla, y cuando el té estuvo, añadió las últimas dos cucharadas de azúcar que le quedaban.
Con dos tazas caliente se sentó a su lado ofreciéndole una a su amiga.
—¿Por qué no lo dejas? —zanjó Carlota llena de rabia.
—Quiero dejarlo —aseguró dando un sorbo—. Pero no tengo a donde ir y me preocupa la niña.
—No puedes seguir así —aseveró Carlota—. Ese hombre no te valora. Y ni creas que va a cambiar.
—Max es…
—No me vengas con ese cuento de que es un buen hombre y que solo necesita terapia. Amiga, los hombres no cambian. Te ha tenido con el cuento de que cambiaría mas de 3 años y dime, ¿ha cambiado?
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Editado: 21.01.2025