Cuthach

1999

 

América, 1999.

 

Sangre, es lo primero que recuerdo haber visto al llegar a este mundo ¿Será todo lo que veré mientras viva? He de sonar un tanto tétrico, mas resulta difícil no serlo cuando Hyun ha dejado la cabeza de padre en mis manos.

—Somos libres hermanito —dice mientras lame sus manos manchadas y sale en dirección al salón del trono, listo para continuar el festival sangriento desató en Palacio. Los gritos que inundan el lugar son ahogados por los de madre cuyo llanto es lo único que logro escuchar al levantar la mirada y encontrarla frente a mi. Su mirada pregunta lo mismo de siempre: por él. Tomo una pequeña bocanada de aire. Dejo con cuidado la cabeza de padre sobre el mueble a nuestra derecha mientras ella se derrumba sobre sus piernas. Ambos sentimos responsabilidad, ella por traer al mundo al demonio que se pasea por el pueblo sediento de sangre, cegado de venganza y yo…, yo siempre me he sentido responsable a pesar de ser el menor. Sin embargo, hoy todo lo que puedo sentir es empatía. Entiendo la furia con la que apaga cada vida, al igual que él, también siento la misma sed; jamás creí que sería lo único constante en nuestras vidas. 





 

Sus ojos rojos y brillantes como rubíes bajo la luz de la luna se adaptaron a la cálida penumbra. Despreocupado, procuró seguir los pasos de su hermano mayor. No requiere saber en qué dirección se ha marchado, bien podría encontrarlo en los recónditos rincones de la tierra o seguirlo hasta el infierno sin perderse. Durante los últimos tres mil quinientos años han viajado sin descanso en busca de alguien que les brinde las respuestas que tanto les urge, siempre sin éxito. 

 

—Deberíamos seguir buscando —comentó deteniendo el paso a su lado. Llevó ambas manos a los bolsillo delanteros del pantalón de vestir y, ligeramente garbado, ladeó la cabeza como quien busca insistente respuesta al más grande acertijo, precisamente la perfecta definición para la vida que vaya a saber quien, decidió otorgarles.

—Me sorprendes, Tae —Hyun permitió que media sonrisa se esparciera con benevolencia, sus ojos al igual que los de su hermano le daban la bienvenida a su vieja amiga la noche—. ¿No estás a gusto aquí? 

 

Taeyang observó lo con cuidado, examinó la sonrisa ladina que surcaba los labios del muchacho a quien estaba unido por lazos complicados de explicar. Para su propia sorpresa, disfrutaba Latinoamérica, si estaba a su disposición escoger, echando a un lado la coyuntura que los arropaba, permanecería en aquella patria lo bastante escondido para llevar una vida en paz pero no lo suficiente para privarse de la vida que ambos merecían.  

Y aunque quisieran mentirse un poco más, disfrutar del espejismo que se confundía con paz, no podrían ocultar por mucho que era aquella dulce sonrisa que alejaba un tanto los recuerdos de una vida pasada que desesperadamente intentaban olvidar. Así como temían por minuto que el mismo destino la alcanzara a ella, cuyo único error fue abrirle las puertas de su casa.  

—Es hora de irnos, Hyun.


 

Una vez más sus pasos llegaron al mismo lugar, con las manos vacías, la esperanza deshecha y ella, ansiosa por escuchar sobre la travesía de aquel par de hermanos. 

Resultaba increíble como los demonios de ambos muchachos se apaciguaban junto a Marianna, el contraste entre Hyun el degollador y el que ahora se encogía de hombros como niño desolado distaba en siglos de diferencia. En cambio, Taeyang optó por mantener la distancia, se sentía cómodo así, observando el largo cabello de la mujer, la línea fina en la que se convirtieron sus labios al recibir la noticia y los grandes ojos capaces de hablar mil palabras en absoluto silencio, tan diferente a los suyos. Suspiró. Cayó. La admiró. 

 

Estaba agradecido de encontrarla sin importar que como muchos otros indicios Marianna no haya podido ayudarlos. Si bien permanecían ciegos al por qué de su procedencia, fueron lo bastante agraciados para encontrar en ella una madre tan peculiar; más de lo que podría desear una abominación como él. Y es que Marianna se había convertido en su familia. Fue hace diez años que la encontraron, cuando ella era aún una adolescente mientras ellos iban detrás de otra pista sin resultado y ella soñaba con recorrer el mundo. Dos hombres con alma de niños, desesperados, cansados ya de la eternidad, enfurecidos al descubrir que en su lugar dieron con una nómada que si bien sostenía lazos fuertes con la magia, no era dueña del poder con el que tanto anhelaban conversar. 

 

Hartos de la misma búsqueda sin final y la promesa por parte de Marianna de ayudarles, decidieron permanecer en Ecuador más tiempo de lo acordado. Fueron, entonces, los tres años más apacibles que jamás tuvieron y vaya que deseaban liberarla de la vida que la retenía en América sin ninguna salida aparente, arrastrarla al mundo de las sombras si era necesario, darle la vida que merecía; hacer feliz a la única mortal por la que sintieron tal cosa como la empatía. 

 

—Llegaron antes —les brindó una de esas sonrisas suyas que ni mil años de sufrimiento podría borrar. Frunció los labios divertida y llevó las manos a la cintura: —Cada vez me extrañan más, ¿cierto? 

La expresión en los ojos rasgados de Taeyang iban del horror a un alivio no concretado. Mantuvo las cejas fruncidas y la sombra de pánico en la mirada. Se detuvo en seco, dejando a su hermano entrar con plena libertad a la casa donde atendía los clientes que la frecuentaban en busca de pociones y pequeñas miradas al futuro. 




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