Cuthach

Ker I Niña de la montaña

Sudamérica, 2013.

 

—Si te sale el loco ¡Listo! Te cambia toda la mesa. —Dijo Fifika con un ademán de manos para realzar su punto.

 

Ker rodó los ojos, Fiorella del otro lado de la mesa le frunció el ceño e hizo señas para que prestara atención, en respuesta Ker apoyó su cabeza en la mesa con fastidio evitando mirarlas.

 

Las cartas de tarot estaban a su lado, con puntas desgastadas y dibujos aclarados, resultado del uso más aún considerando que Fifika las leía bajo el sol en un puesto clandestino del centro, haciendo que aquellas ilustraciones de vividos colores apenas sean reconocibles ahora, su tutora afirmaba que eso no importaba ella sabía cuales eran por la energía que emanaba, Ker no lo creía pero tampoco lo contradecía. Las mujeres continuaron moviéndose por la cocina. La carta del loco sobre la mesa parecía mirar a Ker con sorna, el bufón de la anarquía parecía emanaba superioridad aun cuando su ropa ya había perdido cualquier color y solo un atisbo de boca podía distinguirse. 

 

La verdad era que ella no tenía el don, ni siquiera tenía afinidad, no veía fortuna o pobreza, amor o traiciones, solo veía pedazos de cartón viejo inertes a los que la gente le tenía demasiada fe. Su tercer ojo estaba cerrado, ni una leve abertura había en su lugar.  Pero cuando Fifika la dejaba sola en la pequeña mesa y los clientes se acercaban había algo que sí podía hacer: leer a la gente. En un pueblo donde todos se conocen, se sabe muy bien qué problemas les atormentan a cada uno, y con solo una expresión facial ya sabes que van a preguntar, aún más importante qué quieren escuchar.

 

—No creas que no sé lo que hiciste con la señora Cilia, la pobre mujer está segura de que su hijo, el mismo que desapareció hace 30 años, sigue con vida. ¡Lloraba de alegría porque la niña de las brujas pudo ver lo que otros no! ¿Crees que eso está bien, Ker?

 

Ker hizo un sonido de protesta por lo bajo. Al instante una cuchara de madera pasó al lado de su cabeza, Fifika la había lanzado antes de gritar: —¡No quieres volver a la escuela, no quieres aprender el oficio! No voy a dejar que sigas por ese camino, Ker ¡y devuélvele al señor Mario su cartera! Que en mi casa no quiero malandros ¡No creas que no te vi hacer muecas, se te va a quedar la cara así!

 

—¡Es un ladrón también! No hay mal en robarle, ladrón que roba ladrón… —Medio cantó.

—¡Ya basta con eso! —Esta vez un trapo de cocina hecho bola fue lo que tiró.

 

Fiorella miró a Ker con decepción, la mujer era muda pero eso no le impedía hacer notar su disgusto, simplemente negaba con la cabeza lentamente y Ker inmediatamente inclinaría la cabeza. 

Con un suspiro cansado Ker se levantó y salió de la casa aun cuando los gritos de Fifika podían oírse una cuadra más abajo, palabras como ladrona, mentirosa y mocosa resaltan entre un montón de improperios. Se dirigió a la plaza donde al llegar la gente la saludó, bueno, la mayoría, aquellos que asistían a la Iglesia Santa Madre se hacían la cruz cada vez que la veían cerca. Estaban convencidos de que era el mal encarnado, era un mal entendido, al menos la mayor parte.

 

La causa de tan mala fama se encontraba a lo lejos por encima de las pequeñas casas apretujadas en el cerro estaba la montaña de la diosa donde brujos, espiritistas y santeros iban a hacer sus ritos, obviamente esto inspiraba el terror en algunos, recelo en otros pero desde lejos todo parece más inofensivo, mantenían su distancia y nada más. Sin embargo, Ker había traído la montaña al pueblo o así pensaban solo porque sus tutoras la habían encontrado a pies de la montaña. En su ávida búsqueda por una historia escandalosa se habían inventado que Ker nació del vientre de una cabra sacrificada. Ella lo afirmaba cuando se lo preguntaban y empezaba a describir cómo sus entrañas estaban hechas de piel de serpiente y restos de cadáveres humanos. Siempre lo hacía en broma, pero muchos parecían no entender su humor. Debido a esto se había creado una temible reputación hasta el punto en que la escuela local había rechazado su inscripción. 

 

Al sentarse en una banca quienes estaban alrededor de la zona se alejaron, no vaya a ser que lo demoníaco se contagiara como la gripe. Un grupo de chicos la miraban y reían a la distancia. Uno de ellos se acercó mirándola con la barbilla hacia el cielo. Lo había visto antes, pero no recordaba su nombre. Su madre era una cliente habitual de Fifika.

 

— Tú vives con las brujas ¿verdad? ¿Ya han intentado usarte como sacrificio humano? — Comenzó confiado el joven entre risas.

 

Ker lo ignoró.

 

—Mira, hice una apuesta con mis amigos, queremos que vengas y nos ayudes a usar la ouija, te pagaremos bien, por supuesto. 

 

Ker sonrió.

 

—No más de lo que me paga tu madre cada viernes para leerle las cartas ¿ya te dijo lo de tu padre? Tantos medios hermanos bastardos, qué escándalo y de una familia tan respetada. —Dijo con fingido asombro. 

 

Y la sonrisa desapareció.

 

—Cierra el pico, maldita bruja — Dijo entre susurros, no vaya a ser que alguien lo escuchara.

 

El muchacho alzó la mano y Ker lo miró desafiante, el peso de una pequeña navaja en su bolsillo hacía eco en su mente, sin embargo, antes de cualquier desenlace un gritó atravesó la plaza.




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