Suramérica, 2017
No durmió por mucho tiempo, apenas habían pasado unos 20 minutos quizás, pero no podría volver a dormir como cada vez que soñaba con aquel extraño sujeto. Soñaba con él desde que tenía memoria, a veces los intervalos de tiempo eran largos y duraban años, otras veces no dejaba de soñarlo por semanas. Era extraño, él siempre la ignoraba o la miraba con desdén o simplemente hacia caso omiso a su existencia.
Ker miró a las estrellas apenas visibles entre la espesura de las puntas de los árboles, debía esperar algunas horas si quería salir de ahí, debía esperar a que el pueblo estuviera solo, esa sería su única opción. Toda la gente que vivía alrededor de la montaña era tremendamente supersticiosa y no saldrían alrededor de las 3 A.M. consideraban que a esa hora espantaban los espíritus atrapados en la montaña, incluso se decía que quien salía a esa hora desaparecería. Si tenía suerte conseguiría bajar en la madrugada pasada esa hora donde todas las puertas estarían cerradas con llave y nadie miraría por las ventanas.
El tiempo pasaba lento y empezaba a desesperarse aún más pensando que aunque sus piernas escocían debía ser rápida para averiguar qué había pasado realmente con sus mentoras. Quería pensar que todo era una mentira, una sucia broma planeada por los pobladores, pero sabía que era poco probable. Quizás encontraría los cuerpos allí tirados sabiendo que muchos temían entrar a la casa de las brujas, quizás el olor fétido impregnaría su nariz si siquiera llegaba a acercarse. Era un pensamiento deprimente, y lo que lo hacía más triste era la posibilidad de que fuera real.
Tras pasar las horas bajó la montaña, moviéndose suave y cuidadosamente para evitar hacer cualquier ruido por si alguien había intentado seguirla o si la estaban esperando decidió bajar finalmente. Su suposición fue acertada, no había nadie fuera de sus casas, el poco presupuesto de la alcandía del lugar también jugó a su favor, muchos sectores estaban totalmente a oscuras y sabía cómo moverse entre ellos.
Cada sonido entre las sombras la hizo saltar, pero se mantuvo a paso firme hasta llegar a la que era su casa. Había cinta amarilla colgando por el perímetro así que no sabría con que tipo de escena se encontraría. Nadie se acercaría de noche a la escena de un asesinato, se aferró a ese pensamiento para tomar valor y entrar. Las costumbres y el miedo estaban incrustadas hasta los huesos de los pobladores y las historias de fantasmas eran muy temidas, no debía temer por una posibilidad tan improbable.
Avanzó con cuidado de no mover las cintas. Atravesando el umbral de la oscura casa no podía imaginarse cuán horrible sería lo que encontraría.
Había sangre regada por todas las superficies, si se miraba el camino en el suelo se podría ver como alguien se arrastró mientras sangraba, en un último intento de sobrevivir probablemente. Todo estaba vuelto un desastre y el olor a sangre seca era insoportable. Ker quiso vomitar, pero no podía dejar saber que estuvo ahí.
Siguió adelante sin saber bien qué más hacer. Debería llorar, pero no lo hizo, no sentía nada en realidad.
Fue a su cuarto el cual seguía intacto tomó un bolso y empacó un poco de comida. También visitó el de sus mentoras para decir adiós una última vez, ya que era obvio que los pobladores no se olvidarían de su absurda teoría de que ella era una asesina.
En la mesita de noche estaba el resto de las cartas de Fifika, un mazo al que le faltaba el loco, la carta que estaba en su bolsillo. Junto a ellas una daga ceremonial con esmeraldas y rubíes. Esa era de Fiorella. Tomó ambas cosas en un impulso y las metió también al bolso que hasta ahora sólo contenía galletas saladas y atún enlatado. Como un recuerdo o en un intento de recordar el breve instante en el que estuvo a salvo.
Era momento de irse cuando la puerta se abrió y Ker corrió a esconderse en el armario, pasos pesados resonaron en el piso de desgastada losa. Cada vez más cerca de Ker y no se le pudo ocurrir otra cosa más que silbar muy bajito, porque cuando el silbido sonaba lejos los demonios estaban cerca. Los pasos se aceleraron no sabía si hacia ella o hacia el lado contrario, pero nadie cuestionaría que había espíritus malignos en la casa de las brujas.
Ker se mantuvo escondida en el closet por lo que parecieron horas, inmóvil solo oyendo su respiración, el sonido de la puerta principal de la casa cerrándose hace mucho se había oído, pero por precaución se mantuvo en su lugar.
Cuando casi llegaba el amanecer se cambió de ropa y con un chal de Fifika verde brillante trató de ocultar su cara.
Sigilosamente salió por la parte trasera de la casa refugiándose en la poca sombra que aún quedaba, pero no podía evitar pasar frente a la plaza mayor a esta hora, ya que los sectores por los que había llegado estarían concurridos por quienes se levantaban temprano para ir a trabajar en la fábrica textil.
Confiando además en cómo la ropa ocultaría su rostro siguió a paso ligero, manteniendo su distancia de cualquiera que pasara y tomando los callejones menos habitados. Siempre y cuando no pareciera sospechosa nadie la notaría, a esta hora nadie estaba totalmente despierto como para cuestionar su presencia.
Una vez teniendo el lugar a la vista tomó una gran bocanada de aire antes de continuar, y a paso lento pero seguro empezó a atravesar la plaza, sin embargo, algo la hizo detenerse por completo. En la puerta de la Iglesia colgando de cuerdas estaba el muchacho que antes la había molestado, estaba desnudo, claramente sin vida, con una cruz invertida grabada en su pecho. La vista era horrible y justo en ese momento que Ker se detuvo anonadada a verlo debieron dar las cinco en punto de la mañana porque una de las monjas abrió las puertas en ese instante. La mujer dejó que un grito ensordecedor atravesara el pueblo al ver semejante acto grotesco.
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Editado: 19.12.2022