Daemonium

Capítulo 27: Infierno

Me dejó solo en su cuarto, ni siquiera me ofreció comida, o bebida, ni un simple foquito para ver en la oscuridad, no la necesito, pero hubiera sido un buen detalle que lo hiciera.

¿Quién la entiende? Primero me llama con el pensamiento, luego dice que no, pero sigue diciendo que si. No me iba a quedar afuera hasta que ella se decidiera. Ahora me toca esperar a que regrese. Aburrido y sin nada con que entretenerme, me pongo a hacer un pequeño recorrido de su cuarto, reconozco de inmediato el maldito póster de Tom, para mi mala suerte sigue teniendo esa risa estúpida en su cara.

—¿De qué te ríes?—el idiota me ignora burlándose de mí. 

Bufo dejándolo colgado, tomo una foto con la imagen de una gaviota volando en el aire, apenas tocando el agua con sus pies, y se la pego en la cara. Así se ve mucho mejor.

—¿Quién se ríe ahora?

Sonrío.

Sigo, entretenido viendo las cosas de mi humana, pulseras, collares, perfumes, libros... su cuarto es bonito, pequeño, pero agradable, está muy bien acomodado para el pequeño espacio que tiene. Me siento en su cama con el tour terminado, me dejo caer en ella haciendo lo que me pidió, me hago el muerto, aunque es difícil hacerlo, su perfume inunda mis fosas nasales llenado mi cuerpo de vida.

Acaricio con las yemas de mis dedos mis labios, recordando su toque, sus besos, lo suaves que eran, conteniendo en ellos el sabor de lo prohibido, algo indebido para un demonio como yo. Estoy hecho para pecar, y ella es el mejor pecado que pude encontrar, no pienso dejarla ir sin dar pelea.

—¡Buenas noches!—la escucho cerca de la puerta, me acomodo en mi lugar juntando mis manos en mi pecho como una x, pegando mis pies juntos, sostengo la respiración lo mejor que puedo.

Puedo ver detrás de mis parpados como enciende la luz, segundos después siento sus manos en mi rostro.

—¿Archer?—no respondo.—No era literal eso de caerse el muerto.

Agita mi cuerpo con fuerza, de pronto su aroma se hace más fuerte, abro los ojos encontrándola con la oreja pegada a mi pecho, se separa de mi para verme.

—Boo—salta del susto en su lugar, sonrío al ver su cara.

—No es chistoso—golpea mi brazo, me saca una risa ver su naricita arrugada—Creí que te había pasado algo.

—Me pasó, me dejaste aquí abandonado a mi suerte.

Rueda los ojos.

—No te deje a tu suerte, no seas exagerado, sabías que iba a volver—se aleja hasta la mesa donde tiene sus libros abiertos, encima de ellos un contenedor con comida—Ten, espero te guste, lo preparó mi mamá.

Se acerca con una servilleta envuelta en una caja que contiene pollo y algo blanquecino y pedazos cuadrados pequeños de diferentes colores.

—¿Qué es esto?

—Pollo con puré de papá y verduras—arrugo el rostro.—¿Qué pasa? ¿No comen esto en el infierno?

—Las verduras son un asco.

—Las verduras son nutritivas, te dan energía.

—No las necesito—las separo con la mano.

—Las necesitas, todos las necesitamos.

—No yo—pone los ojos en blanco, si ella quiere sufrir por voluntad propia es su problema, yo no pienso comer esa asquerosidad. Me entrega el tenedor, procedo a comer bajo su atenta mirada.

—Nunca habías visto a alguien comer—llevo un bocado a mi boca, esta cosa sabe deliciosa.

—Nunca había visto un demonio comer—aclara.—¿Te gustó?

—No esta mal—le quito importancia, aunque tendré que robarme más para el regreso a la cabaña, quiero que Eve pruebe esto.

—Te traje limonada—me entrega el vaso lleno de un líquido trasparente verdoso.

—Gracias.

Se mueve sentándose a mi lado, su mirada se pierde entre sus cosas.

—¿Qué hace Tom con una foto de una gaviota en la cara?—frunce el ceño.

—No sé de quién hablas—me hago él idiota.

Maia se levanta quitándoselo, gruño cuando veo de nuevo ese horrible rostro.

—Iré a cambiarme, ahora regreso.

¿Cambiarse?

Desaparece por una puerta, termino mi cena con la panza llena, dejo la bandeja en la mesa cuidando que no caiga. Minutos después la puerta se abre revelando a una Maia con un conjunto de ropa diferente, puedo ver sus largas piernas debajo del short, y su blusa es un poco corta mostrando un poco de su tersa piel. Trago grueso mucho más nervioso que antes. Esto va a ser peor que estar en el maldito infierno.

—¿Qué tienes en mente?

De pronto siento la garganta seca, humedezco mis labios con mi lengua, perdido en la hermosa mujer frente a mí. 

—Quiero besarte—confieso con un fuerte golpeteo en mi pecho. 

—¿Qué?—pregunta impresionada.—Yo...—carraspea.—Yo hablaba del plan.

A. Eso.

Por supuesto que estaba hablando del plan. 

—¿Cuál es tu plan para detener las pesadillas?




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