Entramos por la puerta trasera de la bodega, haciendo el menor ruido posible que pueda alertarlos. Sigo con Eve hasta unas cajas, escanea el perímetro buscándola, al igual que yo. Mi cuerpo se tensa tanto que no puedo moverme, la tienen atada de los brazos y tobillos a una silla, unos cardenales resaltan en su rostro lleno de lágrimas.
Cinco segundos eso bastará para volverlos cenizas. Eve me detiene impidiendo que avance.
—No—ordena firme.
Tiene que estar jodiendome, no puedo quedarme aquí sin hacer nada, no cuando mi humana esta sufriendo de esta manera. Evelyn analiza la escena por lo que siento una maldita eternidad.
—¿Confías en mi?
—Sabes que si—respondo sin quitarle el ojo de encima a esos energúmenos, si se atreven a tocarla de nuevo no respondo, a la mierda el plan de Evelyn.
—No hagas nada estúpido, has lo que te diga cuando te lo diga, ¿entiendes?
Asiento mirándola a los ojos, más vale que esto funcione mi paciencia pende de un hilo demasiado fino. Sale de nuestro escondite enfrentando a los tres demonios alrededor de Maia, como si estuvieran esperando el momento exacto para atacar de nuevo.
—Pero miren nada más a quien tenemos aquí—uno de ellos se mueve al verla.
—Bladimir—por supuesto que lo conoce, Evelyn sabe de todos los demonios en el infierno.
—Evelyn, como siempre, un placer verte—la sonrisa del imbécil de ensancha.—Dime hermosa. ¿Qué te trae por aquí?
Vamos Eve has algo rápido, me muevo en mi lugar volviéndome loco, la mirada que Maia le dedica a Eve todo el tiempo es mortal para mí, suplica que la ayude, con lágrimas corriendo por su mejillas. Evelyn se acerca a ella inspeccionándola.
—¿A quién tenemos aquí?—finge no conocerla.
—Un encargo.
—¿Un encargo?
¿Cómo que un encargo?
Eve la rodea hasta quedar a su espalda.
—No te pongas celosa hermosa, no es de tu noviecito—entonces quien demonios pidió que la secuestraran.—Aunque, ya sabes que si las cosa no funciona con él siempre voy a estar yo para ti.
—¿Entonces?—presiona mi amiga.
—Es un encargo de nuestro padre—responde el más joven recargado en la pared.
Mierda. Esto solo confirma lo que escuche en sus sueños, él la está buscando para regresarla al infierno. ¿Pero porque regresarla?
—Si esto concierne a nuestro padre entonces no me entrometeré, no quiero arruinar sus planes, aunque...—sigilosamente saca la daga de su bota.
¿¡Qué mierda estas haciendo Evelyn!?
Levanta la daga en lo alto enseñándola bien, todos lo miran impresionados.
—¿Esa es...?—Bladimir balbucea cautivado con el arma.
—¿La daga? Si, con ella abrí el portal que los trajo.
No le creo. Evelyn no abriría el portal, ella no me traicionaría de esa manera, ¿verdad? Tuvo que haber pasado algo.
Confío en ella.
Confío en ella.
Confío en ella.
Repito como un maldito mantra obligando a mis pies a quedarse en su lugar cuando los siento moverse.
—Saben, no veo porque no podemos divertirnos un poco antes de que nuestro padre llegue, seguro a él no se va a molestar.
Rodea a mi humana hasta quedar frente a ella, acerca el cuchillo a su mejilla acariciándola con el filo de la navaja. El maldito mantra no sirve para una mierda, me muevo acercándome un poco a ella, si se le ocurre cortarla la detendré en el acto y no seré nada gentil.
—¿Qué dicen? ¿Nos divertimos un poco?
—La pregunta ofende—el imbécil demonio más joven responde emocionado, por un momento su respuesta descoloca a Evelyn, parece perdida en su cabeza. Parpadea regresando al presente, enfocando su mirada en Maia.
—Esto dolerá—cuando creo va a atacarla veo como corta las cuerdas que la amarran con una velocidad sorprendente, dejando sorprendidos a los demás.
Archer, si ibas a hacer algo hazlo ahora.
No necesita decir más, aparezco junto a mí humana ayudándola a levantarse. Se aferra a mí como si fuera su bote salvavidas.
—Te tengo, mi cielo.
—Llévatela de aquí—ordena Eve. Estoy seguro que la demonio mayor tiene todo bajo control, desaparezco con Maia en mis brazos, apareciendo en la cabaña seguro que estará a salvo aquí. Su cuerpo tiembla sin control, aferrada a mi cuerpo.
—¿Maia?—murmuro preocupado, acariciando sus brazos para calmarla.
—Tenía mucho miedo, creí que te habían matado.
—Déjame verte—acuno su rostro para verla mejor, los hematomas están desapareciendo, pero eso no significa que no la hayan golpeando.—Ahora vuelvo.
—¿A dónde vas?
—Voy a matarlos, nadie te pone una mano encima y vive para contarlo—la bilis sube hasta mi garganta, tengo tanto odio y coraje en el pecho que no sé que hacer con él.