Daemonium

Capítulo 35: Peste

Sostengo a Maia en mis brazos, no ha dicho nada desde que nos despedimos del ángel y Evelyn, asumo aún está procesando lo que pasó, a mí aún me cuesta entenderlo. 

—Tengo miedo Archer—murmura contra mi pecho.

—¿De qué?

—Temo lastimar a los que quiero, no sé qué fue lo que hice, ni cómo lo hice, solo quería que todo parara—se despega de mí buscando mis ojos.—¿Es normal para un demonio tener estos poderes? 

—La única que ha podido hacer algo así de asombroso es Evelyn—respondo con honestidad.—Nunca había oído de un demonio con el poder de detener a un jinete. 

Guarda silencio pensativa. 

—Maia—la llamo buscando su mirada.—Nos salvaste el día de hoy, a todos.

Si no fuera por ella ya todos estaríamos muertos. 

—Entiendo que tengas miedo, pero dudo mucho que llegues a lastimar a tus seres queridos, eres demasiado buena para ser como yo. 

—Tú también eres bueno.

—No lo soy—aparto la mirada avergonzado.—He hecho muchas cosas que seguro te harían correr lejos de mí si las supieras, la verdad no entiendo porque sigues aquí conmigo, no soy digno de estar a tu lado.

—Archer—sostiene mi rostro entre sus manos obligándome a verla.—Yo no creo en las coincidencias, estoy aquí contigo porque yo así lo quiero, y por más que intenté apartarme de ti no pude, y no puedo. Te… te amo Archer.

—¿Qué?

Sus mejillas toman un color rojizo hermoso. Suspira hondo, como si estuviera reuniendo el valor para decir algo, sin embargo me quedo congelado al sentir sus labios en los míos. 

Se aparta con los ojos aún cerrados, no quiero que se aparte, quiero seguir besándola. Sostengo su cuello pegando nuestros labios de nuevo, sintiendo ese músculo en mi pecho agitarse con más fuerza que nunca.

Me separo cuando siento que me falta el aire y me duele el pecho.

—Maia…

—¿Qué sucede?—me mira preocupada. 

—Siento… que voy a morir.

—¿¡Qué!?

—Esto—sostengo su mano para ponerla contra mi pecho donde siento que late con más fuerza.—No entiendo qué me pasa, pero siento que algo se va a salir de mi pecho. 

—Es tu corazón—me mira con ternura. 

—¿Corazón?

—Sí, tu corazón, eso es lo que late dentro de aquí. 

—¿Pero porque late así de fuerte siempre que estoy contigo? ¿Tú también lo sientes? 

Sonríe buscando mi mano, pega mi palma en su pecho donde siento algo latir.

—Si, Archer, yo también lo siento. Late así cuando pienso en ti o cuando estoy cerca de ti. 

—¿Vamos a morir?—no quiero que ella muera.—Lo siento, si esto es mi culpa…—me calla con otro beso. 

—No vamos a morir. Late así cada vez que ves a la persona de la que estás enamorado. 

—Yo… no sé lo que es amar—admito apenado, acaricia mi mejilla con cariño.

—Puedo enseñarte, aunque estoy segura que ya lo sabes, solo que no tenías a ese ser por el que sentías amor antes. 

—Si tu eres mi maestra entonces si, quiero que me enseñes todo sobre el amor—sus ojos brillan a pesar de estar en la oscuridad.—¿Eso significa que puedo seguir besándote?

No contesta, en cambio me regala otro beso de sus dulces labios, es lento, pero al mismo tiempo está lleno de pasión. Acuno su rostro profundizando el beso, nunca me cansaré de besarla, de eso estoy seguro. 

Se recuesta en mi pecho buscando dormir, yo quiero más de ella, mucho más, pero no quiero presionarla, por primera vez en mi vida quiero hacer las cosas bien y no arruinar lo único bonito que tengo. Me permito dormir junto a ella, protegiéndola de las pesadillas.

En algún punto de la noche siento como mueven mi cuerpo con fuerza. 

—Archer—me llama desesperada. 

—¿Qué pasa?

—Es peste, está aquí—me levanto de golpe buscándolo por el cuarto.—No aquí en el cuarto, en el hospital, soñé con él.

—Le diré a Evelyn—me preparo para irme. 

—Iré contigo—sostiene mi mano.—Mi madre… mi madre tenía turno esta noche, necesito saber que está bien.

—De acuerdo—acepto entendiendo su angustia.—Pero si en cualquier momento empiezas a sentirte mal me lo haces saber, sin excusas.

—Lo haré.

Saltamos fuera de la cabaña, mientras le pido a Eve que se reúnan con nosotros cerca del hospital. Tarda unos minutos en aparecer junto al ángel. 

—Peste está aquí—voy directo al punto. 

—¿Cómo lo sabes?—cuestiona el ángel. 

—Acaban de dar la noticia de una epidemia, creo que el centro de la enfermedad está en el hospital, los síntomas que se han presentado son vómito con sangre, mareos constantes, alucinaciones…—responde Maia por mí, me mira buscando la fuerza para continuar.—Están muriendo. 

—Todos ahí dentro están infectados de un virus desconocido, hayan o no estado enfermos antes—digo lo que Maia me explicó antes. 




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