Daemonium

Capítulo 36: Hacer las paces

Nunca había dormido tan cómodo en mi vida, siento un brazo rodearme, unos profundos ronquidos me despiertan, encuentro a Maia con medio cuerpo encima del mío abrazándome como si fuera su almohada. Murmura algo en su sueño que solo ella entiende, acaricio su cabello acomodandolo para ver mejor su rostro. 

 

No puedo creer la suerte que tengo en tenerla conmigo, no creo nunca poder estar satisfecho de estar con ella, no entiendo por qué ni cómo Maia llegó en mi camino, sin embargo estoy agradecido. Mi corazón se acelera de nuevo sin razón alguna, acaricio sus mejillas con cuidado de no despertarla. 

 

Quiero quedarme aquí con ella toda la eternidad, abrazada a mi cuerpo como si fuera su bote salvavidas, no sé si pueda salvarla del desastre que soy, pero haré todo lo que esté a mi alcance para protegerla y cuidarla como merece. 

 

—¡Mai! ¡Mai! ¡Etas desperta!—grita su hermano desde el otro lado de la puerta. Miro a mi novia despertase del sueño algo extrañada y desorientada.—¡Mai ya está el desayuno!

 

—¡Voy!—logra despertar lo suficiente para contestar. Mientras yo me encargo de observarla aún somnolienta y despeinada. Sin darse cuenta que sigo en la cama con ella, regresa a abrazarme creyendo que soy su almohada, planea mi torso frunciendo el ceño, abre los ojos encontrando mi pecho desnudo, sus mejillas de inmediato se tornan rojizas. 

 

—¿Maia?—temo que pueda enfermarse, creo que desarrolle un trauma después de verla desmayarse en el salón de clases. 

 

—Lo siento—se aleja, sostengo su cuerpo pegándolo al mío, extraño su calor. 

 

—¿Qué no es esto lo que los novios hacen?—busco su mirada intentando comprender su reacción. 

 

—Bueno… no precisamente. 

 

—Oh—la suelto. 

 

—Pero nosotros no hemos hecho precisamente algo normal desde que nos conocimos—sostiene mi mano dejando un beso en mi mejilla. 

 

Sostengo su rostro entre mis manos dejando un beso en sus hermosos y deliciosos labios. 

 

—Buenos días—su rostro se colorea aún más.—¿Te sientes bien?

 

—Tu me pones así, es tu culpa que sienta tanto calor, no puedo pensar cuando…—empieza a un vomito verbal que me parece adorable. La abrazo pegándola a mi cuerpo de nuevo.

 

—Lo siento, no sabía que era mi culpa, pero te vez hermosa cuando tus mejillas toman ese color—acaricio su mejilla. 

 

—¡Archer!—grita cuando beso su cuello dónde su aroma se concentra más. 

 

—Me gusta como tu cuerpo se eriza con mi toque, también me gusta ver tus ojos brillar de esa forma—me recuesto en su hombro viendola de reojo.—Lo que más me gusta es tu sonrisa, nunca había visto algo más hermoso que eso. 

 

—Deja de decir esas cosas—suplica más roja que un tomate. 

 

—¿Por qué? ¿Te molestan?

 

—No, me hacen más difícil el hecho de controlarme. 

 

—¿Controlarte? No tienes que controlarte conmigo, quiero conocer todo de tí, cada faceta, no me importa cual sea, lo quiero todo Maia. 

 

Muerde sus labios antes de apoderarse de los míos, entreabre sus labios dándome permiso de enredar mi lengua con la suya profundizando el beso. Los sonidos que salen de sus labios es música para mis oídos, se hacen más fuerte conforme mis labios recorren la piel de su cuello. Me abraza con fuerza pegando su pecho al mío, encendiendo cada parte de mi cuerpo. 

 

—¡Maia! ¡Vas a desayunar!—grita su madre sobresaltado a Maia. 

 

—¡S… sí! ¡Ya voy!—contesta con la respiración agitada. Regresa a verme con una sonrisa en sus labios. —Ahora vuelvo, voy por nuestro desayuno, no vayas a ninguna parte. 

 

—Si, mi cielo. 

 

—¿¡Qué!?

 

—Estar contigo es como pisar el cielo mismo Maia—explico besando sus mejillas. 

 

—Te amo—dice en un suspiro, acelerando mis pulsaciones a mil.—Ahora vuelvo. 

 

Se escapa de mis brazos que extrañan su calor de inmediato, la veo desaparecer por la puerta con esa sonrisa aún plasmada en sus labios. La misma que tengo ahora mismo en mi cara, no mentiré que aún me pesa la pelea que Eve y yo tuvimos, pero Maia tiene el poder de hacerme sentir mejor en seguida. 

 

Sigo sin comprender porqué se comporta de esa manera, la he apoyado en todo lo que me ha pedido. Sí, tuvimos un inicio difícil, pero pensé que ya lo habíamos superado, sé qué Peste tuvo algo que ver con su cambio de humor tan repentino, lo que no entiendo es porque tengo que recibir yo los golpes. 

 

Maia aparece con nuestro desayuno, lo acomoda en la mesa para ambos, me levanto para sentarme junto a ella. 

 

—¿Sigues pensando en Eve?—logra leer mi mente. 

 

—Eve es todo un paradigma que nadie ha logrado resolver, intento comprender sus razones para tratarme de esa manera, lo único que logro repetir en mi cabeza son las palabras que Peste le dijo antes de morir. 




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