Daemonium

Capítulo 46: El Anticristo

El ángel me ayuda a separar a estos dos humanos antes de que terminen por matarse. No sé qué demonios está pasando, o porque se miran con tanto odio. Parecen no escuchar razones , están aferrados a desterrar al hombre que sostengo. Los humanos a nuestro alrededor nos miran aterrados sin saber qué hacer. 

 

—¡Te vas o te vas! ¡Tú decides Samuel!—grita el calvo fuerte y alto para que el humano frente a mí escuche. 

 

—¡Estás siendo un idiota, Hugo!

 

—¡El idiota eres tú, imbecil!

 

—Es tu mejor amigo, Hugo, no puedes hacerle esto—lo defiende la mujer que permanece a su lado sosteniendo su mano impidiendo que se acerque al que era su amigo. 

 

El hombre parece estar poseído, intenta luchar contra los humanos que ayudan a Julian a sostenerlo, comienza a lanzar puños al aire luchando por quitarse a todos de encima, de un momento a otro veo como estaba su puño contra la mejilla del ángel. El caos explota de nuevo, los golpes entre ellos regresan con más fuerza que antes. 

 

No sé en qué momento el maldito de Hugo logra llegar hasta el humano que intentaba proteger, sostiene su ropa cargandolo para después tirarlo al suelo de golpe. Intento separarlos para evitar que lo mate, pero la fuerza de este hombre es sorprendente. De un segundo a otro los cuerpos a mi alrededor caen al suelo. 

 

¿Qué mierda?

 

La demonio mayor aparece acercándose a Hugo con ese poder que la caracteriza, por un momento vuelvo a ver a ese ángel que conozco, lo mira a los ojos antes de hablar. 

 

—Vas a detener esta estúpida pelea y vas a dejar que tu amigo se quede, ¿de acuerdo?

 

—¿Qué… qué mierda?—murmura con dolor. 

 

Evelyn se inclina en el suelo a su lado. 

 

—Vas a detener esta estúpida pelea y vas a dejar que tu amigo se quede—repite perdiendo la paciencia. 

 

—S… Si—el humano apenas logra asentir. 

 

—¿Vas a portarte bien?—continua ella como si estuviera regañando a un niño pequeño. 

 

—¡Si!

 

—Una pelea más y dejo a todos fuera de este lugar, están advertidos. 

 

Deja ir de todos los humanos a los que tenía en su poder, poco a poco se levantan del suelo mirándose los unos a los otros extrañados con lo sucedido. Evelyn se gira con toda la intención de regresar al cuarto, se detiene abruptamente buscando algo detrás de ella. 

 

—¿Eve?—la llama Maia preocupada. Me acerco a ellas al ver como pasa la mirada por el lugar, algo sucede. 

 

—Está aquí—murmura Evelyn para que solo nosotros podamos oírla. 

 

—¿Quién?

 

—El anticristo, está aquí. 

 

Mierda. 

 

Maia me mira nerviosa. 

 

—¿Qué sucede?—cuestiona el ángel apareciendo a nuestro lado. 

 

—¿Quién es el anticristo?—pregunta mi humana confundida. 

 

—Una entidad del infierno—contesta Evelyn ignorando el hecho que el ángel esta a su lado. 

 

—Su trabajo es condenar a las personas al infierno—explico.—Lo que está haciendo aquí es enfrentarlos, manipularlos para hacer lo que no deben y después de su muerte llevar su alma al infierno sin un juzgado justo. 

 

—Creo saber quién es—responde Evelyn mirando a alguien en específico. Giro el rostro para ver lo que ella. 

 

—¿Quién?—pregunta el ángel. 

 

—El sacerdote—ese es el mejor disfraz que pudo haber conseguido. 

 

Evelyn se acerca a Maia para susurrarle algo al oído, ella asiente alejándose de nosotros. 

 

—Acompañame Archer—ordena dándome la espalda para avanzar, la sigo seguro que tiene un plan en mente.  

 

—¿Qué vas a hacer?—Julian hace el intento de detenerla. 

 

—Voy a enfrentarlo—responde sin mirarlo, continúa su camino hasta una habitación dónde no hay nadie que pueda molestarnos. 

 

Entra dejando la puerta abierta para que pueda entrar, el ángel también lo hace aún apelando a lo que ella dijo. 

 

—Maia no debe tardar—Eve nos dice después de unos minutos para que estemos preparados. 

 

—No puede ser él—repite como las otras diez mil veces que lo hizo desde que nos encerramos aquí.  

 

Se mueve de un lado a otro pensando cómo detener esto, tanto girar me está haciendo doler la cabeza. 

 

—Quieres detenerte, me estas mareando—pudo a punto de tener una jaqueca. 

 

—Lo conozco—continua ignorandome.—Él no puede hacer algo como esto, nunca dejaría que…

 

—Tu querido amigo es la persona perfecta para hacer esto, quién dudaría de la palabra de un sacerdote—rebato a punto de perder la paciencia con él. Sabe que tengo razón, por eso me mira de esa forma conflictiva, su amigo es el único que puede profesar como supuesto pastor de su padre, y nadie dudaría de su palabra. 




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