-¡Dainan! – La escuchaba gritar mi nombre, cada vez su voz más lejana. - ¡Dainan detente! – No podía detenerme, y hacer lo que ambos deseábamos, lo mejor era dejarlo todo - ¡Detente idiota!
Su voz era tan áspera que desgarraba mi ser, desgarraba mis sueños e intencificaba mi dolor. – Dainan – Aunque era un susurro, lo oía con tanta claridad; como si estuviera frente a mí. Aunque estuviera al otro lado del bosque, podía oírla, podía sentirla, podía verla. Y siempre me preguntaba ¿Por qué? – No me dejes Dainan – Disminuyendo mis pasos poco a poco, sigo mi camino tratando de ignorar sus palabras. Haciendo por primera vez lo correcto.