Dame un beso

Esa es la señal.

Mis mañanas generalmente no son agradables, pero a la misma vez son perfectas. Una extraña sensación de ambigüedad y contradicción asoman por mi cabeza al segundo de abrir los ojos: primero una oleada de paz en una mañana fresca donde todos aún duermen y puedo respirar tranquila lejos del estrés que me ocasiona compartir el mismo aire que otros, pero siempre llega ese momento, el segundo en el que despiertan, la tranquilidad desaparece y vuelvo a escuchar voces recordandome que tengo que enfrentar nuevamente la realidad que tanto me desespera, una realidad tan ambigua como mis mañanas. 

Hoy no es la excepción, y al parecer, será un día como cualquier otro. Abro sutilmente los ojos pero no por completo, sólo lo suficiente como para percatarme que ya amaneció. El resplandor me molesta en el rostro y aunque quisiera seguir durmiendo no consigo permanecer en la cama, algo no me deja. No me importa mucho llegar tarde, o no llegar a la universidad, pero mi cuerpo no lo sabe e insiste en levantarme. Un sueño extraño sumado a la idea de tener que ponerme nuevamente la careta hace más difícil el proceso de despertar. Nuevamente hoy, como todos los días, tengo que ir a clases. Retomar mi rutina es algo desesperante, las mejores mañanas son cuando mi mente y mi cuerpo se sincronizan para olvidar mi deber y solo dormir. Creo que una de las peores cosas en el mundo es no encontrarle sentido a lo que haces, y yo en realidad soy muy mala encontrandole el sentido a las cosas, aunque me he llegado a acostumbrar a eso. 

Miro el teléfono, ya son las 7:50 am, es tarde, doy otra vuelta en la cama y me levanto de un tirón. Observo a mi alrededor y veo a mi mamá durmiendo plácidamente, hace tiempo que no la veo dormir así, no quiero despertarla, que descanse.Camino descalza por la casa y el frío en mis pies hace que se erize todo el cuerpo. Lo primero que busco es un espejo, observo cuidadosamente un rostro bello lleno de imperfecciones, me detengo un segundo para contemplarlo, mientras pienso en mil formas de arreglarlo, se me ocurren mascarillas, tratamientos, tal vez alguna que otra crema, pero al pasar otro segundo simplemente lo olvido, no es mi tema. Miro de nuevo el reloj, tengo que apresurarme, quiero ser de las primeras en llegar al salón y así poder evitar los ojos que miran con curiosidad cada centímetro de mi cuerpo, como con lástima, o pena. Pero me vuelvo a distraer en mis pensamientos, y es que en verdad no quisiera ir, las clases me resultan atractivas, mi carrera me gusta, la medicina es lo mas lindo que tengo, sin embargo ir a la universidad no es solamente estudiar, o eso dicen. Me desespera escuchar temas que no me interesan, ver reír a las personas con chistes que no me dan gracia, y sentarme a un lado, sola, inmóvil, como si no existiera, intentado llamar lo más mínimo la atención, porque muy en el fondo, aunque no lo admita, me incomoda que me miren. Todas esas ideas me llegan a la cabeza mientras arreglo mis trenzas, primero las disperso sobre mi rostro, tal vez hoy me haga algo diferente, o mejor lo deje para mañana, porque ya hoy me da pereza, y me vuelvo a hacer mi moño de todos los días. Esta mañana en especial no tengo tiempo de seguir pensando, ni tampoco de reinventar mi peinado. Aún tengo que vestirme. Miro en mi closet y todo me parcece exactamente igual, eso me aterra, termino por elegir algo sencillo, simple, que no destaque - ya me noto mucho sin llevar ropa llamativa-  me digo mientras sonrio, aunque es mas bien una sonrisa melancólica. Ya estoy lista, me vuelvo a mirar al espejo, me siento linda, me considero linda y a la misma vez fea, ¿como es eso posible? Bueno, soy linda para mi. Llamo a mi mamá. 

- mama, ya me voy.

Abre un ojo y me responde - come algo antes de irte- de repente voltea completamente hacia mí, me mira detenidamente y continúa -te ves bien hoy, estas linda. 

- supongo, y no te preocupes, ya comere algo por ahí- Le digo mientras cojo la llave. Le sonrio antes de dirigirme a la puerta. Antes de salir tomo una gran bocanada de aire, pongo un pie afuera, y contemplo la calle unos segundos. Se escucha el pitillo de un taxi, y esa es la señal, la señal de que ya comenzó de nuevo mi viaje.

El camino a la universidad se me hace interminable, no es la mejor experiencia del mundo, quisiera poder teletransportarme y ahorrarme el largo trayecto a pie desde mi casa hacia la facultad. Estos días he estado muy entretenida con tonterías, así que he dejado la escuela un poco de lado, pero según tengo entendido suspenderán las clases nuevamente por la situación de la covid. - Ojalá la covid nunca se valla, así me ahorro venir aquí- pienso de repente, y me regaño a mi misma por ese pensamiento egoísta, aunque en el fondo es lo que quiero. 

Siempre he tenido una vida un tanto solitaria, y aunque no solía importarme mucho la falta de amigos, la soledad ha llegado a molestarme un poco estos últimos meses. Ya estoy llegando, puedo ver muchos chicos entrando a la universidad por la puerta principal, con sus batas blancas impecables, sus peinados coquetos y atractivos, y con cierto aire de superioridad que corta el ambiente. Se les refleja en el rostro una confianza que yo carezco. ¿Y como no van a estar confiados,? ¿Como no van a amar ir a clases si están como peces en el agua? Se saludan entre todos, se ríen y conversan como si no se hubieran visto en años.

 Camino entre ellos discretamente, pero me acerco lo suficiente como para evaluarlos uno por uno. Son lindos, todos son lindos, hasta el que no lo es físicamente se ve despampanante, y es que ese aire de fortaleza, de creerse la máximo aunque no lo sean los hace ver intocables, poderosos, bellos, va más allá del cuerpo, del rostro, es más bien un estilo de vida. Y de repente, mientras camino, me invade el miedo de que todo continúe igual, de que todas mis mañanas sean así, que mis días se basen en ocultarme en un rincón con miedo a mi propia existencia. La mayor parte del tiempo, aunque no siempre, siento que mi soledad es en realidad patética, y me siento ridícula cuando me tengo lastima, cuando me pierdo en emociones sinsentido y navego inconscientemente en un bucle infinito esperando algo que nunca va a llegar y que tampoco sé que es. Pero de un momento a otro, una fuerza invisible me saca de ese pensamiento, es una sensación de un minuto, pero dura lo suficiente como para querer nuevamente enfrentar a todo y todos. 




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