Estoy en casa, con una tranquilidad que nunca había experimentado antes. Me siento en el regazo de mi madre; tengo ocho años.
–Recuerda, Leonor…– mi madre me peina el cabello frente a un espejo; tengo diecisiete años. Extrañaba esa sensación de sentirme querida sin importar lo peligrosa que puedo llegar a ser.
Me miro en el espejo, mi madre está quieta, mirándome.
–Mamá, ¿estás bien?– sus ojos ahora están fijos en mí, puedo ver una lágrima cayendo de un ojo–. Mamá, contesta, por favor.
Siento algo pesado en el ambiente, siento que algo malo va a pasar, que va a ser como todos los sueños en los que ella está, siempre son iguales, pero este ha comenzado distinto.
–Lo lamento, hija. Tu oscuridad nos ha matado.
–¿Qué? ¡No!
Las luces se cortaron por un momento y cuando volvió, mi familia estaba colgada en el techo… muertos.
–¡Leo, por favor, cálmate!
Me aferro a los brazos de Luke, mi garganta ardiendo como fuego de gritar. Nancy a lo lejos me mira, pero no sabría interpretar su mirada.
–Yo no los maté… mi oscuridad– digo entre jadeos, mi oscuridad consumiéndome.
–Está bien… vuelve a dormir.
Todavía me sorprende la magnitud del ataque de anoche, cómo aparecí tirada en la calle, el líquido negro y la sangre… ¿de quién era esa sangre? estoy segura que no era mía, no me encontré ninguna herida, y era mucha sangre. Me aterra la idea de que pude haber lastimado a alguien o matado… no podría vivir sabiendo que maté a alguien.
–Nancy, ¿podemos hablar?– mi hermana, con sus ojos brillantes, me mira preocupada. Temo que me tenga miedo. Hace semanas que me está evitando, incluso en momentos en los que más la necesito.
–Claro…–me responde con miedo.
–Quiero pedirte perdón por todo el caos que te causé, sé que te doy miedo, que mis pesadillas te dan miedo–me inclino hacia ella, sutilmente y susurro mirándola, seria:–, sé que odiabas a mamá y a papá.
Su mirada parece oscurecerse por un momento hasta que su expresión cambia a una de lástima.
–No te tengo miedo, Leonor. ¿Estás segura que no quieres internarte?
–Pues deberías tenerlo, Nancy.
Siempre hace eso. A veces parece una persona totalmente distinta a la Nancy que conozco.
Sin darle más vueltas al asunto, decidí irme.
–Ten cuidado, Leo.
Antes de que pudiera decir nada, Luke entra por la puerta hablando por teléfono riéndose.
–Chicas, mañana se celebra el cumpleaños del padre de Owen, invitó a todo el pueblo. Necesito conocer a mi suegro–comenta emocionado. Sus rizos rubios bailan en su frente con cada movimiento. Luke sacó el cabello de mamá, rubio y suave como la seda, mientras que Nancy y yo sacamos el cabello de papá, negro y brillante como una noche estrellada.
–Tu suegro es el alcalde, me sorprende que no lo conozcas– dice Nancy en un tono divertido. Toda su oscuridad se iluminó de repente.
–No es lo mismo–discute Luke en voz baja.
Sin decir una palabra me doy a las escaleras y me voy, tratando de procesar el “ten cuidado, Leonor” de Nancy. ¿A qué se refería?
****
Sigo pensando en todo lo que pasó hoy en la mañana: los ojos oscurecidos de Nancy, y las secuelas que eso ha dejado. Cuando me estreso demasiado, me vienen pantallazos de lo que pasó aquel día a las ocho y cuarto un viernes por la noche. Todo se siente tan real que parece que lo estoy viviendo de nuevo. Con tan solo pensar en eso hace que mis manos comiencen a temblar.
La voz de mi madre a lo lejos llamándome con alegría en su voz.
Pero de un momento a otro me encuentro en el cuarto, sola, mirándola, a ella y a papá, quienes cuelgan del techo y se tambalean cuales lámparas de techo.
–Mamá, papá ¡no, no, no!– lágrimas caen de mis ojos mientras abrazo lo que puedo de mi madre. La tela del largo vestido que usaba, acaricia mi cara mientras abrazo sus frías piernas.
–No fui yo, no fui yo, no fui yo, no fui yo, no fui yo, no fui yo, no fui yo, no fui yo, no fui yo, no fui yo, no fui yo, no fui yo, no fui yo.
Chasquido.
–¿Te vas a mover?– una voz que habla. Una voz ronca que reconozco de inmediato. Es Hölle, Jade Hölle. Mis ojos cristalizados debido a las lágrimas.
–¿Estás bien?– me mira con una preocupación un poco forzada, su voz un susurro. Mueve su mano frente a mis ojos fijos en la nada– ¡Willows!
Chasquea sus dedos de nuevo frente a mis ojos, y es ahí cuando una lágrima cae por mi mejilla. Levanto mi mirada sin parpadear, y ahí está él: mirándome con una gruesa ceja negra enarcada. Miro hacia mis costados y me doy cuenta que estoy parada en el medio del umbral de la puerta del salón.
Comienzo a hiperventilar como en todos estos episodios, y caigo al suelo de inmediato.
Estoy temblando, tengo frío, y el imbécil de Jade está ahí parado sin hacer nada, mirándome.
–Supongo que eso es un no…– susurra haciendo un ademán de agacharse–todo va a estár bien, Willows.
–Cállate– digo entre jadeos. Mis puños apretados, mis piernas temblando. Mi cabello, antes en un rodete, lo tengo suelto y pegado en la frente. La cabeza me está por explotar, así que cierro un momento los ojos, cuando puedo sentir los dedos de Jade en mi frente, apartando el cabello pegado. Su tacto era frío, no sé si por la frialdad de mi piel en este momento.
Pareciera que era lo que mi cuerpo necesitaba para calmarse. Mis jadeos van disminuyendo poco a poco y el calor va reapareciendo en mi cuerpo. Una vez aliviada, puedo abrir los ojos, y lo veo recostado en la pared, tranquilo, mirándome sin una expresión en concreto.
–¿Qué ves?–le espeto tratando de levantarme.
–Como casi te mueres, quizás– lo fulmino con la mirada mientras me levanto como puedo–¿Ni un gracias?
–¿Por ver cómo moría? No lo creo.
Él me sonríe de manera peligrosa, pero le devuelvo mi mejor cara de piedra, sin tratar de que me intimide, aunque lo está logrando, paso de él de la mejor forma posible: hacerme la que no pasó nada e irme sin decir una palabra, pero, siempre, con la mirada en alto y rogando para que no me siga.