Con el corazón lleno de las melodías de la Tierra y una maleta repleta de instrumentos donados por músicos que habían quedado fascinados con su historia, Dartol emprendió su viaje de regreso a Kepler 2. Llevaba consigo el eco de la voz de Sara, la calidez de sus manos al enseñarle los acordes, y la promesa tácita de un reencuentro futuro.
Al aterrizar en su planeta natal, el silencio habitual pareció aún más profundo. Su gente, acostumbrada a la lógica fría y la ausencia de sonido emocional, observó con desconfianza los extraños objetos que Dartol había traído. Sus explicaciones sobre la "música" eran recibidas con escepticismo; para ellos, el sonido siempre había sido una herramienta funcional, no una forma de arte.
Con determinación, Dartol desembaló un pequeño piano que Sara le había regalado. Sus dedos verdeazules se posaron torpemente sobre las teclas, y vacilante, comenzó a tocar "Latidos del Universo," la primera canción que había compuesto en la Tierra, impregnada de la emoción de su descubrimiento y el incipiente amor por Sara.
Al principio, solo hubo confusión. Los rostros de su gente permanecieron inexpresivos. Pero a medida que la melodía sencilla pero sentida llenaba el espacio, algo sutil comenzó a cambiar. Una ligera inclinación de cabeza, un suave movimiento de un apéndice, una mirada menos rígida. La música, aunque extraña, vibraba con una cualidad intrínseca que resonaba incluso en sus corazones lógicos.
Dartol continuó tocando, intercalando los ritmos ordenados que conocía con las nuevas melodías y armonías terrestres. Tomó una flauta dulce, regalo de un músico callejero, y su sonido alegre se mezcló con las resonancias cristalinas del piano. Luego, intentó recrear los potentes acordes de una guitarra eléctrica con un dispositivo sónico terrestre adaptado a la tecnología kepleriana.
Lentamente, la rigidez de su sociedad comenzó a ceder. Los niños, con su curiosidad innata, fueron los primeros en dejarse llevar, moviendo sus extremidades al ritmo. Los adultos, inicialmente escépticos, se encontraban tarareando inconscientemente las melodías pegadizas. En cuestión de días, Kepler 2 ya no era un planeta de silencio. El aire vibraba con una cacofonía incipiente que pronto se transformaría en armonía.
Nació así la música kepleriana. Las estructuras lógicas de su sonido ancestral se fusionaron con la libertad melódica y la riqueza emocional de la música terrestre. Surgieron géneros inesperados: el astro-jazz, con sus improvisaciones cósmicas sobre bases rítmicas precisas; el techno-plasma, con sus pulsaciones energéticas y secuencias armónicas complejas; y el baladón orbital, canciones lentas y emotivas que exploraban sentimientos recién descubiertos.
Dartol no solo había llevado instrumentos y canciones; había importado un lenguaje universal que desbloqueó una dimensión completamente nueva de la existencia para su gente. La alegría se extendió como una onda sonora por todo el planeta. Las formas geométricas de su arte adquirieron ritmo, los colores danzaron con las melodías. La comunicación se enriqueció, permitiendo la expresión de la alegría, la tristeza y el asombro.
Y la leyenda de Dartol trascendió Kepler 2. Inspirado por el cambio que había sembrado en su propio mundo, y con el apoyo entusiasta de su gente ahora inmersa en un universo sonoro, Dartol se convirtió en un embajador interestelar de la música. Utilizando su nave, ahora equipada con un sistema de amplificación cósmica, viajó a otros planetas que, al igual que Kepler 2 en su pasado, vivían en un silencio absoluto. Con paciencia y pasión, les hablaba de la Tierra, el planeta que cantaba, y les mostraba la magia que nacía de la combinación de sonidos y emociones. Llevaba consigo sus instrumentos, las grabaciones de las diversas melodías terrestres y las composiciones únicas de Kepler 2. En cada nuevo mundo, la reacción inicial era la misma: incredulidad y desconcierto. Pero al igual que en su hogar, cuando las primeras notas llenaban el aire, algo cambiaba. Rostros se suavizaban, extremidades se movían tímidamente, y una chispa de curiosidad se encendía en sus ojos. Dartol no solo compartía la música; compartía la alegría, la conexión y la expresión que esta permitía. Su viaje se convirtió en una odisea sonora a través de la galaxia, llevando el ritmo y la armonía a los rincones más silenciosos del universo. Y así, la leyenda de Dartol creció, no solo como el que trajo la música a Kepler 2, sino como el sembrador de melodías cósmicas, uniendo mundos a través del lenguaje universal del sonido, haciendo que, en cada planeta que comenzaba a cantar, una nueva constelación de estrellas brillara con una luz recién descubierta.
Editado: 30.04.2025