Day Z T4 Sin Destino Alguno

Prólogo

Balanceándome sobre una pierna, caí de rodillas a la tierra y ensucié mi pantalón de cuero. En ese momento parecía inútil limpiar el polvo que se acumuló en la parte baja de la prenda, pero por capricho lo hice y saqué gran parte de la mugre.

Estaba agitado, mareado y con unas náuseas irrefrenables. El ambiente no era de conveniencia tampoco. Me intimidaba el manto oscuro de la noche. Uno la pasaba bien a altas horas de la madrugada, pero justo en aquel momento donde ni estrellas vestían el cielo, el miedo corría con exigencia por mis venas. Era una noche despiadada y sin corazón.

Quise vomitar sobre la tierra que empezaba a empaparse por las pequeñas gotas que caían de una nube pasajera. No pude. Solté el hacha y apoyé ambas manos en el suelo, esforzándome para expulsar el mal que amenazaba con escalar velozmente mi garganta. Una presión en el pecho también me invadió, alargando la lista de los males que estaba padeciendo.

Cuando fijé el rumbo de mis ojos a la derecha, clavé mi atención en el hacha de talar que había dejado en el suelo. Por instinto la solté, pero en ningún segundo me percaté de haber estado sosteniéndola. Desconociendo mis intenciones al cargarla, la volví a sujetar y, con un esfuerzo proveniente de no sé dónde, me puse de pie y retomé el camino.

Arrastrando la punta aguzada del hacha fui marcando todo el recorrido por la calle de tierra. Apenas requería de las fuerzas necesarias para desplazarla con una mano, por lo que el hacha caía y trazaba una fina línea por todo el recorrido que había hecho hasta el momento. No fue hasta ese entonces, con aquel detalle captado, que me di el lujo de analizar mi entorno. Y es que solo era consciente de que le temía a la noche, a la frívola oscuridad que me susurraba cosas terribles sobre mí y mis amigos.

Subí una colina a través de un camino de tierra, crucé por un pasillo de cabañas (muy asemejadas a las de un pueblo con poco desarrollo infraestructural), y era hasta ahora que me cuestionaba cómo nunca se me dificultó escalar hasta aquí, porque justo en estos instantes mi cuerpo sufría unos efectos repercutores para la misión que debía cumplir.

¿Cuál misión? Aún seguía siendo un misterio. Caminaba, respiraba y mi corazón latía porque me mantenía despierto para cumplirla. Un sonido incesante y que punzó mi subconsciente me encaminó a que me dirigiera a su ubicación actual. Pero al llegar a la cresta de la colina, que se veía cortada por un portalón de madera, desconocí hasta mi nombre.

Empujé el portalón, el cual era muy parecido a los de la entrada de un campo. Al ingresar al terreno, vi esparcido por todo él una cantidad de cuerpos abrumadora. La naturaleza de alrededor comenzó a arder, a ser consumida por el fuego. Esquinas de humo se levantaron hacia el cielo.

Mientras caminaba por entre los muertos, reconocí algún que otro cadáver. Mis ojos amenazaban con lagrimear de la impotencia cuando descubrí que, por alguna razón, todo se me era indiferente. Los cuerpos allí, tirados y desperdiciados como si no valieran nada, eran de gente conocida, muy apegada a mí, pero que no conocía del todo.

Sabía que aquellas personas eran importantes para mí, que significaban algo verdadero en mi vida, que me las crucé en una etapa crucial de mi supervivencia, pero sencillamente no las reconocía. Un signo de interrogación se les incrustó en su rostro. No me permitía ver quiénes eran.

Al haber adentrado más el campo, avisté a lo lejos dos cabañas de aspecto rústico, entre ellas un espacio no tan grande para aparcar los vehículos, hablaba de un garaje abierto.

Los hogares cargaban un pasado sosegado y apacible. Espantaba los inquietos males que a veces flotaban por el aire en busca de herir a la gente benevolente. Si alguien viviera allí, sería de corazón puro y dadivoso.

Un susurro me alentó a entrar a una de esas cabañas, la de la izquierda, que contaba con mejor presentación que la otra. En tan solo segundos llegué a la puerta de esta, que abrí de una forma sutil y sin intención de perturbar la tranquilidad en la zona. Pese a que los árboles y el césped del exterior estaban siendo devorados por el incendio provocado, las cabañas permanecían en paz, como si alguien no dejase que el fuego se acercara.

Una silla me impidió abrir la puerta en su totalidad, por lo que me tuve que encoger para caber por el estrecho agujero. Cuando por fin pude y mi esternón volvió a su estado normal, me llevé una buena impresión al ver cuán deplorable era el interior de aquella casa: sillas distribuidas por todo el salón, la mesa volteada y con los cubiertos en el suelo, el sofá destejido, con media parte cortada y la cocina hecha un desastre.

La propagación del miedo entre aquellas paredes era brutal. Como si fuese una ráfaga de viento proveniente de un huracán, me atrapé los brazos con las manos y me resguarde en mi propia seguridad. Apoyada en una pared, con las piernas deslizadas por la madera podrida del piso, distinguí a Rose con una bola de mantas en su brazo.

Quise ir a su rescate y preguntarle qué estaba haciendo allí y por qué a ella sí la reconocía entre aquel montón de muertos, pero una sombra se apareció cuando apenas di un paso.

Negra como la nada misma. Aquel ser ennegrecido dejó de darme la espalda y clavó sus filosos ojos en mí. No los veía, era una mancha oscura con figura humana, pero era bien consciente de que me estaba condenando discretamente con los ojos.

—Llegaste para salvarlas, ¿no es cierto? —inquirió una sinuosa y traicionera voz—. Sabía que lo harías. Siempre pretendes ser el héroe.

Como si fuera dada la orden, la cabaña entera empezó a temblar y a ser parcial con la sombra. Los cuadros de la pared se descolgaron y desvanecieron cuando tocaron el piso, el cajón de los cubiertos cayó y se partió en mil pedazos, las paredes se agrietaron y distinguidos huecos fueron las raíces del problema, parecido a que una persona se estrellara contra ella.




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