Nicolás suspiró con pesadez. El sol lo cegó por pocos segundos cuando levantó los ojos para medir la hora a través de él. Calculó que faltaba poco para el atardecer con la posición de la estrella. Al final de todo, la escuela no le enseñó ninguna cosa útil, ya que aquello lo aprendió en un foro de gente anónima por internet.
Estaba relajado, sentado en una banca de madera y con los brazos extendidos en ella. Él tenía la tonta tendencia de tomar aire puro cuando los problemas rebasaban la copa de la paciencia. Respirar lo hacía todos los días, pero claro, en su patrón de relajación entraba en juego la psicología, que cuando no daba a basto de los conflictos sentimentales, se apartaba del resto por unos momentos para sentir el aire surcar en su organismo, como si formara parte de él. De aquella forma, un tanto rara a ojos de los demás, por lo menos liberaba una pequeña parte de esa carga que tanto lo había agobiado como para recurrir a aquel molesto método.
Aunque ahora mismo su alrededor no contribuía en la rutina para aliviar sus males. Cuando abrió los ojos de par en par, la figura entusiasmada y fogosa de Rafael brincando en un mismo lugar captó su atención por completo. En corto tiempo y con las inquietudes un poco dispersas, se recompuso y volvió a enderezarse en la banca.
Estaban a las afueras del club, a un costado de la calle principal. Paul los citó bien temprano a un par de ellos para hacer unas pruebas relativas a los muertos. Tiempo atrás, cuando llegaron de la escuela con las noticias del nuevo subtipo de infectado, Paul comentó curiosidades de la libreta en la que registraba procesos de los que él se encargaba. Pues, para sumar a aquel registro, decidió poner en prueba a un corredor, y para ello necesitó de la fuerza física de algunos integrantes, los cuales no todos se mostraron tan convencidos ante la propuesta, pero por una aceptación del líder quien se manifestó a favor del experimento, acabaron aceptando tan solo para hacer de lamebotas.
Típico de ellos. Por supuesto que Nicolás no tardó ni una milésima de segundo en desentrañar sus intenciones. Le causaba risa que a veces lo vieran de aquella manera tan surrealista.
Peter: —¡Hey! —Rafael giró la cabeza como un búho, con los ojos exageradamente abiertos del pánico—. ¿Estás listo? —preguntó, y recibió una respuesta afirmativa del otro joven, que asintió sin verlo a los ojos. Dudaba de que él mismo hubiese hecho aquella acción, a esas instancias estaba completamente dominado por el miedo de ser correteado por una bestia necrófaga que lo único que ansiaba en la tierra era despedazarlo palmo a palmo.
Peter, reforzando su postura para mantener el equilibrio, apretó más fuerte el cable con el que sostenía al corredor. Sí, tuvieron que ir en busca de un muerto, aunque no se vieron obligados a alejarse demasiado para encontrarlos. En la entrada de un local de ropa abandonado, tumbado sobre la alfombra de "bienvenida", aquel corredor parecía estar descansando de su ardua cacería. Solamente le enredaron una soga que envolviera el torso y atrapara los brazos, para después utilizarlo como una correa.
Paul, un poco más lejos y con la protección de un Emiliano impaciente a su lado, destapó el bolígrafo y se llevó la punta al mentón, pensativo. Si todo salía como lo planeado, la teoría se reforzaría aún más. Puesto a que había pasado varios días para que una cantidad considerable de corredores se acumularan en un mismo salón, la nueva etapa de la infección apareció mucho antes y ellos corrieron con la suerte de no topárselos.
Peter: —¡A la de tres! —anunció como si se tratase de un juego, pese a que la bestia amarrada no opinara lo mismo—. Uno... —Rafael intentó acomodarse en un vano intento de mantener el equilibrio—. ¡Tres!
Sin previo aviso y dejando boquiabiertos a todos, soltó la parte de la cuerda que tenía amarrada en su muñeca. El corredor, al dejar de sentir una fuerza opuesta que lo empujaba hacia atrás, salió escopeteado y con ello se tropezó. Pero en un giro dramático se puso de pie sin el apoyo de los brazos, lo que dejó a todos titubeando.
Rafa, ya a un par de metros de distancia de él, respiró agitadamente, amenazando con ahogar cientos de gritos en busca de clemencia. Al fisgonear hacia atrás se percató de la distancia que había acortado el muerto, que encarnizadamente ladeaba la cabeza hacia ambos lados y clavaba los ojos rojizos en él, con una demencial sed que debía saciarse.
El corredor, aún con la soga rodeando y apretando mitad de su cuerpo, se las apañaba para tomar más carrera que el chico. Ni siquiera un estúpido tropezón pudo desventajarlo, ya que se colocó de pie en unos instantes, impidiendo que Paul captara con detalle qué movimiento fue el que hizo.
Emiliano observó preocupadamente al médico, quien anotaba con rapidez en la libreta, su muñeca ardiendo en todo el proceso. Luego volvió la mirada a la cruel escena. Se mordió la mitad del labio imaginando un final en el que llorarán.
Rafael, el más perjudicado del asunto, infló y desinfló el pecho con desesperación, empezando a sufrir los estragos de la adrenalina y el ejercicio constante. No quería mirar atrás, sabía que si lo hacía se encontraría con la muerte misma, con un muerto viviente hambriento que deseaba masticar los trozos de su piel. Con todos los pensamientos y la voluntad en contra, movió la cabeza un poco y de refilón vio el rostro mugriento y putrefacto del infectado cada vez más cerca. Como si de su ángel de la guarda se tratase, pudo sentir unos dedos rascarle la espalda y provocarle escalofríos.
Rafa: —¡Mierda, no voy a llegar a la meta! —gritó eufórico—. ¡Matenlo! ¡Matenlo de una vez!
El corredor chasqueó la mandíbula en protesta a ello.
Briggs: —¡Agachate!
Sin pensárselo dos veces, se lanzó a un costado del moreno, a una porción de césped en la que cayó y pudo respirar en paz. No tardó demasiado en escuchar un siseo mudo, y después una baldosa correrse y casi partirse en dos. Cuando se dio vuelta con las fuerzas que le restaban, vio al corredor tumbado en el piso, con una grieta de sangre tapando su rostro de diestra a siniestra, y al costado a Briggs regalándole una sonrisa amistosa que encubría un sarcasmo siniestro. El muchacho destrozó la cabeza de la criatura con una palanca que ahora colgaba de sus dedos.