Day Z T4 Sin Destino Alguno

Capítulo 2

Con el tenedor removió la comida por todo el plato, jugando con ella y manchando cada rincón de la superficie circular. Ladeó la cabeza hacia un costado y apretó los labios.

El comedor estaba callado y solitario. Ella era la única ahí desayunando. Se levantó un poco más tarde del horario habitual y apenas pudo dar dos bocados a la comida que Stacy le dejó preparada. Solo movía los trozos de pollo de un lado a otro, descarriada en sus pensamientos.

Los ojos grises, de manera pausada, barrían el plato con la comida intacta. Intentaba de vez en cuando llevarse un bocado, para después no sufrir las secuelas de no haber ingerido nada de comida, pero por más ahínco que le dedicase, no podía convencerse a sí misma de salir de aquella propia bola que la incendiaba por dentro.

Nicolás. Rose. Sus labios. Juntos.

Al pensar en ello no sentía rencor ni desilusión. Si reparaba mejor en lo sucedido, hasta a ella misma le costaba decidir cuáles eran las sensaciones que le provocaron aquel encuentro y qué veredicto tenía. Sí, cuando los tuvo que ver besarse sintió una aversión desde las profundidades, y diría que aún hay manchas de aquel asco repentino y podrido. Pero bien era cierto que, pese a odiar a Rose y a lo sucedido, cuando aquel recuerdo se le venía a la mente, tan solo los pelos se le ponían de punta y ella, asemejándose a un psicópata insensible a las profanidades de la humanidad, no sentía nada en absoluto.

El momento consumió cada una de sus energías e impulsos del momento. Se había vaciado de sentimientos y palabras. No tenía nada para replicar ni discutir.

Quedó desolada y amargada de por vida. Con tan solo mencionar que Lucía la detuvo para cuestionarle sobre su aspecto ya era suficiente. Y no la echaría al frente, estaba despeinada y ni siquiera se molestó en quitarse el pijama. Sí es cierto que, en comparación a otras personas, descuidaba cada tanto su apariencia, pero no era una vagabunda, sabía qué usar y cuándo hacerlo.

Sintió unos pasos acercarse a la mesa. Una respiración agotada se quejó del trabajo, acompañado de unos aplausos alentadores tras una mañana laboral. El cuerpo tomó asiento a su lado y hundió el banco. A Roma se le colocó la piel de pollo cuando, de refilón, percibió el semblante gastado de Nicolás.

La culpa recorrió con salvajismo en el cuerpo y las imágenes de ayer le carcomieron la cabeza. ¿De veras debía sentirse incómoda y con el espacio invadido cuando su novio se acercaba a ella? Aún no podía ni clavarle los ojos encima después de lo de ayer. Realmente la afectó.

Sintió un cálido y cortés beso plantarse en su mejilla. Los mismos labios desleales de anoche le estaban gritando que la amaban, pero ¿acaso debía seguir creyendo una palabra de eso?

Nico: —Pido disculpas por no haber podido llegar antes a desayunar con vos —se sinceró, rascándose la nuca—, es que con los chicos estamos planeando una búsqueda de recursos y sinceramente tengo la cabeza devorada.

"¿Solo por eso te disculparás?", inquirió Roma, escupiendo imaginariamente la cara a Nicolás por su destrato y mentira contínua. ¿Hasta dónde alargaría esta farsa?

Nico: —Solo espero que todo salga bien —dijo, después de no recibir una contestación de Roma, y frunciendo las cejas por esto.

Roma: —¿Y cómo es esa búsqueda? —preguntó con la voz rasposa, fijándose en la comida del plato y con un desinterés que ella misma denotaba a propósito.

El chico volvió a extrañarse y encogió los labios, discrepante.

Nico: —Digamos que nos garantiza una próspera temporada con reservas para alimentar a grandes grupos de personas —añadió muy por encima, desenfocado por la actitud tan reservada de su novia—. ¿Estás bien? —se atrevió a preguntar, y cuando quiso tomarle la muñeca para comprobarlo, Roma la corrió en un acto reflejo—. No lo estás.

Roma: —Perdón —espetó involuntariamente después de la falta de respeto por correrle la extremidad. La reposó donde antes y Nico la encerró con los dedos—. Es solo que me duele la cabeza —mintió.

No se le vino otra forma de pasar desapercibida si no era mintiendo. Era muy pronto para arrojar la mierda de anoche. Ni siquiera ella estaba mentalizada como para hacerlo, y cuando el chico hizo contacto con ella, nuevamente los pelos se le erizaron y temió que esto lo notase Nicolás.

Sorpresivamente se puso de pie y la jaló hacia él.

Nico: —Vamos con Paul, que te revise si es que tenés algo —dijo sin siquiera darle a elegir, puesto que ya había tirado de ella.

No le quedó otra opción más que asentir y acompañarlo. Era la primera vez que se sentía engañada caminando de la mano con él, como si el resto de veces hubiera sido una mentira desde el principio, desprestigiando cualquier sentimiento o planes a futuro en aquel momento.

Nico abrió las puertas de la enfermería de par en par. Paul sonrió y los recibió con gratitud, agradeciendo la visita. Después de que el chico le explicara el estado de Roma, se despidió y dijo que debía volver para seguir organizando el plan. Roma agachó la mirada levemente y, para su mala suerte, se vio obligada a regalarle una sonrisa fingida y con cero sensaciones a Nico, que desapareció cuando las puertas se cerraron.

Paul: —Bien, Roma, lo que te sucede es más que seguro un estrés nacido a causa del trabajo —se acercó a un cajón y retiró una caja de pastillas, de las cuales se quedó con una—. Estadísticamente es el problema más concurrente en el club. Muy pocos saben ese análisis, pero a cada rato llega uno con jaqueca o un mareo que le hace sentir que el mundo se irá abajo —bufó—. Son chorradas que como adolescentes a veces no conocemos ni nos explican, pero solo deberían reducir el sobreesfuerzo que las tareas diarias le imponen.

Se aproximó a la joven con un diminuto vaso de agua y una pastilla. Ella intercaló la mirada entre ambas manos.

Paul: —Tené, si te tomas esta pastilla los efectos reducirán en un porcentaje considerable los...




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