Un cuerpo cayó sin vida al suelo, silencioso cuando impactó. De un agujero en la parte posterior del cráneo se derramó mucha sangre oscura, que empapó la suela del zapato del chico, quien de inmediato se sacudió asqueado, pero más preocupado por no ensuciar las botas que tanto le costaron limpiar a Stacy. Lo asesinaría si descubría que él las había vuelto a manchar.
Nico: —Agh —arrugó los labios—. ¿Te conté que me está dando asco matar a estas cosas últimamente? —observó con desagrado el cuerpo fallecido.
Pese a que estuvo meses con esta rutina, una rareza ocurrió que le impedía seguir con normalidad la obligación de deshacerse de aquellos cuerpos sin vida andantes. Apretó con la punta del zapato una costilla del caminante. No se movió, pero sintió como se hundió más de lo normal la piel. Posiblemente el hueso llevaba semanas podrido.
Emi: —Es como si estuvieras sensible —se burló, y su mejor amigo lo acompañó en la risa—. Ahora, sé directo, ¿qué era lo que tenías para decirme? —buscó el tronco de un árbol para descansar la espalda.
Nico: —Bueno... —se acercó con los brazos cruzados—, es acerca del plan.
El otro chico alzó las cejas. Se esperaba más un dilema sentimental por el lío que le contó hace poco.
Emi: —¿Qué sucedió con el plan?
Percibió la preocupación de su amigo. Relajó las aguas y, tras haber limpiado la sangre en el filo de su hoja oculta, prosiguió:
Nico: —Resulta que Peter descubrió que una horda se moviliza por la ruta 9 —Emiliano se llevó la mano a la frente—. Solo obstruyen el paso hacia Roldán y Funes. Como son locaciones que acordamos registrar, debemos hacernos cargo.
El pulso se aceleró. Por más que Nicolás intentara aligerarlo, la noticia era alterante. No solo se encargaron de ingeniar la maniobra con mucha astucia, sino que ahora una interferencia les impedía ejecutarla correctamente. Se metieron en muchos apuros. No podían solamente elegir otros pueblos a los que ir y evadir la situación, ya que también corrían riesgo de que aquella horda entrara a la ciudad, porque estaban en camino a ellos.
Emi: —¿Sabemos cómo solucionarlo? Es decir, ¿pensaron en algo? —inquirió desesperado, en busca de una respuesta inminente.
Nico: —Briggs sugirió usar una distracción para redirigir a la horda.
Emi: —Buena idea —apuntó—. ¿Con qué llamaríamos su atención?
Nico: —Esa es la duda —confirmó decepcionado—. Teniendo en cuenta que es una manada y sería muy arriesgado exponer a uno de nosotros para llamar la atención, no nos cae otra idea —aceptó derrotado.
Indudablemente se encontraban en aprietos. Era duro de digerir, pero debían lidiar con ello. Justo cuando uno asume que no hay salida, es cuando más busca.
Emi: —Les atrae una luz potente, un ruido explosivo que los haga enojar y algo en constante movimiento —dijo, analizando a profundidad el comportamiento de los muertos.
Según el estudio de Paul con los novedosos infectados, en la mayoría eran idénticos a los caminantes, solo que corrían, por algo decidieron apodarlos Corredores. Sin embargo, si coincidían en características y había algún corredor infiltrado en la manada de caminantes, no sería tan complicado idear una operación que funcionara para todos.
Al parecer con unos minutos de silencio y profundidad, las palabras de Emiliano hicieron eco en su mejor amigo. Cuando Emi volteó los ojos para aportar otra propuesta, se chocó con un rostro enigmático.
Emi: —¿Alguna idea fabulosa? —preguntó, consternado por el ceño de su compañero.
Nico: —Fuegos artificiales —reveló lentamente, convencido y seguro de sí mismo como médico que descubre la receta medicinal de ensueño. El otro chico asintió no tan conquistado por la idea—. Los distraeremos con un festival de luces en el cielo, sonidos estallantes y chispas cayendo hasta los tejados de la casa —hizo como si soltara una bomba con una mano. Se sentía tremendamente orgulloso de su idea.
Emi: —La verdad que suena atractivo, pero ¿de dónde piensas sacar pirotecnia? Dudo mucho que la encontremos en cualquier casa a la que entremos —dijo con un poco de pesimismo.
Nico: —Estamos en calle Lamadrid. Hay un cotillón a unos veinte minutos de acá —revisó su muñeca y chequeó la hora en el reloj que tomó prestado de la habitación de Peter. Eran las cinco de la tarde—. Es el Cienfuegos. Queda en zona céntrica, pero como dije, está cerca.
Emi: —¿Veinte minutos? —preguntó, y su amigo pasó fugazmente a un costado suyo. Cuando se dio cuenta que iba en dirección al vehículo, corrió tras él y lo agarró del brazo, deteniéndolo—. ¿Cómo estamos seguros de que funcionará?
Nico: —Iremos en busca de la pirotecnia, llegaremos con ella y lo discutiremos. Tené calma —intentó librarse, pero su amigo volvió a insistir—. ¿Qué es lo que te preocupa de todo esto?
Emi: —Haremos mucho ruido.
Nico: —Pues esa es la idea —reafirmó con la mirada, pensando que Emiliano le estaba haciendo un chiste.
Emi: —¿Y si otros corredores van hacia los fuegos artificiales y encierran a los que los encienden? Hemos comprobado que uno por poco casi atrapa a Rafael.
Nicolás entrecerró los ojos. En un principio, su amigo se mostró muy positivo con la idea, ¿por qué ahora se cambió de bando? Si se lo hubiera contado a Peter o Rose, no dudarían en acatar la propuesta y sentenciar el plan de una vez por todas. En estos últimos días conoció el lado pesimista de Emiliano. No lo culpaba, sabe que se debió a la aparición de nuevas criaturas. A fin de cuentas, su sensibilidad también era causa de aquel inesperado surgimiento de los corredores.
Ser consciente de que un terror más peligroso los acechaba y ostentaba más aptitudes que ellos, era muy agobiante para la mente misma. No le extrañaba que estuviera durmiendo más de la cuenta. Volvía destrozado de cada expedición. Aunque claro, el único encuentro con esos extraños seres, en multitud, fue en el instituto; quitando eso jamás volvió a tener un imprevisto así.