La camilla se sacudió y expulsó un sonido muy agudo. Rose se levantó bruscamente, empapada de sudor y con la respiración agitada. Si cerraba la boca e intentaba volver a tomar aire por la nariz, se asfixiaba.
Lo primero que vio fue a un médico, alertado por su condición, acercándose a ella con un vaso de agua.
Paul: —Hey, tranquila —dijo como consuelo—. Tu temperatura se empezó a normalizar y es completamente rutinario que te sientas confundida —explicó sin soltar muchos detalles. De primeras debía ir con un discurso claro y unas pocas indicaciones—. Acostate de vuelta y toma un poco de agua —le alcanzó el vaso.
Rose, de primeras, no supo la forma de comprender sus palabras, y al parecer Paul se percató de eso. Con el pasar de los segundos, lo obedeció y se recostó. Una vez que volvió a beber un poco de líquido, sintió que había recuperado las energías. Quiso bajarse el vaso de un sorbo, pero Paul no se lo permitió. Se prometió a él mismo que sería gentil y comprensible, aunque estaría dispuesto a quebrar ese pacto si ella misma buscaba atentar contra su recuperación.
Rose: —¿Qué fue lo que pasó? —se fijó en los muebles del cuarto, con el mareo desapareciendo de a poco gracias a las intravenosas en uno de sus brazos—. ¿Me estás suministrando algún tipo de droga? —preguntó, capturando uno de los tubitos con sus dedos, aunque Paul se la arrebató y volvió a colocarla en su lugar.
Paul: —Es una sonda que me permite administrarte líquidos directamente a tu flujo sanguíneo. Acelera tu recuperación. Soy consciente de que no te agrada pasar tanto tiempo acá.
Rose corrió la mirada, avergonzada.
Paul: —Y respondiendo a tu otra pregunta, te encontré tirada en el suelo, con el conocimiento perdido.
Rose: —¿Qué me sucedió? —exigió saber con más datos clínicos.
Paul: —Te bajó la presión arterial —anunció—. Es el signo más común en gente anciana —bromeó y Rose negó con la cabeza, socarrona—. También tuviste un sufrimiento emocional a gran escala; te bajó el ritmo cardíaco y te devastó mentalmente, es por eso que te costó acomodarte en la realidad —apuntó, y la chica le dio la razón, más que nada porque seguía un poco perdida en el limbo, intentando recuperarse de la zambullida que recibió por parte de su propio cuerpo—. Pero lo que más te afectó, sin dudas, fue la reacción desproporcionada de tu cuerpo ante la pelea.
La joven abrió los ojos. En aquel momento su subconsciente quiso cubrirse con las sábanas de la cama médica. Sufrió una gran ceguera sobre en dónde se encontraba y qué había sucedido con ella, en eso no se equivocó el chico formado profesionalmente. Pero Rose se despertó pensando en aquella pelea, en que Roma se levantaría del golpe y seguiría dando de qué hablar. Al despertarse, un miedo voraz volvió a estrellarse contra su pecho y, muy seguramente, es por eso que Paul la tranquilizó.
Paul: —Es imposible que me engañes, Rose —dijo tajante, después de verla sumergida en un silencio sepulcral que no era de negación, sino de humillación, de que aún prevalecía el bochorno en el que se metió—, a mí o a cualquiera. Tus contusiones y las de la otra hablan por ustedes. Además, el despelote que dejaron allá atrás no se puede disimular. Por suerte, Rafael estaba disponible así que lo envié para que se encargue de limpiar todo.
¿La otra? Oh, no. Roma...
Parte del cuerpo le tembló al recordar los momentos previos a ser ingresada a la sala médica. No fue hasta que se puso a indagar con más atención la sala que la vio descansando en la camilla de enfrente. Teniendo en cuenta que la vio en un estado iracundo, le sorprendió verla adormitada, con aquel tono frágil devuelta en sus mejillas. Probablemente ni sus padres jamás la vieron como ella lo hizo hace unas horas: juraba que tenía a su asesina delante de ella.
Sentía un fuego recorrer las venas de Roma desde la distancia. El calor de él la golpeaba como alguien cuando se acerca a un volcán en erupción. Había emanado tantísimo odio que estuvo a tan poco de incendiar el polígono con las cenizas de su rencor y las chispas de su instinto homicida.
Paul: —Si no te molesta que pregunte, ¿qué fue lo que pasó?
Cuando apenas ingresó al polígono no quiso ni detenerse a preguntarse qué carajos ocurrió. Bueno, más bien no pudo, ya que temía por el bienestar de ambas jóvenes y debía actuar con rapidez. Pero cuando hizo mención a la chica detrás de él, la piel se le erizó al notar cómo una inestabilidad emocional dio una inmensa escalada hasta las facciones de Rose: contrajo el rostro y se resguardó dentro de un boquete mental, seguramente queriendo evitar los recuerdos que de a poco revivían. Es más, a lo mejor pensó en quitarse la intravenosa, ya que, como él le informó, ayudaba a que su recuperación sea rápida, y lo que menos quería era tener de vuelta esas imágenes fatídicas en su cabeza.
Rose: —No sé lo que pasó —dijo con un resoplo. Ladeó la cabeza hacia un costado, intentando no derrumbarse ante una sinceridad que le debía al médico que la rescató—. Es algo que simplemente sucedió. No entiendo cuándo comenzó o que nos empujó a esa situación. Solo sé que no hicieron falta más de diez minutos para que nos veamos envueltas en una pelea casi a muerte.
No lograba el cometido de encontrar las palabras justas y necesarias para definir lo que ella quería. Realmente tenía un dolor profundo en su alma. ¿Quién de sus conocidos le apostaría que en un futuro se iría de las manos con otra mujer? Ninguno, porque nunca fue aficionada ni a un intercambio de insultos. Era inútil intentar darle un significado a algo que ni estaba cerca de tenerlo.
A veces la vida permitía que sucedieran cosas inesperadas, que en un principio no estaba entre los planes, y en ocasiones no entraba en la lógica de nadie. Pero sucedían por algún motivo, para que de esa situación naciera algo, comúnmente para el beneficio del victimario. Si de algo servía todo esto es que el humano estaba lejos de comprender los códigos con los que se manejaba la propia vida.