De amores y mentiras.

4| Pequeños recuerdos.

— ¿Te ayudo con eso? -me quedo paralizada al escuchar esa ronca voz que comenzaba a ser muy familiar para mí -eres muy bajita, ¿te lo habían dicho?

— No soy bajita, -me giro para enfrentarlo y me sorprende que esté muy cerca mío, lo cual me aflora los nervios -es... que tú... eres demasiado alto.

Sin embargo, gracias a esto también pude apreciar de cerca esos hermosos ojos azules que tanto me gustan desde hace días y en los cuales no he dejado de pensar; son de un azul extraño, un azul frío, pero cambiaban su tonalidad dependiendo la luz. Sus pestañas largas y muy oscuras como su cabello son el marco perfecto para que resaltaran esas pupilas color cielo. Después estaba su sonrisa. ¡Dios mío! Una sonrisa tan perfecta y hermosa, rodeada de una pequeña barba. Y para rematar, estaba esa melena que lo hacía parecer un chico bastante relajado.

Su risa me devolvió a la realidad.

— Naturalmente soy muy alto para alguien de tu tamaño -ruedo los ojos y me separo de él causándole nuevamente una carcajada.

Me encamino hacia la puerta, pero al abrirla no puedo lograr mi objetivo, Enrique me había advertido que la atorara para que no se cerrara, ya que como era muy antigua, no podía abrirse por dentro si no era con la misma llave; pero yo siempre despistada y confiada en que la había atrancado, dejé la llave pegada al pomo. Una nueva sensación recorre todo mi ser y suelto un sonoro suspiro cerrando mis ojos, en busca de tranquilidad.

— Dime que antes de entrar quitaste las llaves de la puerta -sigo de espaldas a él.

— ¿Cuáles llaves? -su pregunta me hace abrir los ojos con ímpetu.

— No es en serio, -suelto con pesar y paso una mano por mi cara -por lo menos dime que traes tu teléfono -doy media vuelta para encarar al canadiense que me observa atento y de brazos cruzados.

— Claro, -lo mostró -pero sin batería.

— Genial, -dejo caer los brazos a mis costados -me acabo de quedar encerrada con el tipo que dice que estoy enana.

— En mi defensa, si lo estás.

— Gracias, que amable -dejo florecer mi sarcasmo.

— Pero una enana muy hermosa -agregó sonriente.

— Seguro -ruedo los ojos.

El silencio reinó en la pequeña bodega de la casa de Enrique y Amanda, sentía su mirada sobre mí y yo me enfocaba en buscar algo que nos pudiese ayudar. Un revoltijo de emociones me invadía, por un lado, me llenaba de emoción el llamar su atención, y por otro aún me generaba algo de desconfianza; no solo que de dijera tales cosas, sino que yo misma desconfiaba que me pudiese gustar tanto en tan pocos días.

De reojo observo a Kaelum, me parece tan despreocupado y aventurero, toda su aura grita libertad. Yo soy fiel amante de las aventuras, pero también me considero una persona muy racional e incluso algo cerrada cuando conozco a alguien nuevo; soy una romántica de closet, amo las historias de amor y el romance, pero cuando se trata de la vida real no sé cómo actuar. Naturalmente anhelo una historia de amor como la de los libros, con drama y romance incluidos, pero esto era la realidad, Kaelum me gusta y por eso su cercanía me hace sentir nerviosa, aún más estando los dos solos aquí.

— ¿Por qué me miras así? -me atrevo a mirarlo.

— Porque me gustas y quiero conocerte –soltó así sin más y pareció que él mismo se sorprendió, como si su subconsciente lo traicionara.

— ¿Eso le dices a cada chica que te llama la atención?

— ¿Me creerías si te digo que no? -sonríe.

— No.

— Lástima, porque esa es la verdad.

Me reí, era imposible que dijera la verdad, él era muy guapo; seguro había un montón de chicas tras él y siendo hombre es obvio que su ego lo orillaría a darles entrada a todas y aprovechar su atención. Aprovechando mi distracción comenzó a acercarse lentamente hacia mí sin dejar de mirarme y sonreír de lado...

— No me crees, ¿verdad? –niego retrocediendo hasta que siento que mi espalda choca con la pared –te lo demostraría, pero no quieres salir conmigo –apoya su mano a mi costado izquierdo, acorralándome contra la pared –quiero conocerte, Kai, –se agacha para estar a mi altura, su voz sale aún más grave – descubrir por qué me pongo tan nervioso en tu presencia y por qué no dejo de soñarte.

— Yo... –escucho el sonido de unas llaves, Kaelum se aleja y la puerta se abre segundos después.

— ¡Ahí estas!, nos preocupamos al ver que no regresabas pronto... -Enrique aparece en el umbral -¿Kaelum?

— Vine por otra botella de vino y no me fijé que Kaira había dejado las llaves en la puerta que ella había dejado atorada y yo sin querer la cerré.

— Sí, creo que sacaré una copia de la llave para dejarla aquí a dentro, sale más barato que cambiar la puerta –bromeó y soltamos una risa, la mía más de nervios que de diversión.

Supuse que Enrique no había puesto mucha atención a la situación, pero qué equivocada estaba, pues tan solo unos minutos después de salir, él y Amanda no dejaban de mirarnos. Sin embargo, tanto Kaelum como yo, hicimos de cuenta que nada había pasado. Pero al día siguiente mientras me encontraba sentada en el suelo acomodando el arreglo central de una mesa que usaría para una demostración que tendría unas horas más tarde con una quinceañera y sus papás, me sobresalté de sobremanera cuando lo vi parado frente a mí.

Se supone que en ese lugar solo estaría yo y sentir su presencia de repente me hizo creer en fantasmas y todo tipo de cosas sobrenaturales, pero al comprobar de quién se trataba me tranquilice, aunque eso no me libró de ser victima de la carcajada que soltó al ver mi estado. Sin decir una palabra, Kaelum se sentó en el suelo frente a mí, llevó una mano a su chaqueta y sacó una caja que contenía una baraja española, me miró seriamente y dijo:

— Te reto a una partida de conquián, si yo gano, sales conmigo y si tú ganas haré lo que tú quieras o... te dejo en paz si quieres.

— ¿Cómo sabías que estaba aquí?

— Pasaba por aquí y vi tu camioneta. No he visto ninguna otra de ese estilo que traiga un logo de The Beatles -suelto una leve risa.




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