El sol de la mañana se filtraba a través de las cortinas entreabiertas, tiñendo la habitación con tonos dorados y cálidos. Me desperté con una sensación de anticipación palpable, un hormigueo en el estómago que anunciaba la llegada de un día especial. Era el inicio de las tan esperadas vacaciones de verano, un momento que había estado contando desde que el calendario marcaba el comienzo del mes.
Durante el último mes, mi relación con Katherine había florecido como una flor en primavera. Nos habíamos vuelto inseparables, compartiendo risas, secretos y confidencias en cada momento disponible. Sus invitaciones a pasar tiempo en su casa se habían convertido en un refugio reconfortante para mí, un lugar donde sabía que encontraría el apoyo y la camaradería de una amiga verdadera.
Y luego estaba él. Klaus. Un enigma envuelto en misterio, con una sonrisa que podía iluminar incluso los días más oscuros. A veces parecía distante, como si estuviera guardando secretos detrás de esos ojos profundos y penetrantes. Pero otras veces, cuando nuestras miradas se encontraban en medio de una conversación o un gesto casual, podía sentir la chispa de algo más, algo que no podía describir con palabras pero que hacía latir mi corazón un poco más rápido.
Me sorprendía lo mucho que me gustaba estar cerca de él, cómo su presencia podía cambiar por completo mi estado de ánimo con solo una mirada o un gesto. Era como si hubiera un imán invisible que nos atraía el uno al otro, incluso cuando intentábamos mantenernos a distancia.
El día de hoy prometía ser especial. Con las vacaciones finalmente aquí, tendríamos más tiempo para pasar juntos. Una sonrisa juguetona bailó en mis labios mientras me preparaba para el día que se extendía ante mí, lleno de posibilidades y promesas de aventura.
No sabía qué depararía el futuro, pero una cosa era segura: mientras tuviera a Katherine a mi lado y a Klaus con su sonrisa cautivadora, sabía que serían unas vacaciones inolvidables.
Pocas veces me encontraba con Jess en los pasillos del instituto. Su mirada esquiva y su actitud distante me dejaban con un sentimiento de desconcierto cada vez que cruzábamos nuestros caminos. Noté que su comportamiento se tornaba aún más extraño cuando me veía cerca de los hermanos Dubois, especialmente Klaus.
Sacudí mi cabeza para despejar los pensamientos. La noche anterior había dedicado horas a preparar todo lo que llevaría para la casa de campo. Revisé mi mochila una vez más, asegurándome de que no me faltara nada esencial. La hora indicaba que en exactamente 23 minutos, Katherine pasaría por mí, y sabía que debía darme prisa si quería estar lista a tiempo.
Con movimientos rápidos y precisos, me apresuré a terminar de arreglarme. Ajusté el cierre de mi mochila, asegurándome de que todo estuviera en su lugar, y eché un vistazo al reloj una vez más. El tiempo parecía acelerarse a medida que el tic-tac del reloj resonaba en mi mente, recordándome la cercanía de la hora de partida.
Los minutos pasaron volando mientras me apuraba, con la mochila al hombro y la expectativa palpable en el aire. Cada paso me acercaba un poco más al momento en que nos reuniríamos para partir hacia la casa de campo. No podía evitar sentir una mezcla de emoción y nerviosismo ante la perspectiva de pasar dos semanas con mis amigos en un entorno completamente diferente al habitual.
Finalmente, llegó Katherine.
—¡Hola, Ava! —exclamó Katherine, saludándome con un abrazo.
—Hola, Kat. Estoy lista —respondí, devolviendo su abrazo con entusiasmo.
Antes de partir, me aseguré de despedirme de mi tía, quien me abrazó con fuerza y me dio algunos consejos para el viaje. Sus palabras de aliento me reconfortaron mientras nos dirigíamos hacia la minivan estacionada frente a la casa.
La mañana estaba fresca y el sol apenas comenzaba a iluminar el paisaje. Observé a Klaus, Jordan y la chica de la cafetería esperándome dentro del vehículo. Al acercarme, recibí saludos cordiales de todos, excepto de Jordan, cuya mirada evitaba la mía.
Con un gesto de agradecimiento, me senté junto a la chica de cabello rubio, cuyo nombre aún no había aprendido.
—¿Cómo estás? —pregunté, intentando romper el hielo mientras observaba a mi alrededor.
—Bien, gracias. Los demás ya deberían estar en camino —respondió ella con amabilidad, señalando hacia la carretera.
¿Vendrían más personas?