La minivan se puso en marcha, y mientras avanzábamos por el camino, me encontré perdida en mis pensamientos. ¿Quiénes más se unirían a este viaje? La idea de conocer a más personas me llenaba de curiosidad sobre qué tipo de aventuras nos esperaban.
El paisaje cambiaba rápidamente a medida que avanzábamos por la carretera, y pronto nos encontramos rodeados de vastos campos y bosques. La conversación entre los pasajeros se volvió animada mientras compartíamos anécdotas y expectativas para estas dos semanas.
Después de un tiempo, la minivan se detuvo en una pequeña área de descanso junto a la carretera. Nos bajamos para estirar las piernas y tomar un poco de aire fresco. Mientras caminaba por el área, noté a lo lejos a un grupo de personas que se acercaban hacia nosotros.
—¡Ahí vienen los demás! —exclamó Katherine con entusiasmo, señalando hacia la distancia.
Con una sonrisa, me preparé para dar la bienvenida a los nuevos compañeros de viaje.
La sonrisa que había adornado mi rostro se desvaneció en una mueca de sorpresa y desconcierto al divisar a Jess entre el grupo que se acercaba a nosotros. ¿Qué hacía ella aquí? ¿Era amiga de los Dubois? ¿Por qué nadie me había mencionado su presencia? Las interrogantes se multiplicaban en mi mente, alimentando una creciente sensación de ansiedad.
Decidí abordar el asunto directamente y me acerqué a la joven que se había presentado como Isabella minutos antes. En un susurro, apenas audible sobre el bullicio de la reunión, le pregunté:
—¿Conoces a Jess?
Isabella asintió con naturalidad y respondió:
—Sí, Jordan la invitó a pasar las vacaciones con nosotros.
Fruncí el ceño, confundida.
—¿Jordan? ¿Son amigos?
Isabella pareció dudar un momento antes de responder:
—En realidad, no sabía que se conocieran.
La confusión se apoderó de mí. ¿Cómo podía ser posible que Jess estuviera aquí, invitada por alguien que, al parecer, tampoco la conocía bien?
Mientras seguía hablando con Isa, el resto del grupo finalmente se unió a nosotros. Se saludaban entre sí con alegría, intercambiando abrazos y risas. Sin embargo, noté con decepción que parecían ignorarme por completo.
El sol comenzaba a desvanecerse en el horizonte cuando Klaus, con determinación palpable en su mirada, decidió que era hora de retomar el camino hacia la casa de campo. El sendero, rodeado de árboles que susurraban secretos antiguos, nos conducía hacia nuestro destino con paso firme. En apenas una hora o dos, divisamos la silueta acogedora de la casa entre los árboles.
—Muy bien, somos 12 y solo hay 6 habitaciones —anunció Klaus, evaluando la situación con pragmatismo—. Vamos a tener que compartir.
Una murmullo de asentimiento recorrió el grupo, mientras cada uno comenzaba a considerar sus opciones. Las miradas se cruzaban, complicidades se formaban en silencio. Jess, con su cabello alborotado y una sonrisa juguetona, se acercó a Klaus con una chispa traviesa en sus ojos. Él, al percatarse de su presencia, le susurró algo al oído, palabras que se perdieron en el bullicio del grupo.
Entonces, como si de un baile de mariposas se tratara, todos se agruparon con aquellos que deseaban tener como compañeros de habitación. Jess, con una expresión de expectativa, se aproximó a Klaus, esperando que él la eligiera como su compañera. Sin embargo, su rostro se ensombreció al recibir una respuesta que no esperaba. Klaus se apartó con delicadeza y se acercó a mí con una sonrisa amable.
—¿Klaus, quieres compartir la habitación conmigo? —inquirió Jess con una nota de esperanza en su voz.
—No —respondió Klaus con calma, evitando su mirada directa.
El silencio se apoderó del grupo por un instante, mientras Jess procesaba la negativa. ¿Qué había sucedido entre ellos? ¿Por qué Klaus rechazaba la idea de compartir habitación con ella? Las preguntas flotaban en el aire, sin respuestas evidentes. Pero en los ojos de Klaus, había algo más que palabras.
Después de varios minutos de silencio incómodo, el grupo decidió ponerse manos a la obra y comenzar a desempacar. Sin embargo, para mí, la inmovilidad se había convertido en una compañera constante. Mientras estaba parada allí, perdida en mis pensamientos, sentí cómo alguien me quitaba la mochila del hombro. Levanté la mirada y me encontré con Klaus, quien me observaba con una expresión de desconcierto.
—¿Qué haces? — pregunté, tratando de ocultar mi sorpresa tras una máscara de indiferencia.
—Te he estado hablando durante los últimos dos minutos y parecías en otro mundo —respondió Klaus con un tono de voz que denotaba su frustración.— Vamos, tenemos que desempacar.
Vacilé por un momento, tratando de procesar la situación. ¿Qué estaba haciendo aquí? ¿Cómo había terminado compartiendo habitación con Klaus durante las próximas dos semanas? ¿Y por qué él me había elegido a mí en lugar de a Jess?
Finalmente, decidí seguirlo. Entramos en la habitación asignada y quedé impresionada por su amplitud.
—Esta es mi habitación —anunció Klaus, señalando a su alrededor con orgullo.— Hay espacio suficiente en la cama para los dos, pero si no te sientes cómoda, puedo dormir en el piso.
Sus palabras me hicieron darme cuenta de lo poco que había pensado en las implicaciones de esta situación. Compartir habitación con Klaus durante dos semanas iba a ser un desafío, pero también una oportunidad para conocernos mejor.
—Está bien— respondí finalmente, tratando de ocultar mi nerviosismo.— Luego veremos qué hacemos.
Esta experiencia iba a ser todo menos aburrida.