De sirvienta a señora

2. Humillada

Ojalá me hubiera ido con mi madre al hospital, pero la señora Aylin se lamentó con mi mamá, diciéndole que se sentiría sola sin tenerla a su lado. Mi madre no dudó en pedirme que me quedará junto a la señora.

— Eres una chica muy trabajadora. — Me dijo la señora Aylin, que salió de la bañera. — Tal vez podrías ser la sirvienta de Marietta cuando se case con mi hijo, ¿qué te parece?

Ayudé a la señora a ponerse la bata, con la cabeza baja. Podía sentir su mirada de desprecio hacia mí, era la misma sensación que había sentido tantas veces de ella hacia mi madre.

— Claro, señora. — Dije, con respeto, sin levantar la mirada.

La señora Aylin me apartó bruscamente con un empujón, caminando luego hacia la habitación donde otras sirvientas la esperaban.

— ¿Qué pretendes hacer si mi amada sirvienta Samantha se muere? — Me preguntó la señora Aylin. — Podrías ocupar su lugar a mi lado, eso sí, no puedes aparecer embarazada como tu madre. Samantha me decepcionó tanto que… Iba a criar niños que no eran los míos.

Las sirvientas atendían a la señora Aylin, pretendiendo fingir que no escuchaban sus crueles palabras.

— Lo siento, mi madre cometió un error al enamorarse de ese miserable hombre. — Pronuncié las palabras que mi mamá siempre repetía.

La señora Aylin se rió, asintiendo.

— Es un miserable que se robó la inocencia de mi sirvienta Samantha. — Se llevó la mano a la cabeza, suspirando.

Para ella, mi madre hizo algo horrible y mi nacimiento y el de mi hermano fueron un pecado.

— Lo siento… — Odiaba esa situación.

Quería que mi madre entendiera todo lo que la señora le hacía, como la trataba, y que nos fuéramos de allí. Pero recordando las palabras de mi padre, no éramos nada para ella, para mamá solo existía su señora Aylin, con la cual creció y a la que acompañó toda la vida.

Con la cabeza hundida en la mesa de la cocina, miré mi teléfono móvil esperando un mensaje de mi madre.

— No te agobies por lo que dijo la señora Aylin. — Me agarraron de los hombros y me incorporé mirando a la madre de Elena.

En la cocina todavía continuaba el alboroto de los cocineros, que se preparaban para preparar la cena. La mayoría de los invitados se quedaron en el Castillo Loughty a pasar la noche, eso hacía que la fiesta del té se extendiera hasta una fiesta nocturna.

— Cuando estoy con la señora intento que no me molesten sus comentarios. — Le dije a la señora María Luisa.

— Eres una hija ejemplar. — Me elogió María Luisa.

— Rosela. — Una de las sirvientas de la señora Aylin entró en la cocina, llamándome.

Me levanté de la silla, los demás empleados en la cocina me miraron con una mezcla de lástima y preocupación.

— Sí, Lourdes. — Dije, acercándome rápidamente a ella.

Cuando mi madre no se encontraba en el Castillo, Lourdes era la jefa de las sirvientas.

— La señora quiere verte enseguida. — Me habló Lourdes, sería y subiéndose sus lentes. — Vamos.

Lourdes caminó delante y yo miré a María Luisa, que me sonrió, moviendo sus labios sin pronunciar casi sin ningún sonido.

— Te prepararé tu plato favorito.

Sonreí a María Luisa y luego seguí a la jefa de sirvientas. Lourdes me llevó por los pasillos del Castillo Loughty, pasando por varias estancias donde los invitados estaban reunidos en pequeños grupos.

Entramos en una de las estancias privadas de la señora Aylin, nadie podía entrar en ella a no ser que la señora Aylin le diera su permiso. Mi madre a menudo entraba en esa habitación con la señora, a ella le gustaba tomar el té en su rincón favorito mientras leía un libro. Mi madre se mantenía de pie todo el tiempo que ella estuviera allí dentro, aún estando enferma.

— Señora, Rosela está aquí. — Informó Lourdes.

Miré la habitación, en ella había cuadros de retratos antiguos, en el techo colgaba una lámpara de araña con cristales brillantes que debían de ser diamantes. Los muebles estaban tapizados con telas bordadas con oro blanco y dorado que valían millones.

— Marietta, ella es la chica de la que te hablé. — Dijo la señora Aylin, sosteniendo las manos de la señorita Marietta.

Marietta se me quedó mirando, e inclinándose hacia la señora le susurró algo al oído. Ambas me miraron y sonrió la señora Aylin, levantándose después.

— Marietta quiere que la sirvas esta noche, por mí no hay problema, ya que pronto va a pertenecer a la familia Loughty. — Me indicó la señora. — Le diré a tu madre que regrese para que me sirva, como siempre ha hecho. No que ahora se la pasa quejándose, por favor, todos nos enfermamos.

— No haga eso. — Le pedí, mirándola sin bajar la cabeza.

La señora Aylin abrió los ojos sorprendida.

— ¿Qué has dicho?

— Mi madre está enferma, le ruego que no la llame. — Le pedí, y ella sonrió.

— Ella es mi sirvienta, siempre ha sido así desde que éramos niñas. — Se quejó la señora Aylin, señalando el suelo para que me pusiera de rodillas en él.

No era la primera vez que me tenía que hincar de rodillas para que dejara a mi madre descansar. Así que, me arrodillé en el suelo, sintiéndome humillada. ¿Tan poca cosa éramos mi madre y yo, que la señora Loughty nos trataba como animales?

— ¡Señora! — Exclamó Lourdes, dando un paso hacia mí. — Yo puedo ocuparme de usted y Rosela de la señorita Marietta.

Mantuve la mirada en el suelo, deseando que esa humillación pasara rápido. Con las rodillas hincadas en el suelo, me agarré furiosa a la falda de mi uniforme, reprimiendo las ganas de llorar delante de ellas, no podía derramar una sola lágrima, aunque me golpearan con una rama.

La señora Aylin se rió.

— Vale, así será. — Dijo la señora, levantando mi mentón. — Trata bien a la señorita Marietta, ¿entendido?

— Sí. — Contesté, y la señora me soltó con brusquedad.

— Levántate y prepara la habitación de las mariposas para la futura hija de la familia Loughty. — Me sonrió, haciendo un gesto con la mano para que me levantara.



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Editado: 19.02.2025

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