El asunto estalló en una terrible discusión entre el señor del castillo, Lauro Loughty, y la señora Aylin. Y solamente terminó cuando la señora Aylin comenzó a llorar, diciendo entre lágrimas que nadie la quería y que su opinión no valía para el señor del castillo.
Como era de esperar, sus hijos no tardaron en aparecer, preocupados por su madre y sin mirar en ningún momento por el corazón herido de su padre, que había perdido a su amada hija y lo único que le quedaba de ella era la habitación de las mariposas.
Lourdes, por su parte, no dio un paso atrás en su responsabilidad por haber informado al señor del castillo. Hace muchos años Lourdes trabajaba y le era fiel a la antigua señora Loughty, pero con su fallecimiento y la llegada de Aylin Hans como la nueva señora, la despojó de su puesto de jefa de las sirvientas en el castillo Loughty y colocó a mi madre en su lugar.
Vivir aquí era como estar siempre con la guardia alta, dejándose humillar por la señora Aylin. Ojalá mi madre se diera cuenta de que su querida señora era una persona manipuladora y clasista.
«Te amo».
Le envié un mensaje a mi madre por mi teléfono móvil.
Me tumbé en la cama, con todo lo que se lió en el Castillo, el señor me ordenó que me retirara y que no debía servir a la señorita Marietta.
Eso fue un alivio, pero no me libraría de la regañina de la señora Aylin mañana. Desearía que fuese fin de semana e ir al hospital a visitar a mi madre. Solamente quería verla.
No sé cuánto tiempo transcurrió antes de que abriera los ojos al ser despertada por unos golpes en la puerta de mi habitación. Seguramente, sería Elena, que vendría corriendo con la intención de hablar de la fiesta del té que se alargó a la noche y terminó con unos fuegos artificiales.
— Podemos hablar mañana. — Dije, abriendo la puerta. Me sorprendí al ver al señorito Luciano. — Señorito Luciano. — El joven Luciano entró en mi habitación como un toro desbocado y me besó en la boca. Sentí como su lengua me apuñalaba al entrar en mi boca. — ¿Qué estás haciendo? — Dije, nada más apartarlo de mí. — ¡¿Estás loco?!
Me aparté de él y cerré la puerta de mi habitación, esperando que nadie lo hubiera visto entrar.
— No soporto tratarte con indiferencia. — Me dijo Luciano. — ¿Es tan malo amarte?
— Soy una sirvienta. — Le respondí, evitando mirarlo a la cara. — Al señorito Luciano le quedaría perfecto salir y comprometerse con la señorita Marietta.
Luciano se acercó a mí y me tomó de las manos.
— Rosela. ¿Qué piensas de mis sentimientos por ti?
Me mordí el labio inferior, ¿qué pensaba de sus sentimientos por mí? Ni siquiera era capaz de pensar en mis propios sentimientos por él.
— No es el momento de hablar de ello. Mañana tengo que levantarme temprano. — Me acusé, y el señorito Luciano frotó cuidadosamente con su pulgar mi labio inferior.
— No te lastimes. — Me pidió, sin reclamarme por no responder a lo que él quería.
Luciano Loughty rozó sus labios con los míos, dándome un breve beso lleno de ternura. Luego se apartó de mí y cuando iba a abrir la puerta, lo tomé de la manga de la camisa y él me miró.
— Quédate un rato más, necesito que me abraces.
Dejé caer unas lágrimas y Luciano me rodeó con sus brazos.
— Cuando te quieras ir, solo dímelo. — Me dijo y levanté la mirada con mis ojos llenos de lágrimas. — Nos iremos juntos.
Luciano me besó en la mejilla, ¿cómo alguien como él, que ha nacido con todas las necesidades cubiertas, estaba enamorado de mi, una simple sirvienta?
Cuando el despertador de mi teléfono móvil sonó, me di cuenta de que Luciano ya no se encontraba en mi cama, pero en su lugar había una nota.
«No quería despertarte, te ama, Luciano Loughty Hans».
Al final de su nota había un dibujo de un muñequito con corazones a su alrededor.
Sonreí, me pareció algo bonito y tierno. Luciano se había quedado toda la noche haciéndome compañía mientras yo dormía en sus brazos, usando su pecho como almohada.
Esa tarde acompañé a la señorita Marietta a las caballerizas, la señorita quería montar a caballo y que yo la acompañara.
— Rosela. — Me nombró uno de los trabajadores de las caballerizas, Roberto.
Roberto miró a la señorita Marietta, ella toda recta y estirada a mi lado.
— ¡¿Qué estás mirando?! — Habló grosera la señorita Marietta.
Roberto bajó rápidamente la mirada, quitándose la gorra que llevaba puesta.
— Lo siento, no quise ofender a la joven. — Se disculpó Roberto.
— Aprende tu lugar. — La señorita Marietta lo reprendió. — Un pobre trabajador como tú no debe ni atreverse a mirarme.
Me sentí enojada.
— ¡Lo siento! ¡De verdad lo siento mucho, señorita! — Roberto se hincó de rodillas en el suelo y Marietta sonrió.
— Así mucho mejor. — La señorita Marietta hizo un gesto con la mano para que Roberto se levantara. — Prepara un caballo, quiero salir a montar. Mi sirvienta me enseñará los terrenos cercanos al Castillo Loughty.
Roberto asintió, mirándome.
— ¿Y preparo otro para Rosela? — Preguntó Roberto, temeroso, sosteniendo su gorra con sus ambas manos.
— No hará falta. Ella tiene piernas, que camine. — Contestó la señorita Marietta, mirándome. — Las sirvienta solo sirven a sus señoras, no montan a caballo.
Roberto asintió, retirándose rápido hacia dentro de las caballerizas.
— ¿Puedo preguntarle? — Dije, mirándola sin apartar mis mirada de su cara, era linda por fuera, pero parecía horrible por dentro.
— No. — Me respondió, tomando su teléfono móvil. — No tengo porqué hablar con una sirvienta.
— ¿Por qué me trata mal? — Le pregunté aún así. — ¿Le he hecho algo?
La señorita Marietta se rió exageradamente, alzando luego su teléfono y dándose la vuelta para sacarse un selfie, sacándome a mí también en esa foto.
— No tenemos el mismo estatus social. Yo soy la hija de un hombre con fortuna y tú… — Se giró hacia mí. — Una sirvienta que limpia la suciedad de sus amos. Un día me convertiré en la esposa de Luciano Loughty y ese día te echaré a la calle, lejos de tu lamentable madre.