Deathly Prince.

Capítulo 2.

Salí de ahí inmediatamente, casi como por costumbre. La primera vez que le había contestado mal a Kasen, mamá me pegó y lo soporté, pero juré que no dejaría que lo hiciera de nuevo, por lo que me salía de la casa, para ir a descargarme y tranquilizarme afuera, lejos de aquel animal.

Me gustaba pasar tiempo con los animales, o al menos, más que con las personas. De cierta forma, me relajaban y me mantenían tranquila y serena. Me acerqué al establo y comencé a guardar a las cabras en su pequeña caseta, mientras éstas obedecían sin hacer mucho escándalo.

Los caballos tampoco fueron difíciles de arrear. Es más, eran más sencillos de convencer y de tratar. No era una experta en caballos, pero gracias a papá y a Isaak había aprendido a domarlos y montarlos… Aunque la forma en la que había aprendido a montar no era la de “una dama recatada”, conseguía apañármelas para demostrar que yo no montaba como las demás chicas, suponiendo que montaran.

La yegua que papá me había regalado era blanca, con el cabello gris que me gustaba trenzar y cepillar. La llamé Skysong y aprendí a montarla hacía un año y medio atrás. Cuando Kasen quiso venderla, me opuse de sobremanera y le dije que si lo hacía, lo asesinaría mientras dormía.

Aunque para mamá esto fue un escándalo y para Kasen una exageración, Isaak me creyó, así que se encargó de convencer a Kasen para que no vendiera a Skysong, asumí que le mencionó lo mal que le volvería la vida y que tendría que lidiar conmigo por el resto de su vida; al final, Kasen no la vendió y me dijo que estaba loca.

Nunca pude entender por qué Kasen me resultaba una criatura de lo más desagradable. Sabía que yo tampoco le caía bien, aunque yo esperé que él a mí sí, que eventualmente me acostumbraría a su gélida y molesta compañía, pero no. Eso jamás sucedió y terminé tomándole más asco del usual.

Con el paso del tiempo, la presencia de Kasen se volvió más tediosa y detestaba las miradas de recelo que me lanzaba todo el tiempo, como si no aprobara mi existencia entera, y no era como si yo le tuviera lástima o empatía por existir. Sin embargo, yo no cambié mi apellido al suyo, cosa que causó una gran polémica para mamá porque alegó que Kasen ahora era mi padrastro y todo eso, sin embargo, para la bestia peluda y desgraciada, aquello no resultó una molestia ni un inconveniente; fue la primera y única vez en la que estuvimos de acuerdo.

Me quedé un rato más en el establo, hasta que vi el cielo oscurecer, reclamando su espacio en el firmamento y alzándose de forma impotente. Cepillé el largo cabello de Skysong y me quedé sentada en un bloque de paja, dejando que la brisa de los días venideros de invierno se colara en el interior, haciendo a algunos caballos relinchar.

Diez minutos más tarde, regresé al interior de la casa, porque sabía que el guiso de mamá aún no estaría y por eso demoré más. Encontré a Isaak y Kasen sentados ya mientras mamá les servía la comida.

—Ah, volviste —murmuró Kasen.

—Aún me queda mucho tiempo para hacer de tu vida un infierno —espeté y mamá me miró mal.

—Nunca he entendido por qué eres tan salvaje —continuó Kasen, ya que mamá no dijo nada.

—Debería preguntarte lo mismo a ti —tomé un pan y ni siquiera le di una mirada.

—Dasha, basta —dijo mamá, entre dientes.

—Él comenzó.

—No me importa, Dasha —la mirada de mi madre me hizo olvidarme que hacía unos momentos atrás fue amable y suave conmigo, lo que hizo hervir mi sangre—. Te estoy diciendo a ti que te calles.

Me levanté de la silla, arrastrándola con fuerza y me retiré a mi habitación, azotando la puerta con gran fuerza, sin importarme mucho si mamá o Kasen gritaban algo detrás de mí, cosa que claramente hicieron pero que decidí ignorar.

Me sentía impotente ante la idea de no poder hacer nada para defenderme de mamá y de Kasen. Naturalmente, ella culpaba a mi padre por mi salvajismo, yo sin entender por qué: ella nunca fue así cuando él estuvo con vida. Aunque, a veces la defendía diciendo que era por la muerte de papá…

Y seguía sin tener sentido.

Anduve deambulando en círculos durante un rato, mientras sentía mi corazón saltar de la impotencia y murmuraba maldiciones entre dientes. Incluso las palmas de mis manos me picaban de la rabia que me manejaba. Deambulé de esa forma como por quince minutos más, escuchando cómo levantaban la mesa y murmuraban cosas que también decidí ignorar.

Al cabo de media hora, oí unos golpecitos en mi puerta.

—¿Qué? —pregunté, acercándome a la puerta de madera.

—Soy yo —fue la voz de Isaak.

Suspiré pesadamente y le abrí la puerta. Mi hermano era un año menor que yo, pero era más alto y fornido. Tenía el cabello oscuro de papá y sus ojos verdes también. A comparación mía, Isaak siempre había sido obediente y educado, 

aunque esos salvajes ojos verdes con un aro dorado en el borde dijeran lo contrario.

—¿Qué quieres? —inquirí, cruzándome de brazos.

Llevaba un plato con comida y una taza con kvas. —Supuse que tendrías hambre después de haberte ido despotricando como niña de cinco años.

Me reí y negué, pero no le rechacé la comida. Tomé el plato de comida, que consistía en albóndigas de cordero, salsa de especias, pan negro y una tartaleta de miel.



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En el texto hay: fantasia, hadas, faes

Editado: 26.09.2020

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