La abuela me ofreció quedarme con ella, pero no pude. Me despedí de todas cuando el sol se estaba poniendo. Skysong no quería irse, ya que se la estaba pasando a lo grande con algunos niños cepillándole la melena o regalándole caricias. Como yo, mi yegua se encontraba renuente y no quería dejar este pequeño paraíso.
Pasha empacó unos cuantos pastelillos en una cesta pequeña que cubrí con mi capa y protegí cuando descendí de las colinas, como alma que lleva el demonio. Por unas horas, había sido totalmente capaz de olvidar que me esperaba una nueva realidad ahora.
Asumí que mamá haría pública la noticia de su embarazo, y también asumí que Kasen no sabía de esto, o ya me lo habría restregado en la cara… Y entonces, otra realidad me golpeó.
Humillarme con una nueva hermana o hermano no sería suficiente para Kasen, sino que también me obligaría a cuidar de la criatura como si fuese su sirvienta. Si esto no ocurría, haría que mamá me buscara esposo lo antes posible con tal de deshacerse de mí.
De pronto, la propuesta de la abuela se hizo más y más tentadora. La idea de una vida alejada de mamá se me hizo asfixiante, pero también, parecía como si ya estuviese acostumbrada a la idea. El pasado año en el que habíamos transcurrido sin papá se veía ahora como toda una eternidad: como si nunca hubiese estado y me hubiese acostumbrado al rechazo de mi madre por una pérdida mayor.
Cuando llegué a casa, encontré el trineo de Kasen ahí y maldije en varias lenguas diferentes. Dejé a Skysong en el establo y me moví con mi cesta de pastelillos, dirigiéndome a la casa.
Al abrir la puerta, me encontré la casa rezumbando de personas. Las voces de los demás llenaban el aire, y éste también estaba impregnado con el aroma de las diversas comidas que estaban preparándose. Me deslicé entre varios cuerpos, saludando a cuantos podía y fingiendo sonrisas amables. Conseguí llegar a la cocina y encontré a Isaak sentado frente al horno caliente, que desprendía un increíble olor a comida.
—Pensé que no volverías o que algún lobo te había devorado —señaló mi hermano, al verme dejar la cesta en la mesa.
—Por desgracia, no encontré a ningún lobo en mi camino por el bosque.
—¿Ya sabes las buenas nuevas?
No estaba viéndolo, sino que estaba de espaldas, pero supuse que mi hermano ya sabría de qué iba todo esto. Claro, él me conocía bien.
—Supongo que fui la primera en enterarme —comenté, fingiendo indiferencia y demencia, pero seguramente no fui convincente.
—¿Y? —instó Isaak.
—¿Y qué? —me volteé y enarqué las cejas.
¿Isaak estaba esperando una reacción positiva por parte mía? ¿Aun sabiendo cómo era el trato por parte de nuestra madre hacia mí?
—¿Qué le dijiste?
—Estoy segura que mi opinión no le importa.
—Claro que sí, Darya. ¡Eres su hija!
—Y tú también, Isaak. Pero no creo que nos convenga volver a tener un vínculo emocional.
—Pero, Daryana…
—Pero nada, Isaak —lo corté—. Mamá no tiene por qué discutir esto conmigo y yo no tengo por qué darle una opinión al respecto.
Mi hermano quiso replicar, pues abrió la boca, pero la cerró.
—Como quieras, hermana.
Me molestaba que hubiese mucha gente en la casa… No me molestaba la gente en sí, porque me mostré amable saludándolos, pero era más bien la razón por la que estaban aquí.
Escuché las risas, los barullos, gritos y conversaciones de los demás, pero no me molesté en prestarles la atención que se merecían. Caminé por todos lados, teniendo conversaciones con todos, fingiendo que me alegraba que estuvieran ahí, cuando no era así.
Pude vislumbrar el ridículo rostro de orgullo de Kasen mientras les mostraba a los demás que mamá estaba embarazada. Maldita sea que detestaba a aquel hombre. Me molestaba su porte robusto y feo como un árbol (me retracté, porque yo amaba los árboles); su sonrisa socarrona y terrible que me provocaron náuseas.
En un momento de su presentación de mi madre como una vaca, me pareció ver que Kasen dirigió su sonrisa triunfal y burlona hacia mí, mofándose de mí con esos ojos que oscurecieron de repente, pareciéndome la cosa más aberrante. Fue como si me dijera «Te gané y lo sabes, niña.»
Y en ese preciso instante, lo odié más.
Apreté los dientes de la rabia y contraje mis manos en puños, clavándome las uñas en las palmas y sintiendo cómo ni siquiera el dolor que me provocaba podía reducir la ira que sentía.
Nada podría reducir la ira.
Ni siquiera clavarle un cuchillo en la garganta y verlo morir lentamente, desangrándose y con la vida drenándose de sus ojos.
Para mí, jamás sería suficiente.
Una vez la fiesta terminó, observé a mamá mientras quitaba algunos platos de la mesa y la ayudé, sin dirigirle la mirada; Isaak se encargó de lavar los platos y ni siquiera me molesté en reparar en Kasen: de antemano sabía que estaba tirado en alguna silla, ebrio hasta el último pelo.
—¿A dónde estuviste que te perdiste parte del anuncio de tu madre? —Kasen arrastró las palabras y gracias a Voloshna que estaba de espaldas a él. Al comienzo, no contesté, hasta que azotó la botella de vodka contra la mesa y gritó, haciendo que me sobresaltara—. ¡Daryana!