No dormí mucho y no lo necesitaba. Lo que sí necesitaba era encontrar respuestas a mis interrogantes. Supongo que me mantuvo despierta la incertidumbre de las palabras de Mila y lo que vi anoche moviéndose por los establos.
Antes de que el sol emergiera, me aventuré a salir. Tomé un baño rápido, me puse un vestido ligero, mis botas negras, tomé los mitones, la bufanda y mi capa, y salí de la casa con sigilo y sin hacer ruido. Me escabullí hacia los establos, asegurándome de que nadie me viera y de que todo estuviese en completa quietud.
Lastimosamente, anoche nevó, así que si había pisadas la nieve las había borrado ya. Me deslicé al interior del establo de los caballos, pero no encontré nada fuera de lo usual. Skysong estaba comiendo y movía la cola animadamente, así que me acerqué a ella y la acaricié cariñosamente.
—¿Quieres ir a dar un paseo al bosque? —le pregunté, acariciando su hocico; ella bufó en respuesta.
Esta vez, ensillé a mi yegua y la saqué del establo, echándole otra mirada a la apagada casa en la que vivía. Monté a Skysong y galopé hacia el bosque congelado.
Era como si ella ya supiera cuál era el camino hacia el Nosovaya y sólo reducía la velocidad cuando yo se lo indicaba. Ahora, la nieve era más gruesa y cubría más terreno que ayer; el reflejo del sol hacía ver como si los montículos tuvieran cristales encima.
Cuando nos aproximamos a la entrada del bosque, pensé que la yegua vacilaría o protestaría, pero se mostró de forma normal y continuó su galope. Pasamos el arco de ramas secas que se cernía sobre la entrada y la animé a llegar hasta el claro, pero la desmonté antes y anduvimos hasta llegar a nuestro destino.
Quisiera decir que anduve con más cuidado esta vez, teniendo en cuenta lo que Lyudmila me dijo ayer, pero estaba más emocionada por el paisaje que me rodeaba y por ver si ahora encontraba algo que fuera más real que lo de ayer.
El sol intentaba brillar en lo alto, enzarzándose en una batalla con el mal clima y ganando por algunos momentos. Conseguí calentarme un poco bajo los rayos del sol y todo brilló a mi alrededor, de un blanco tan pulcro e inmaculado, como el color del pelaje de Skysong.
Por el momento, mi yegua no había emitido sonido alguno ni relinchó por algún movimiento inesperado y ajeno al de nosotras. Yo también me mantuve alerta: miré de un lado a otro con disimulo, fingiendo buscar animales pequeños como liebres o cervatillos, pero no encontré nada más que pájaros en los árboles, cantando con un poco de alegría.
Cuando llegamos al claro, el sonido de los pájaros comenzó a apagarse y se alejó lentamente. Me volteé y encontré que los árboles pelones ya no tenían pájaros en sus ramas. Me pareció ver otro arco de ramas entrelazadas, justo en la entrada del claro, pero, eso era imposible, ¿no?
Sin embargo, Skysong no se inmutó por lo que seguí caminando.
—Hoy no estás asustada, ¿eh? —le dije a mi yegua y ésta sacudió la cabeza, cosa que me tranquilizó un poco.
Escuché el río fluir más allá y el claro apareció, congelado, por supuesto. Vi una liebre saltar y deseé sentirme así de libre. Deseé poder correr por todos lados, sin ataduras y sin nadie diciéndome que no podía, que era prohibido…
Quise ser libre como las protagonistas de las novelas que leía. Oh, sí. La lectura era un pequeño lujo del que me adjudicaba cada tanto. Existían estas raídas y viejas bibliotecas de antaño que poseían innumerables libros de todo tipo: historia, poesía, ciencias, matemáticas, idiomas sobre todos los reinos —y cada reino poseía por lo menos trescientas lenguas, y muchas muertas también—, novelas, libros sobre magia y demás. Una vez, fui de viaje con papá a Aleksandrovskaya, la capital de Anselaan, y ahí encontré la biblioteca más grande del reino. Como nos quedamos ahí casi tres semanas, tuve la oportunidad de visitar la biblioteca y juré que no había visto cosa más maravillosa y perfecta que aquel precioso edificio…
Claro, el palacio también contaba como uno de los lugares más bonitos que existían en todo Anselaan.
En todo caso, me sentía encerrada en una jaula de la que no veía salida ni forma de escapar.
El único lugar que veía como escapatoria alguna era el bosque. Aquí sabía que nadie podía encontrarme, no realmente. Podrían revisar el bosque, pero yo sabía con exactitud en qué lugares esconderme, dónde nadie revisaría porque les temían o dónde estaban mis plantas venenosas. No podrían encontrarme, a menos claro que tuvieran sabuesos con excelente olfato, pero de todas formas, yo conseguía ser más rápida, ligera y escurridiza.
Encontré un lugar cómodo y donde tenía una excelente vista, así que me senté y dejé a Skysong corretear en el lugar, pero esta vez me quedé más alerta que ayer. Por alguna razón, quería descubrir si yo estaba en lo correcto o no: si Mila dijo la verdad y supo lo que me había pasado.
Durante los primeros diez minutos, no vi nada fuera de lo usual. Escuché el agua correr y a algunos pájaros cantar a la lejanía, como si estuvieran alejándose de mí.
Luego, un cuervo apareció y se posó en la rama delgada de un árbol muy cerca de Skysong y de mí.
La criatura me pareció extrañamente grande. Nunca había visto un cuervo tan grande y robusto como aquel. Sus plumas eran de un negro brillante, que parecía azulado con los reflejos del sol y cuya cabeza se ladeó, pareciendo que su enorme ojo estaba viéndome; soltó un graznido y se sacudió, moviendo sus alas de forma amenazante.