Deathly Prince.

Capítulo 7.

7

Clavé el cuchillo contra la madera de forma fuerte y furiosa. La sangre me hervía de la ira y todo lo que podía pensar era en las diversas formas en las que iba a matar a Kasen mientras dormía. Al diablo con que mi madre se sintiera mal por mi rebeldía. Estaba harta de Kasen y su forma de querer imponerme las cosas únicamente porque era hombre y se creía superior a mí.

—Darya… —comenzó mamá y me volteé a ella. Estaba segura que lucía como el mismísimo demonio, porque vi su rostro asustado—. Él sólo quiere lo mejor para nosotros…

—¡¿Y venderme como a una vaca es lo mejor?! ¡¿Te has vuelto loca?!

—¿No crees que ya es tiempo? Tienes dieciocho. Esa belleza no durará por siempre.

Ignoré aquello que pareció ser un halago y lo tomé más como una ofensa. No es que nunca me hubiese visto en un espejo y dudado de mi belleza, porque poseía cosas rescatables, pero era un recordatorio sobre mi ascendencia.

—No puedo creer que estés de su lado —siseé, viéndola mal—. Tú, de todas las personas.

—Daryana, debes entender…

—¡Al diablo con ustedes! —grité—. Debería de haber escuchado a la abuela.

Mamá frunció el ceño. —¿Qué?

—La abuela me ofreció vivir con ella. Y considerando las circunstancias, creo que aceptaré.

—¿Qué circunstancias?

—¡Me quieren vender como a una maldita vaca!

—Estás exagerando.

Las palmas de mis manos picaron de nuevo y la misma sensación de vértigo deslizándose por mi estómago y golpeándome violentamente. Cada parte de mí gritaba de pura rabia, y me sentí impotente. No sabía a qué se debía todo esto, pero lo único que quería hacer era quitármelo de encima, liberarlo. De alguna forma, el cuerpo me pesaba y no sabía por qué.

—No es para tanto. Algún día encontrarás a un hombre que te ame tanto como tú a él.

Solté una risa amarga y casi con la voz rota. Sentí las lágrimas picar detrás de mis ojos, pero las aparté lo más lejos posible.

—¿Crees que esto es un cuento de hadas, mamá? ¿Crees que existirá para mí alguien como papá para ti? —me burlé, pero era una burla para mí—. Yo no creo en los finales felices.

—¿Qué hay de Maksim Isaev? —preguntó, como si mis palabras no hubiesen surtido efecto en ella—. Te veías muy feliz a su lado el año pasado. Incluso te iba a proponer matrimonio, ¿lo sabías?

Claro que lo sabía, pero Maksim me hacía feliz tanto como Kasen cuando llegó por primera vez: simplemente lo toleraba porque no me quedaba más opción. Pero una vez me zafé de él, las cosas se volvieron más sencillas. Maksim se casó con Lidiya Merinova, una chica tan delgada como mezquina, pero no protesté cuando me invitaron a su boda, y tampoco me rehusé a ir.

—¿En serio crees que Maksim y yo éramos felices? Estás demente.

—¿No lo eran?

Apreté los dientes y evité maldecir en voz alta.

Todo lo que quería hacer era hacer desaparecer la presión en mi pecho y en mis palmas. Quería que comprendiera que de un momento a otro podría convertirme en alguien terrible que le gritaría muchas cosas y que la heriría. No quería ser esa clase de persona, pero mamá me estaba provocando.

—No. Así no funcionan las cosas para mí. A comparación de ti, yo no creo en el verdadero amor. Es un cuento para niños.

—Aún no ha llegado esa persona…

—¡Y no llegará! —espeté, a nada de desbordarme—. ¡Son mentiras! ¡Te he visto a ti y en cómo luces! No quiero terminar de esa forma.

Eso pareció ofenderla un poco. —¿Como yo?

—Si amaras un poco a Kasen, tus ojos lo reflejarían, pero no lo hacen. Están vacíos. Eres un fantasma, y todo el amor que una vez te acompañó ya no está. Lo enterraste con papá.

—Él construyó esta casa para nosotros, para mí. Él compró el ganado e hizo los establos, para que no nos faltara nada.

—Pero él ya no está.

—¡Yo amo a Kasen!

—Claro —resoplé y tomé el cuchillo que había clavado con fuerza, pero no me representó gran esfuerzo. Me volteé y seguí en lo mío.

**

Durante la cena, mamá evitó mirarme y no mencionó nada de nuestra conversación, cosa que agradecí, pero sabía que no tenía relevancia tampoco.

Si Kasen quiso mencionar el tema del matrimonio arreglado, no dio señales de ello. Probablemente notó mi rostro serio y el hecho de que no levanté la mirada de mi plato en ningún momento.

Me sentía sofocada en este lugar y no veía la hora de irme. Quería correr, ser libre y no tener que seguir soportando todo esto.

Una vez terminé, lavé los trastos, guardé las sobras y engullí algo de fruta antes de irme a dormir.

Al siguiente día, apenas pude abrir los ojos ya que me pesaban de tanto llorar. El cuerpo me dolía como si me hubiese batido a duelo con alguien; cada músculo y hueso me pesaba, y no entendía cómo o por qué. Sin embargo, tampoco quería moverme, así que me limité a contemplar el techo raído y de madera, suspirando de vez en cuando —y hasta ese esfuerzo me terminó doliendo—, preguntándome qué haría ahora.



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En el texto hay: fantasia, hadas, faes

Editado: 26.09.2020

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