Deathly Prince.

Capítulo 8.

No fui al bosque como por una semana. Sin embargo, detesté no ir. Busqué cualquier pretexto para poder fugarme, pero mamá me ponía a hacer cualquier tarea y por minúscula que me pareciera al comienzo, terminaba siendo exhaustiva y ya no me quedaban energías para nada. Contemplé la idea de ir a casa de Mila y preguntarle por el anillo, si ella le encontraba algún significado o si tenía algún valor mágico.

En cuanto al anillo, lo escondí bajo una baldosa suelta en el piso de mi habitación, que cubría con la alfombra, en una pequeña cajita donde guardaba baratijas que ya no tenían ningún valor, o tal vez sí sentimental, pero ya no ocupaba más. Sabía que nadie más lo encontraría ahí y me aseguré de ello.

De cierta forma, me sentía desesperada por ir al bosque. No dormía bien ni siquiera, porque mis sueños pacíficos terminaban tornándose en pesadillas que me despertaban en el medio de la noche, atemorizada y con el corazón a punto de salirse de mi pecho. Una noche, para probar algún punto que no parecía tener sentido lógico para mí, cerré la puerta con llave y saqué el anillo de su escondite; dormí con él y milagrosamente, no tuve ninguna pesadilla.

Una sensación de ardor se paseaba por mis manos y me costaba disimularlo; me sentía prisionera y no sabía por qué. A veces, creía escuchar a un par de voces llamándome, pero nunca las reconocí y no se parecía en nada a la voz que me habló en el bosque o al ladrón que metió el anillo en mi bolsa.

Ahora sí pensé que estaba volviéndome loca.

Un día, cuando la semana estaba por terminar y las tormentas de nieve estaban cerniéndose sobre el reino, Kasen decidió abrir su enorme boca.

—Darya, ¿cuántos años tienes? —preguntó, sutilmente, mientras cenábamos.

Los tres pares de ojos cayeron sobre mí. Kasen estaba gozando todo esto. Mamá parecía nerviosa, quizás hasta se disculpaba por esto. E Isaak estaba rogándole a cualquier dios y santo que yo no colapsara ahí mismo en un arranque de ira y me lanzara sobre la mesa con un tenedor en el cuello de Kasen.

—Dieciocho, ¿por qué? —ladré, bajando mi cuchara con gachas.

Las llamas crepitaban en el hogar, ya que mamá estaba preparando una especie de mermelada y se levantaba cada cinco minutos para que no se pegara a la olla.

—¿No crees que ya es tiempo de que te cases? —sólo yo vi su asquerosa sonrisa arrogante y malévola—. O, ¿vas a quedarte soltera por siempre? ¿Qué crees que se pensará de ti?

Me encogí de hombros ligeramente y seguí comiendo. —No me importa lo que los demás piensen de mí.

—Vas a parecer una bruja —gruñó.

—¿Y? Mejor una bruja que otra cosa.

—Vas a casarte —ordenó y alcé los ojos, despacio y con el mayor disgusto posible.

—No hay dote —continué con aquel juego.

Sabía que Kasen era propenso a desesperarse y a enojarse, y mis planes siempre consistían en utilizar mi demencia y mi sarcasmo a mi favor.

—No me importa, niña. Te quiero fuera de esta casa.

Sonreí triunfante ante aquella equivocación suya.

—Y yo te quiero muerto, Kasen, pero, ¿adivina qué? No todos tenemos lo que queremos.

—¡Daryana Karolina Markova! —chilló mi madre, escandalizada.

—Cuida tu lenguaje —Kasen me amenazó con su índice, gordo y horrible—. O te las verás conmigo.

—Tú eres el que debería cuidarse —contesté y las llamas a mi lado brillaron con colores fuertes, haciendo que Isaak y mamá miraran en su dirección—. Porque si Voloshna no viene por ti, yo le enviaré tu cabeza como regalo.

—No te hagas la ruda, niña, porque no lo eres.

—Y tú no me digas qué hacer, Kasen, porque no sabes de lo que soy capaz.

No era capaz de mucho, quizás podría inmovilizarlo con un cuchillo, pero aun así, para mí eso ya significaba un gran avance.

—¡Ya te dije que no me interesa! —exclamó, escupiendo saliva—. ¡Vas a casarte y punto! ¡Harás lo que yo te diga!

Cuando me puse de pie de golpe, sentí el calor del fuego abrazarme, aun si estaban a un metro a mi izquierda. Por el rabillo del ojo logré vislumbrar que las llamas del hogar se movían con violencia, pero no se desbordaban de su lugar. Las manos me temblaban y las apreté en puños, ignorando el hecho de que mi madre y mi hermano veían atemorizados el fuego.

Sin embargo, Kasen me miró a mí. Pero no era la misma mirada en desaprobación que siempre me lanzaba, ni de rabia porque no quería obedecerlo por el simple hecho de que no era mi padre… No. Esta mirada de sus ojos oscuros iba más allá de lo que imaginé.

Kasen me veía como una criatura peligrosa. Como un trofeo.

Era la misma mirada que un cazador le daba a su presa.

Kasen pasó su mirada de mí al fuego, con lentitud, como indicándome que debía hacer lo mismo. Pero me mantuve impasible y exhalé, conmigo, el fuego se calmó.

—Es la última vez que te lo advierto —siseé, con la barbilla en alto, sintiendo algo presionar dentro de mí, pidiéndome ser liberado—, si te atreves a siquiera intentar casarme, te irá muy mal, Kasen.



#13815 en Fantasía
#2883 en Magia

En el texto hay: fantasia, hadas, faes

Editado: 26.09.2020

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.