Deathly Prince.

Capítulo 11.

Desperté agitada, con el cabello cobrizo pegado a mi espalda, pecho y frente, sudando y con el corazón latiéndome como loco. Tenía la vista borrosa por las lágrimas formándose en mis ojos y apenas podía respirar debido a una presión en el pecho que me hizo sollozar. Las lágrimas ahora estaban desbordándose por mis mejillas y tuve que cubrirme la boca para no hacer ruido.

Lloré durante unos minutos hasta que la presión en mi pecho se redujo y me permitió volver a respirar con tranquilidad, o eso creí yo. Miré al exterior: el sol estaba en lo alto, por lo que asumí que aún podía salir de aquí…

No perdí más tiempo.

Tomé mis cosas y corrí hacia el establo. Algo de todo esto no estaba bien y tenía que saber qué era con exactitud. Dudé que Mila pudiera darme las respuestas que buscaba, así que recurrí al último lugar donde tenía opción: el bosque.

Ni siquiera sentí el viaje al bosque, pues iba centrada en mis pensamientos y en el hecho de que acababa de tener una pesadilla con daños terribles no sólo para mí… Alcé una de mis manos, sin soltar las riendas de Skysong, y la analicé con detención, como si fuese un arma o algo similar.

¿Podría ser? ¿Sería yo capaz de generar tanto daño como el de mi sueño? ¿Él podría darme las respuestas que yo tanto anhelaba?

Ya había cruzado la entrada del bosque y vislumbré la nieve caer como la lluvia, cosa que tampoco me importó, pero sí me hizo reprenderme por haber dejado mi bufanda y los mitones en casa, ¿cómo demonios habría podido comenzar a nevar con el sol tan alto?

Skysong se detuvo de golpe y casi me caí, pero conseguí empujarme hacia atrás, haciendo que la capucha blanca me cayera en el rostro y alborotara mi cabello cobrizo.

—¡Eh, tranquila, chica! —dijo una voz familiar.

Me retiré el cabello de la cara y la capucha también, encontrándome con alguien desconocido, pero familiar a la vez.

No. No podía ser.

Tienes que estar bromeando pensé, con incredulidad.

Había un chico frente a nosotras, acariciando el hocico de Skysong, tranquilizándola, y a mi yegua no pareció molestarle en lo absoluto. El chico era alto, delgado, con los hombros anchos, y fornido, con la cantidad correcta de músculos; su piel era medio pálida, con las orejas puntiagudas, tenía el cabello negro azabache, facciones bien moldeadas y unos preciosos ojos azules.

Esta vez, no llevaba su capa negra, pero sí iba vestido de negro: su chaqueta con dos filas de botones dorados (asumí que eran de oro), sus pantalones negros y también sus botas. Llevaba una espada atada al cinturón, listo para luchar quizás.

Lo reconocí de inmediato, incluso si nunca antes lo había visto.

Su voz era inconfundible.

Era Voloshna.

Palidecí.

No supe qué decir ni qué hacer en aquel preciso instante, así que solo nos contemplamos el uno al otro: yo enmudecida y él con una pequeña sonrisa arrogante colgando de sus labios.

Se veía… Joven. Demasiado.

Por alguna razón, imaginé al dios de la muerte un poco mayor, sin duda mucho mayor que este chico, y quizás hasta anciano… Pero me encontré con un chico de unos veinte años, de aspecto arrogante y malicioso.

—Por fin nos conocemos, Daryana Markova —él fue el primero en romper el silencio y al ver que no contesté, rió y negó—. Tranquila, no te haré daño.

—¿Quién eres y qué haces aquí? —ladré, con voz ronca, todavía conmocionada.

El chico era bastante apuesto y me distraje viendo sus ojos azules claros.

—Tú me llamaste —dijo, sin dejar de acariciar a Skysong: la pequeña traidora está demasiado a gusto con aquel extraño que no parecía tan ajeno a ella.

—¿Yo te llamé? —eso sonaba tan ridículo e ilógico que casi me reí—. ¿Cómo? No recuerdo haberlo hecho.

—¿No lo has entendido aún, Daryana? —su voz fue burlona, pero sus ojos no brillaban mucho—. La otra vez te dije que la magia llama a la magia, y en ti hay algo…

—Peligroso —lo corté, casi viéndolo mal—. Lo vi en un sueño.

Él chasqueó la lengua. —Te topaste con un Shilovo.

—¿Qué demonios es eso? —insté, casi viéndolo mal.

—Ya lo dijiste —se encogió de hombros—. Es un demonio. Acecha los sueños y se alimenta de los miedos… Pero, me parece extraño, porque ellos no tienen permitido entrar al mundo de los mortales.

—¿Un demonio?

Todo esto se ponía cada vez más tétrico y extraño. ¿Magia? ¿Hadas? ¿Demonios? ¿La Muerte personificada en un chico? ¿Qué más faltaba? ¿Una horda de dragones escondidos en las montañas de Livenskaya?

No lo descarté.

—Hay tanto que aún no conoces, Darya.

—¿Por qué estás siguiéndome?

Ellas me lo pidieron.

—¿Ellas?

Voloshna suspiró.

¿Era ese su nombre siquiera? ¿No tenía algún nombre común?



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En el texto hay: fantasia, hadas, faes

Editado: 26.09.2020

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