Después de mi primer encuentro oficial con Voloshna, no lo volví a llamar. Me tomé muy en serio su advertencia. Y, aunque no había contestado a mis preguntas, o no de forma clara, tuve muy en cuenta lo que dijo y me mantuve alerta. No acudí al bosque tampoco, y ya no fue por voluntad mía, sino que mamá comenzó a engordar y a ser más exigente conmigo.
Cada vez toleraba menos sus arranques emocionales y me enfadaba cuando se ponía a llorar como toda una niña caprichosa. A veces, en sus sueños, murmuraba el nombre de papá, pero sólo yo la escuchaba decirlo. Tenía que soportarla más molesta, gruñona y berrinchuda.
Me cansaba escuchar cómo se quejaba de todo lo que yo preparaba para ella, pero sabía que no ganaba nada nada con pelear con ella, así que no lo hice; me mordí la lengua y me contuve.
Ahora era más precavida con todo lo que decía y hacía frente a mi familia, sobre todo con Kasen. No me hablaba, pero seguía dirigiéndome esas miradas evaluativas, como si siguiera esperando a que yo hiciera algo fantástico.
También dormía con el anillo puesto. Durante el día no lo usaba, pues temía levantar alguna clase de sospecha por parte de los demás y suscitaría preguntas que no podría contestar de forma lógica. No tuve ninguna pesadilla cuando dormí con el anillo puesto, cosa que agradecí demasiado porque no creía poder tolerar otra pesadilla como aquella.
Como parte de mi extraña estadía en mi propia casa y la privación obligatoria que me fue impuesta a no ir lejos, retomé mi vieja práctica de plantar flores en el jardín: me sentaba por horas a preparar la tierra, a sembrar las semillas, a regar la tierra y a cortar la mala hierba que estaba creciendo en algunas partes.
Me asombró que al cabo de una semana, ya hubiese una pequeña serie de rosas bien apiladas en un lado de la casa… Y detrás del rosal, encontré un pequeño círculo de hongos diminutos y de césped verde.
¿Qué, en el nombre de lo más sagrado, era aquello? Arranqué los hongos en seguida, porque supe que no debía ser nada bueno, y usé ese tramo de tierra para plantar peonias.
La nieve lo cubría todo a veces, pero en otras ocasiones, las tormentas cesaban y algunos montículos comenzaban a derretirse y dejaban la tierra lodosa y mojada, permitiéndome intervenir un poco. O simplemente yo quitaba la nieve con una pala y me dedicaba a lo mío.
Me costó encontrar un buen momento para ir a la casa de la abuela, pero estaba determinada a obtener respuestas sobre lo que habían estado ocultándome y por qué.
Así que un día, dejé a mamá dormir hasta tarde, le preparé la comida y me abrigué para salir. Skysong parecía añorar los pequeños viajes que dábamos, porque se mostró más que alegre de ir más allá del patio.
Necesitaba saber por qué Mila, Pasha y la abuela habrían hecho algo como aquello: invocar a un dios y pedirle que cuidara de mí. ¿Con qué clase de propósito? Sabía cuidarme por mi cuenta, aunque a veces era un poco descuidada y distraída, seguía sabiendo muy bien cómo aprovechar lo que estaba alrededor de mí para encontrar una salida o un arma que fuera a servirme.
—Justo estaba preguntándome dónde te habrías metido —anunció Pasha, a modo de saludo, mientras se sacudía las manos de la comida de las gallinas—. Hay cosas de las que tenemos que hablar.
—Estoy de acuerdo —concedí, desmontando a Skysong y até sus cuerdas al árbol más cercano.
—Mila y Roza están en mi cocina. Iré en un momento —se volteó hacia las gallinas y regresó a lo suyo.
No dije más y fui donde me indicó Pasha.
En efecto, la abuela y Mila estaban en la cocina, preparando algo de comer, cuando entré.
—Algo huele bien —comenté, olfateando el aire cual sabueso y ellas se voltearon a mí.
—Tienes que visitarnos más seguido —observó Mila, señalándome con su cuchara de madera—. Porque no te reconozco.
—No han pasado años —repliqué, sonriendo y abracé a la abuela—. Sólo he estado ocupada con mamá.
—Adelante, debes ponernos al tanto —dijo Pasha cuando entró a la cocina y cerró las puertas.
No supe exactamente por dónde comenzar. No consideraba que hubiesen ocurrido muchas cosas, pero después de pensarlo durante un minuto, determiné que sí. Habían ocurrido más cosas de las que deseaba imaginar, pero comencé a relatárselas todas.
Asumí que Mila ya les habría informado a Pasha y a la abuela lo de Kasen y la última conversación que tuvimos, por lo que sólo les dije que me mantuve lejos de aquel bastardo lo más que había podido. La parte de Voloshna fue un poco más ardua de explicar —aunque no mencioné cuál era su verdadero nombre y quizás fue por temor—, porque no sabía si ellas aún se comunicarían con él o si hablarían con él.
Noté cómo sus rostros palidecían con cada palabra que les decía, y no omití nada: sabía que a estas tres mujeres les gustaban las buenas historias, por lo que me encargué de dárselas. Incluso al relatar lo que me había ocurrido dudé que fuese posible. Les conté lo del mercado y lo del bosque tiempo atrás.
Parte de mí quería volver al bosque y pasear por ahí sin tener en cuenta que había un límite de hora para mí. Sin embargo, también estaba asustada. Ahora más que nunca temía que alguien pudiera estarme siguiendo, y quizás estuviera esperando que mostrara mi “magia”.