Deathly Prince.

Capítulo 16.

Era hipnotizante y no era la única. Escuché súplicas y llantos desconsolados, nombres que no reconocí y gemidos de dolor. Ahí había alguien, pero no estaba segura si era real o no.

Una mano se enganchó a mi muñeca y tiró de mí, hacia la izquierda.

Aleksandr.

—Ven conmigo —indicó, con voz fuerte.

—¿Qué hay ahí? —pregunté, curiosa.

—Nada que te interese —replicó, de mala gana y con el mismo tono de la vez en la que lo hice enojar.

Abrió la puerta de madera y una luz se derramó al exterior. Escuché algunos pájaros cantar y me volví a sentir viva, por alguna extraña razón. Aleksandr entró primero y yo le seguí, anonadada.

La habitación, si es que eso era, estaba llena de plantas, y pequeños animales voladores. Vi flores por montones, en macetas o en el suelo, de diversos colores y tamaños, que me maravillaron. El techo estaba coronado por una cúpula de cristal que dejaba ver el gris del cielo que se alzaba imponente allá arriba.

—¿Qué es esto? —insté, casi boquiabierta.

—Lo llaman el Templo de Galatea —comenzó Aleksandr—. Lo descubrí hace tiempo, pero prefiero simplemente Galatea. Lo de Templo lo hace sonar muy místico y sagrado, aunque dudo que lo sea.

—Es muy bonito —reconocí, acercándome a un par de flores rosadas, de pétalos largos, puntiagudos y rosados claros.

—Lo sé. Es uno de los pocos lugares que me traen paz y tranquilidad —me miró de reojo—. Quieres respuestas, ¿no?

Asentí.

Caminamos entre las macetas y las flores. Algunas vasijas de barro tenían dibujos muy antiguos pintados en ellas, desapareciendo ya gracias al tiempo y a la tierra. Me parecía irreal y demasiado perfecto: nunca llegué a creer que pudiese existir un lugar así de hermoso.

El centro de la habitación tenía un círculo de flores y hongos diminutos que parecían crecer así de la nada. Por un momento, no sentí que estuviera ni allá ni acá.

Todo esto era muy nuevo para mí y no lo comprendía, pero parecía actuar normal ante la situación. Quería entender qué estaba sucediendo, aunque me sorprendió no encontrarme asustada ante el hecho de que tantas cosas hubiesen sucedido en un lapso tan corto de tiempo.

—¿Qué pasó con la abuela, Pasha y Mila? —demandé—. ¿Ellas están…?

Aleksandr me volteó a ver. —¿Muertas? No. No sentí ningún alma cruzar al más allá, o no la de ellas.

—¿Y mi madre?

—Tampoco está muerta.

—Entonces, ¿dónde están?

—No lo sé. Simplemente desaparecieron, pero sé de antemano que muertas no están.

Esto me parecía cada vez más extraño y tétrico. Si no estaban muertas, ¿dónde se encontraban? ¿Qué les había pasado? ¿Mamá estaría con ellas? ¿Estaría bien, a salvo?

—Hay tantas cosas de este lugar que aun no entiendo.

—Haz las preguntas —Aleksandr estiró los brazos—. Yo estoy aquí para responderlas.

—¿No estoy…?

—¿Muerta? —rió entretenido—. No. Te lo dije, Darya. No viajé al mundo de los mortales sólo para verte morir.

Recordé el tacto de sus manos cálidas sobre mi herida.

—Tú me salvaste, ¿por qué?

De pronto, Aleksandr se mostró un poco reacio e incómodo, pero contestó de todas maneras. —Porque tengo el poder para hacerlo… Y porque les prometí a las ved’mas que lo haría, ¿por qué más?

Por alguna razón, el tono de su voz y su respuesta me desagradaron, pero no dije nada y apreté los dientes.

—No puedes mentirme, ¿cierto?

Él me miró extrañado, observador y sigiloso. —Cierto. O es lo que me gusta creer y decirles a los demás.

—¿Disculpa?

—No soy hada del todo —comentó, con una leve sonrisa maliciosa—. Recuerda que también soy el dios de la muerte.

Él tenía razón.

Hasta donde yo sabía, las hadas no podían mentir, pero, ¿un hada mitad dios?

—Entonces, ¿estás mintiéndome?

—No, Darya. No estoy mintiéndote. Estoy siendo más sincero de lo que me gustaría. Te aparté de todos porque hay ciertos asuntos que gustaría discutir contigo.

Lo miré con cautela.

—Tranquila. No soy el tipo malo —alzó ambas manos.

Mila había dicho algo similar.

Él no es el peligro.

Pero tampoco sabía si era sensato confiar en él.

—No sé qué tan fiable eres —me crucé de brazos y enarqué una ceja—. Puede que Pasha, la abuela y Mila hubiesen confiado en ti, pero, ¿por qué yo habría de hacerlo?

—Sé que confías en mí —dijo, pero no sonó arrogante—. Si no confiaras, no me habrías invocado las otras veces… La última vez. No me habrías llamado si no confiaras en que iba a aparecer.

Ese era un buen argumento, pero había algo de todo esto que aún no me parecía. Había algo de él que no parecía tener sentido ni encajar en todo esto.



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En el texto hay: fantasia, hadas, faes

Editado: 26.09.2020

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