Decidí perderte (corrigiendo)

Capítulo 4: Fractura

La entonación de voz de Doran solo demostraba el conflicto interno con el que su corazón debía convivir. Por una parte, deseaba un acercamiento más para nuestra convivencia, mientras que por otra, intentaba resignarse para calmar su lógica y sus emociones.

 

—Me duele mucho —afirmé y las miradas que antes se desviaron hacia mi pequeña hija regresaron a mí, pero esa vez, de forma meramente gentil.

 

—¿Deseas que te mueva al sillón —preguntó Doran con delicadeza y molestia a la vez. 

 

Antes de contestar, cavilé un poco mi respuesta, cualquier palabra podía romper la armonía familiar en cualquier momento.

 

—Sí, pero con cuidado, por favor.

 

Doran, como todo buen caballero, se posicionó a mi altura. Su brazo izquierdo tomó la parte inferior de mis piernas y con su brazo derecho buscó el apoyo que mi cuerpo no podía darle. 

 

Con suma lentitud, para evitar cualquier golpe infortuito, caminó hasta el sillón y me dejó en él.

 

—Papá, deberíamos llamar a un doctor para que revise a mamá.

 

Doran, quien aún no salía de su confusión, titubeó un poco antes de tomar la respuesta correcta. Él observó el estado de mi pie derecho, con preocupación, arrugó la cara.

 

—Sí, ahora mismo llamaré al médico.

 

*/*/*/*/

 

Doran, aturdido por un problema sin resolver, tomó distancia de nosotros para tener privacidad y así detallarle la situación al doctor. Intenté escuchar una sola palabra de su conversación, sin embargo, no pude, por lo que, solo me guié por el exagerado movimiento de sus labios y su lenguaje corporal.

 

Doran, un poco perjudicado por la noticia, se acercó hasta nosotras, como una clara señal de nerviosismo, se rascó su ceja izquierda y me miró sin decir palabra alguna.

 

—El doctor vendrá pronto.

 

Blake, quien era la menos sensible de mis dos hijas, miró la hora en su celular y cerró los ojos con pesadez.

 

—¿A qué hora vendrá el doctor, papá?

 

Mi marido, que hasta ese moment9 había mostrado cierta preocupación hacia mí, se vio más afectado por el atraso del viaje que por mi estado de salud.

 

—Lo antes posible —respondió sin dar una respuesta exacta.

 

—¿Cuándo es lo antes posible? —preguntó Olivia incitada por Blake.

 

Cuando la mayor de las mellizas irrumpió en la conversación, mis ojos se centraron en su destacado vestuario que, para ser un día casual, pecaba de extravagante.

 

—Niñas —mencionó un afligido Doran que intentó no lastimar la sensibilidad de mis hijas y a la vez cuidaba la mía —,no se preocupen. Iremos con tiempo al viaje, solo hay que esperar al doctor.

 

Mientras ellos discutían sobre sus grandiosos viajes familiares, yo me mantenía alejada, observaba la situación como una mera espectadora, porque para la vida de ellos en eso me había convertido.

 

Olivia, que hasta ese momento se había mantenido en el papel de hija preocupada, mostró su incomodidad por haber arruinado sus planes y cuando el amor se marchó quedó un espacio para la indiferencia.

 

—Papá... —reclamó Olivia y pateó el suelo con enojo.

 

—Olivia, ahora no... —amenazó a nuestra hija. Pero, hasta en el mayor de sus cabreos, se alejó de nosotras y se fue directamente a su habitación.

 

—Iré con Olivia —avisó Blake con menos impulsividad que su hermana, pero con la misma energía.

 

Doran, quien intentaba no tener un enfrentamiento con las niñas, omitió el atrevimiento de las chicas y, con sumo cuidado, para no lastimar mi pie, tomó asiento a mi lado. Él parecía esperar una respuesta de mi parte, pero el silencio era la única respuesta que su amor hacia mí recibía.

 

Cada vez que podía, Doran se alejaba más de mí y se acercaba al estado de indiferencia que todo enamorado podía desesear cuando su amor no era reconocido por la otra persona.

 

Los temas de conversación escaseaban y nuestra conexión se disminuía y a la vez, nos llenamos de miradas reprobatorias. Y todo por culpa de nuestro propio egoísmo.

 

Las extendidas muestras de amor se acabaron y las fuertes palabras se volvieron una nueva forma de comunicación. Pues era una desgastada relación que vivía de las esperanzas pasadas y escasos recuerdos que se convirtieron en los mejores de la vida.

 

Como si se tratara de un aviso formal, Doran se acercó hasta mí y dijo: 

 

—El doctor ya está en la puerta, lo atenderé. Pronto regresaré.

 

Intenté darle un beso, pero como un mero instinto, Doran apartó su mejilla y en su propio nerviosismo, él revolvió su cabellera rubia.

 

Antes de marcharse, Doran me dedicó un par de esporádicas miradas. Pero detuvo toda intención de una confesión imprudente.

 

—Ya regreso.

 

Al ingresar a la sala, el doctor parecía más animado por mi presencia que el propio Doran, quien, luego de nuestro acercamiento, se sintió acorralado y dejó todo en manos del joven médico.

 

Las niñas, que hacía ya varios minutos habían subido su habitación para maldecir la situación, bajaron para recibir al doctor y obtener la respuesta más deseada para ellas.

 

El doctor realizó el chequeo del pie como si se tratara de un chequeo cotidiano y de rutina. El joven doctor observaba cada movimiento con la esperanza de una mejoría, y al igual que las niñas, anhelaban mi recuperación, estas últimas para poder seguir con sus planes.

 

—Entonces... Diganos, ¿ella está bien? —preguntó Olivia al ver que el doctor se había alejado de mí —¿Está bien? —volvió a preguntar y exigió una respuesta inmediata.

 

—Chicas, tranquilas. La lesión que tiene su madre no es de gravedad 




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