Decidí perderte (corrigiendo)

Capítulo 7: Conociendo a la familia I

Nota de autor: primeramente, quiero agradecerles por el apoyo a esta historia. Les agradezco mucho por todos sus comentarios. Espero este episodio sea de su agrado, prometo que a partir de este capítulo pasarán cosas aun más interesantes. 

Si el capítulo tiene una buena aceptación, como estrellitas y comentarios podré subir una más hoy. 

Abrazos para todos. 

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La inconsistencia de su respiración y sus lágrimas limitaron la versión que él tenía por contar.

Doran, que no quería seguir atormentándome, tragó el nudo de palabras que estaba en su garganta.

La diplomacia, en un momento como aquel, no funcionó como un método de oratoria, pues las tristes revelaciones de mi esposo apagaron todo el espíritu de mi parte.

—Doran… —mencioné su nombre con tristeza.

Por primera vez, sentí el dolor que nunca había compartido con él. Sin embargo, él no atendió a mi llamado y me dio la espalda. Ya que Doran ignoró mis palabras, intenté acercarme a las niñas; pero ellas huyeron a los brazos de su padre y ahí me di cuenta de que cuando intentaba acercarme a alguien era porque cada día estaba más lejos de esa persona.

Para no incomodarme, me conformé con la soledad de la sala y dejé que ellas me excluyeran de la escena.  

 

—Hoy podemos hablar —mencioné con tristeza. Tenía la leve esperanza que Doran mencionara la respuesta que yo deseaba; pero con tan solo una mirada de desdén, bastó para darme una negativa.

 

—No se puede, ya es tarde —mencionó Olivia y tomó a Blake del brazo. 

 

La menor de las mellizas tuvo un poco más de cordialidad y se despidió de mí.

 

—Buenas noches, mamá.

 

El llamado de Blake terminó por conmoverme aún más, hace cuánto no había escuchado de sus labios esa palabra "mamá". Me acostumbré tanto a los títulos universitarios, a los títulos políticos que olvidé uno muy importante, el de ser madre.

 

Aunque no me sentía capaz de subir las escaleras por sí sola, desistí de pedir ayuda. Una molestia más, en un momento como ese, podía romper nuestra relación. Por ello, en silencio dejé que ellos se marcharan y en silencio, dejé que mi fortaleza mental cargara con la culpa de todo.

 

Luego de que subieran, me senté en el mismo sillón de antes hundí mi rostro en las palmas de mis manos y dejé que mi propia piel, a falta de un hombro donde llorar, secaran las lágrimas que mis propias acciones causaron.

 

El tiempo consumió mi dolor y la frescura de la noche calmó el ardor de mis ojos. Sin embargo, mi oprimido corazón buscó el consuelo en inexistentes conversaciones con mi familia.

 

Cómo un último intento esperanzador, me coloqué de pie, por un momento, olvidé el dolor físico y me centré en buscar la cura para el dolor emocional, por lo que, no me importó arrastrarme por las gradas para llegar hasta una de las habitaciones de mis hijas o del propio Doran.

 

Luego de sentir la forma de cada una de las gradas recorrer mi cuerpo de principio a fin, llegué hasta la segunda planta.

 

La nula costumbre de ejercitar mi cuerpo me pasó factura, apenas podía  mantener la estabilidad de mi respiración. 

 

Con pequeños saltitos, para evitar colocar mi pie en el suelo, me encaminé rumbo a la habitación de Doran. No había señales de él, ni siquiera la típica luz del televisor que casi siempre dejaba encendida.

 

Cuanto más era la cercanía entre la habitación de Doran y yo, mis titubeos aumentaban, pues no quería que un impulsivo acto dañara todavía más nuestra relación. Me detuve por momentos. Sin embargo, no quería desaprovechar la valentía que, muy pocas veces, yo mostraba en el ámbito familiar, así que me acerqué a la puerta y, para no alertar a sus oídos, la toqué con suavidad.

 

No escuché ninguna palabra de fondo y eso me dio la sensación de que las palabras no servían como método de comunicación entre él y yo.

 

Un desaliñado Doran apareció frente a mí. Su cansancio lo había hecho renegar de la tela de su pijama y su cuerpo se adaptó a la dureza de su pantalón y a la incomodidad de su camisa de botones.

 

—¿Sucede algo? —preguntó con la cordialidad de un vecino malhumorado.

 

Y yo, que renegaba de las lágrimas del sentimentalismo y abusaba del autocontrol que que me daba mi cabeza racional, respondí con una voz neutra, por lo que, el tono de mi respuesta no pareció ser grata.

 

—No te preocupes, no es nada importante —dije más para mí misma que para él, sin embargo, él lo tomó como una burla.

 

—¿Para eso me llamabas? —respondió molesto y estuvo cerca de cerrar la puerta en mi cara, pero yo interpuse mi mano en medio y él detuvo todas sus intenciones.

 

—¡No, no, no, no, no! —empecé a exclamar, pero él colocó su mano para calmarme.

 

Nuestra improvisada cercanía me hizo percatarme de los cambios en los ojos de Doran, si bien unas arrugas adornaban las orillas de sus ojos, eso no le quitaba la belleza que tenía.

 

—La niñas se despertarán  —mencionó ya más tranquilo —¿A qué has venido Holly? —su tono de molestia lo abandonó.

 

Ya que mi sentimentalismo me había hecho moverme sin ningún propósito, no tenía una respuesta definitiva, pero el rostro de Doran, que exigía seguridad de mi parte y no deseaba pasar a la equivocación, me hizo caer en cuenta y, de forma improvisada, mencioné:

 

—Quiero que juguemos.

 

—¿Jugar? —preguntó confundido, pero mi aparente broma le devolvió la sonrisa que nuestra discusión se la había quitado.

 

—Doran, yo te amo —dije sin pensar lo que conllevaba esas palabras, pues más que sentimentalismo, amor era una responsabilidad.




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