Decidí perderte (corrigiendo)

Capítulo 26: Persecución II

Mi enternecedora promesa me ayudó a convencer a Lena y la orilló a tomar la decisión que yo tanto anhelaba.

—Nunca creí encontrar una buena amiga en este lugar. Si te contara, al inicio me rehusé a venir.

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Lena, que sobrellevaba mejor una situación ajena a ella, intentaba que la frescura del aire regresara un poco de paz al ambiente. Ella tenía un mal presentimiento y buscaba la forma de darse tranquilidad.

—¿Estás segura de que vamos bien por aquí?  —preguntó uno Lena confundida.

—Mmjum —respondí de forma escueta, —, era lo que te mencionaba, sus salidas son muy extrañas.

El ambiente de la carretera envolvió a Lena con desconfianza y, esa vez, guiándose un poco más por mis sugerencias, no nos tardamos mucho en llegar al hospital.

—Hemos llegado, ¿crees que estén adentro? —preguntó mi amiga con mucho nerviosismo y, para no dar una respuesta apresurada, solo dejé todo a la incógnita.

—No lo sé, eso vamos a averiguar ahora.

Los sentimientos de inseguridad me impedían captar las palabras de mi amiga. Por lo que, antes de cualquier excusa, tomé a Lena de su mano y, sin medir las consecuencias de mis impulsos, me encontré con un par de figuras parecidas a la de mi esposo e hija.

—Ten cuidado... —susurró Lena, que estaba muy asustada por la situación

Por ello, gracias a su prudencia, pudimos hacer todo bien.

—Es mejor, mantenernos al margen, Holly. No eran ellos, pero lo fueran...

Sin palabras para debatirle, nuestro comportamiento sigiloso nos ayudó a mantener la calma.

Mis azulados ojos, listos para cualquier situación, examinaron minuciosamente cada rincón de la entrada del hospital y, en cuanto reconoció la figura de Doran y la silueta coqueta de Olivia, mis labios ansiosos por culpabilizar, transformaron en una sola línea de dialogo, todos mis miedos:

—¡Son ellos! —exclamé en un susurro

Los ojos melancólicos de Lena, que normalmente inspiraban tranquilidad, se transformaron en la perfecta imagen del terror.

Lena, a quien su falta de palabras no la dejaba disimular su sorpresa, se apoyó en mí:

—¿Lo ves? Dime algo, Lena. Mi marido y mi hija están juntos.

Deseaba que Lena compartiera la misma  intensidad que yo. Sin embargo, la sorpresa y sus carácter apacible y, con un profundo silencio, me desmotivó a seguirle hablando.

Asimismo, no podía pedirle a Lena una reacción grande, puesto que, Doran y Olivia eran unos desconocidos para ella y el sentimiento no era el mismo.

—Holly, no es bueno que grites. Te pueden escuchar —mencionó en un tono muy sombrío y muy alejado de su típica personalidad calida.

Decididas a a seguir las sugerencia de Lena como ordenes, las dos nos escondimos en un grupo de personas, lo suficientemente te alejado, para que las miradas de Olivia y Doran no pudieran reconocerme; pero lo suficientemente cerca para detallar cada uno de sus movimientos.

Lena, que parecía negarse ante aquella imagen, con un tono de esperanza, preguntó:

—¿Estás segura de que tu hija está enamorada de Doran?

Tras escuchar por primera vez el nombre de mi esposo en los labios de Lena, recordé que, por temas de privacidad, en nuestras conversaciones siempre omitia el nombre de cada miembro de mi familia.

Así que, ante la duda de Lena, en lugar de una respuesta, se concibió otra incognita:

—¿Cómo sabes que ese es el nombre de mi esposo?

Mi amiga, a quien las preguntas imprevistas no la incomodaban, y dominaba las conversaciones sorpresas con serenidad, respondió:

—Holly, puedo decirte que no eres muy discreta para hablar con tu esposo. Sin querer, chequeé el nombre de él en tu móvil.

Ella, para otorgarle un poco más de calidez a sus expresiones, sonrió y yo confiada en mis descuidos, no dudé en las palabras de mi amiga.

—Tienes razón, Lena, discúlpame.

En la propia satisfacción por responder a mi pregunta, Olvidé contestar a la incógnita de Lena, quien en su afán por calmar o alimentar su curiosidad, me recordó mi olvido.

—¿En verdad crees que ellos estén juntos?

Lena, quien ahora exageraba la situación, no podía apartar la mirada de Olvia y Doran.

—No lo sé, solo puedo asegurarte lo que Olivia mencionó.

—Observa allá —señaló a Olivia y a Doran.

Mi hija mayor, que no disimulaba en mostrar el amor romántico que sentía por su padre, con sus finos dedos, que parecían agujas, empezó a acariciar el cuello de Doran, quien en su intento de escapar de las manos seductoras de su hija, estiraba cada una de sus articulaciones.

—Él no le corresponde —mencionó una aliviada Lena.

Sin embargo, yo, que nunca terminaba por confiar solo por lo visto, dejé una duda en el aire:

—Aún no cantemos victoria, recuerda que estamos en público.

—Puede ser, pero... ¿Quiénes de estas personas los conocen como para que les importara su opinión? Nadie.

Lena intentaba justificar todas las acciones de Doran y Olivia.

—Ya están entrando al hospital —dije agitada, al ver cómo mis presas se marchaban.

Yo intenté escabullirme para así seguirlos, pero la prudencia de Lena me detuvo.

—Holly, no puedes ingresar al hospital así como así, ellos te pueden ver y no podremos saber la verdad. Aunque bueno, si están en el hospital, es porque, en realidad, uno de ellos está enfermo.

—¿Y qué sugieres? —pregunté totalmente exasperada, mientras Lena, que aún mantenia la calma, ideaba una solución.

—Deberías esperar,  aunque suene obvio. Pero la espera es lo único que tenemos. Si decicidimos entrar, sería muy riesgoso.

—Claro, esperar mientras hacen cualquier cosa adentro.

Lena, que ya había recuperado la calma, me tomó de la manos y, con un suave apretó,  hizo regresar mi cordura.

—¿Qué pueden hacer ahí adentro? Nada, es solo un hospital, no es ningún motel. Deberíamos tener calma, esperar a que salgan y, luego, seguirlos.




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