Decidí perderte (corrigiendo)

Capítulo 27: Revelaciones

La palabra "embarazo" desestabilizó toda mi tranquilidad. Lena, que poseía más control de sí misma y por ello de la situación, al notar mis intenciones de levantarme, con delicadeza controló mi furia.

—Holly... —Ella miró expectante y preocupada —, no es el mejor momento. Sientate, por favor.

Ante las súplicas de Lena, mi carácter poco apacible, optó por seguir sus consejos, mientras escuchaba la conversación.

El desconocido, que se dedicaba a ignorar la presencia de Doran y alababa la de Olivia, no dirigió una palabra al padre de su interés romántico. Esto, debido a la gran sorpresa que se llevó, y tampoco percató del gran parecido físico que compartían ambos.

—Debes estar tranquila, Holly. Al menos sabemos que el hijo que Olivia espera no es de Doran —mencionó Lena, a quien la combinación de alegría y tristeza no le permitía expresar con claridad sus pensamientos.

A pesar de la pésima relación entre Olivia y yo, sentía su fracaso como propio. Sin poder disimular, mis ojos se cristalizaron, y hasta ese momento, me di cuenta de las diferentes facetas que tenía cada miembro de mi familia.

Lena, que no temía ofrecerme un hombro para llorar, me ofreció su confort de manera física y, apoyando mi cabeza en su hombro, como si de una almohada se tratara dejé descansar los reflejos de la destrucción de mi familia.

—¿Cómo pudo suceder esto?

Mi amiga, sin temor a brindarme un poco de consuelo, me obligó a levantar el rostro para verla a los ojos.

—Mírame, Holly.

—Lena... —mencioné con dolor, mientras intentaba ocultar mi cara  —, no puedo. Necesito descansar. Mi hija está loca y no es más que mi culpa.

—No solo es tu culpa, puedo asegurarte eso... —mencionó con seguridad —, todos tienen una gran parte de la culpa.

La voz del desconocido, a quien un nudo en la garganta no le permitía hablar con claridad ante Doran, irrumpió en un momento de paz que la voz afable de Lena me había dado.

Podia decir que, físicamente, los años de más de Doran, lo hacían lucir muy diferente a aquel hombre y remarcaba la diferencia entre sus rasgos. Asimismo, la voz imponente de Doran no se podía comparar con la voz en susurros del hombre.

—Señor... Es un gusto conocerlo, me llamo James. Soy ingeniero y trabajo en...

Al encontrarse en una atípica situación, Doran no supo reaccionar de forma diplomática y, dando un manotazo a la mano de James, le mostró su desinterés por conocerlo. Luego, verbalizó sus acciones.

—No me importa saber cómo te llamas, a qué te dedicas. Solo quiero que te alejes de mi hija.

James, que parecía haber sido alertado del comportamiento que Doran tomaría, supo manejar la situación.

—Sé que es una situación difícil para ambos, créame que me disculpo por mi cobardía, si acaso puedo llamar así a mi devoción por su hija. En verdad, yo intenté conocerlo cuanto antes, pero Olivia, por miedo al rechazo que usted podría mostrar, no me lo permitió.

—Y tú, muy obediente, te doblegaste con facilidad. Me conmueves —contra atacó Doran —No me queda más que felicitarte por tu obediencia. Aunque me atrevo a decir que sí me gustaría saber algo de ti.

Al sentirse aludido por Doran, la expresión de seriedad en el rostro de James cambió a una de seguridad, pues se creía capaz de persuadir a Doran con facilidad.

Sin embargo, mi marido, que ya no daba tregua a los caprichos de nuestra hija, con un tono amenazante, preguntó:

—¿Qué edad tienes?

Aunque Doran no conocía a James, sólo le bastó una mirada de reojo para analizarlo, así que atacó la mayor inseguridad del hombre que, comparado con Olivia, se le notaban un par de arrugas en el rostro, arrugas causadas por el estrés de la vida.

El ritmo de la conversación bajó y James, tomando precaución con sus palabras, mordió su labio inferior para no dejar escapar ninguna imprudencia.

Con ayuda de la intensidad de Olivia, James encontró la mejor respuesta: decirle la verdad a Doran.

Así que, sin titubeos y con rápidez, creyendo que su agilidad con la palabra lo salvaría, respondió:

—Tengo treinta y dos años.

Cada palabras de James aumentaba el mal ánimo de Doran que, aunque no podía accionar como él lo deseaba, pues estaban en público, claro que podía verbalizar lo que deseaba hacer con él.

Doran centró toda su furia en sus puños e impidió que la ira lo cegara. Sus nudillos blanquecinos indicaban la fuerza que Doran ejercía.

—¡Eres un desgraciado! —exclamó aún conteniendose.

La reacción de mi marido que, para muchos no podía pasar desapercibida, hizo olvidar a varios familiares de pacientes su dolor por una pérdida.

—¡Eres un desgraciado! Olivia es una niña y tú... Tú, perfectamente podrías ser mi hermano mejor.

Olvidándose de su compostura, atacó el pecho de James, quien no tenía respuesta para las acciones de su suegro, mucho menos para convencerlo de su verdadero amor hacia Olivia.

—Dime... —dijo exasperado, mientras más personas se unían al espectáculo.

James, que no había encontrado una explicación, se dejó maltratar por Doran.  Mi marido se aprovechaba de su cobardía y lo destruía mentalmente.

Hasta ese momento, Olivia se había mantenido al margen de la discusión. Sin embargo, al notar el descontrol de su padre, intervino para no llamar más la atención.

—¡Ya basta, papá!

La voz de Olivia no hizo más que alterar a Doran quien,  ignorando a su hija,  estuvo cerca de apartarla  con brusquedad; pero al recordar su embarazo, se lo impidió.

—Tú..., no eres más que una puta y una golfa. No puedo creer que yo te haya criado para que te convirtieras en esto.

James, que no deseaba escuchar y mucho menos presenciar la situación, cerró sus ojos para no enfrentar la realidad.

La fortaleza de Olivia, forjada por tomar el papel de madre con Blake, transformó sus lágrimas en una sonrisa melancólica, mientras las venas de su cuello sí hacían resaltar sus miedos.




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