Decidí perderte (corrigiendo)

Capítulo 38: Una vida diferente (Final)

La muerte de mis hijas me hizo valorar la nostalgia y abrazar los recuerdos que, por las noches, se presentaban en mi mente por medio de historias que me hacían divagar en mis anhelos.

Cerré mis ojos para soportar el dolor que, después de doce años, aún me acompañaban y eran incapaz de abandonarme y yo incapaz de soltarlo. Porque en el dolor aún mantenía con vida a mis hijas

Junté mis palmas y el sonido de mis manos al juntars  me distrajo de mis sentimientos. El  movimiento de mis labios al hablar, como requería concentración, me ayudó a mantenerme cuerda frente a las tumbas de Olivia y Blake.

Con palabras de dolor me dirigí a Dios para pedirle por las almas perdidas de Olivia y Blake. También pedí por el dolor de mi alma que, cada día, se había acostumbrado a llorar en público.

Luego de culminar la oración, coloqué las flores favoritas de cada una de ellas que había cultivado en el jardín de mi nuevo hogar.

—Espero les guste mi regalo, niñas —acaricié el nombre de sus placas.

Mis manos, al sentir, de alguna forma la compañía de mis hijas, temblaron y mis labios se quedaron sin expresión, mientras mis ojos intentaban encontrar algún recuerdo en el vacío de mi mente.

—Me hubiese gustado regalarles más flores en persona. Nunca me perdonaré que luego de su muerte haya compartido más tiempo con ustedes y les haya obsequiado más.

En ese instante, recordé a Doran quien, luego de una decada, aún seguía presente en mis pensamientos, quizá no de una forma romántica. Lo envidiaba, lo envidiaba, porque él sí podía presumir de tener buenos recuerdos con Olivia y Blake, mientras yo tenía que conformarme con la inventiba de mi mente que recreaba todos los "quizá" con ellas a mi lado y se aferraba a una infantil lista que Blake había creado, cuando era tan solo una niña.

En la lista, Blake criticaba todos mis "despistes" y escribió todas las promesas incumplidas de mamá. En estos doce años, me dediqué a cumplir cada una de ellas.

La ironía de mi vida consistía en haber pasado más tiempo con mis hijas ya muertas, que cuando tenían vida.

—Veinticuatro de mayo, Olivia le pide una muñeca a mamá; pero a ella se le olvida o simplemente no quiso escucharlo.

Coloqué la muñeca que Olivia me había pedido en la tumba de mi hija y, para sentirme en compañía de su presencia, simulé que ella la tomaba entre sus manos.

—Gracias, mamá —imité lo que recordaba de la voz infantil de Olivia.

—Día trece de abril, le he pedido un juego de ajedrez a mamá; pero se ha equivocado y me ha traído un juego de maquillaje.  ¿A caso me confundió con Olivia?

—Lo siento, Blake, mamá no quiso equivocarse —me disculpé con tristeza y coloqué el juego de ajedrez en su tumba.

Las demás personas que visitaban el cementerio y ya se había resignado a la pérdida de un ser amado, no podían evitar verme con curiosidad. Mis lagrimas, mis extrañezas captaron la atención de los demás y, al sentirme juzgada por ojos ajenos que desconocían mi situación, me coloqué de pie e intenté aparentar normalidad.

Como mi comportamiento dejó de alimentar su morbo, ellos se centraron en hacerle arreglos a las tumbas de sus seres amados.

La incomodidad me corrió del cementerio e hizo que me despidiera apresuradamente de las tumbas de mis hijas. Por ello, en un susurro apenas audible para mí, les di mi palabra de despedida.

—Nos vemos, mamá vendrá otro día.

La vergüenza me hizo bajar la mirada.

Mi único consuelo era saber que las niñas no pasaban solas. Doran también las acompañaba todas las semanas y nuestros regalos se encontraban en sus lápidas.

Esa mañana, cuando la oscuridad parecía echar al sol del cielo, cargué con todos los quehaceres del trabajo con rapidez y ordené a mis subordinados cubrirme.

Desde que me aparté de mi padre, concebí una idea espectacular para una nueva empresa que, con el tiempo que la soledad me daba, cree en un tiempo récord.

—¿Eso es todo lo que me dejará? —preguntó uno de los chicos, estaba muy  sorprendido.

—Sí, hoy trabajarán media jornada, porque yo no estaré.

—Pero apenas es lunes... —cuestionó mis órdenes.

—No te preocupes por eso, hemos trabajado de más estos días. Todo está en orden.

—Pero... —me interrumpió de forma titubeante. Él tenía temor de contradecirme, no obstante, con un gesto de serenidad lo motivé a hablar.

—¿Está segura de que estamos trabajando a un buen ritmo? No sé, me preocupan los clientes... Los proyectos.

Para omitir una conversación que él no entendería, le respondí:

—Julian, confía en mí. Claro que llevamos un buen ritmo, además, hoy debo atender algo más importante.

—¿Qué puede ser más importante que el trabajo? Debemos...

—Sí, hay algo más importante, Julian —dije con tono cansino —, mi nieto. Debo ir a su escuela. Y creo que tu mamá no ha estado bien de salud, según lo que me comentaste hace unos días. ¿No crees que es mejor que la acompañes hoy? Trabajas media jornada y te marchas.

Julian, que era un joven de carácter moledeable, aceptó mi sugerencia y se despidió de las labores, mientras dejaba una gran cantidad de papeles encima del escritorio.

Al ver la disponibilidad del chico, no pude evitar sonreír con ternura, parte de la tenacidad de Julian me recordaba a mi versión más joven. Por ello, cuando su tono de voz se elevaba en mi contra para exigirme mayor compromiso, yo lo tomaba con cierta diversión que me proporcionab la calma pata responderle con ánimos controlados.

Para que los ojos de los demás no apreciaran mi desesperación, contuve mi energía en mis pertenencias y, con una pequeña sonrisa que delataba parte de la felicidad que Matthew me daba, dejé escapar parte de mi emoción.

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Matthew, que reconocía mi caminar, al verme contemplar los pasillos de la escuela, se abalanzó hacia mí. Su propio peso nos hizo perder el equilibrio y, por poco, caímos al suelo.




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