Déjame con mi orgullo

I. Peter Harrison

Ann

Desperté tomando una gran bocanada de aire, teniendo como consecuencia el sabor de la colonia de Alex en mi garganta. De nuevo no encontró algo mejor que venir mi habitación, para después bañarse en colonia masculina y provocar que me despertara con el fuerte olor de la menta. Ya, con mal humor, traté de levantarme de la cama con cuidado de no pisar el pedazo de pizza que había quedado de ayer, pero las sábanas se enredaron en mis piernas y el cabello lleno de nudos me cayó en la cara al mismo tiempo que mi cuerpo impactaba en el piso. Probablemente si alguien estuviera viendo desde la puerta pensaría que está en pleno proceso de exorcismo… pero no. Solo era una mañana común y corriente para Annabella Berries.

A pesar del dolor que tenía en la rodilla por aterrizar de frente, traté de levantarme con cuidado. Y después lo poco de alegría que había ganado al estar de pie se perdió cuando intenté caminar y mi dedo pulgar del pie se quedó en la alfombra, dejando que cayera nuevamente contra la madera del piso.

—Estúpida alfombra —exclamé, con el rostro aún en el suelo y la frustración de una mañana de un lunes haciéndose presente.

Mi estado emocional en estos momentos podría catalogarse de la siguiente forma: agresivo.

Cuando levanté la mirada, Alex estaba apoyado en la puerta con una sonrisa burlona en su rostro. No pude evitar fulminarlo con la mirada porque culparlo de mis problemas esta mañana era mucho más sencillo que cualquier otra solución. Desde que éramos pequeños hemos hecho eso: culparnos de cualquier cosa que pase en la casa. Incluyendo romper un plato de la abuela, a pesar de que esa vez yo estaba jugando con mis primos, hasta chocar el auto de mamá cuando él tenía 16 y yo 15 años.

—Buena forma de empezar el día, enana —eso fue lo que le entendí, pues tenía su cepillo de dientes en la boca.

Resumiendo años de tortura emocional y física, se podría decir que nuestra rivalidad comenzó cuando pude respirar.

Noté que ya no llevaba puesto su pijama, lo cual me pareció un tanto extraño si se considera que solo se viste cuando quedan pocos minutos antes de que inicien las clases. Giré mi cabeza unos cuantos centímetros en dirección a mi mesita de noche, y casi me ahogo con mi propia saliva al ver que me quedaban diez minutos para llegar a tiempo a la escuela. La ira y la preocupación estaban realizando un debate bastante agitado respecto a si debería tirarme encima de Alex y lanzarlo por la escalera, o correr para no llegar tarde.

—¡¿Por qué no me despertaste?! —me levanté rápidamente de la alfombra y comencé a tomar del suelo la ropa que me había puesto ayer. No tenía mucha importancia si me la ponía, después de todo ayer no había salido de casa—. ¡Es lo único que mamá te pide en caso de que no suene mi despertador!

Se encogió de hombros de manera inocente. Inútil.

Empujé a Alex una vez que tenía todo lo necesario para parecer una persona decente en mis manos y comencé a bajar las escaleras como si mi vida dependiera de ello. Solo tenía una playera de mi hermano encima, dejando mis bragas a la vista de los vecinos por las cortinas abiertas.

Cuando llegué a la planta de abajo, pude saber que mamá estaba cocinando panqueques incluso antes de cruzar la puerta. Con la ropa aún en mano, busqué rápidamente un plato hondo y lo dejé en la mesa para sacar el cereal de la despensa y la leche que mamá ya había dejado encima de la mesa.

Alex ya estaba sentado, comiendo sus panqueques, cosa que me dio un tremendo asco porque se había lavado los dientes hace poco. Cuando traté de relajarme, noté que solo me quedaban cinco minutos para bañarme. Dejé la caja de cereal tirada sobre la mesa y me acerqué rápidamente a mamá.

—Adiós, mami —le besé la mejilla—. Llámame cuando mis panqueques estén listos.

Subí corriendo las escaleras e incluso casi caigo en el proceso, pero una vez llegué a mi habitación, corrí hasta mi baño y me miré en el espejo. Mi cara estaba toda baboseada y con las arrugas de la almohada marcadas en ambas mejillas.

Normalmente cuando despierto mi cerebro dice: «¡Vamos a despertarla con una inundación, chicos!», y mi rostro queda como si volviera a ser la bebé babosa que era antes. Traté de ducharme lo más rápido posible al mismo tiempo que cepillaba mi cabello, pero después al estar vestida y mirarme en el espejo, noté que quizás fue una mala idea. Ignoré mi cabello de león y aproveché de pintarme un poco los ojos, solo un poco echándole a mis pestañas rímel y delineando la parte de abajo. Me hice una coleta alta cuando iba bajando por las escaleras, así que tuve que tomar mi celular con una sola mano y ponerlo entre mi hombro y la oreja.

—¿Hola? ¿Quién te crees para llamarme a esta hora? —gruñí una vez que llegué a la cocina.

—La persona que te tuvo como parásito por ocho meses y medio —habló mi mamá por el otro lado de la línea—. Me fui antes porque voy a pasar a buscar a Daisy; tus panqueques están sobre la mesa. También te dejé crema batida y crema de avellanas si tienes tiempo de comer algo.

—Yo no veo nada —lo único que noté fue un plato vacío, pero tuve un mal presentimiento al notar que la puerta de entrada estaba medio abierta.

—Adiós, te quiero.

Se mantuvo en silencio y antes de que le cortara me advirtió «no mates a Alex».

Mi teléfono se resbaló de mis manos en el mismo momento en que salía corriendo para atrapar al captor de mis panqueques. Alex.

Cuando estuve afuera, él ya se encontraba comiendo uno de mis panqueques haciendo un baile extraño en mi dirección que representaba su victoria inminente. Por un momento pensé que estaba haciendo eso en una clase de venganza por casi matar a su mejor amigo, pero descarté la idea al notar que ese plan era demasiado para la mente de mi hermano.

—¡Vas a morir, Alex! —grité, logrando que él comenzara a correr al otro lado de la acera justo cuando el inconfundible auto de Félix se paraba a recogerlo.




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