Déjame decirte... amor

-1. Su secretaria ejecutiva, no su asistente personal.-

Capitulo Uno: 

¿Existía en mi vida algún consejo sabio que quisiera dar a alguien y perpetuar así de generación en generación mi sabiduría? 

Pues sí. “Nunca dejes que una maldita impresora sepa que estas en un apuro”. Esas máquinas del infierno parecían sentir tu desesperación y, como yo en este momento, cada copia demoraría lo mismo que una era de hielo.

—¡Vamos, maldito cacharro impresión a laser de cuarta!

Quise tomar el papel con rabia y romperlo en mil pedacitos al ver que la coloración de un par de gráficos no eran exactamente los mismos que se veían en el monitor.

Mi jefe me mataría.

¿Creen que exagero? Eso es porque ustedes no tenían que lidiar con las exigencias del mismísimo Lucifer del mundo empresarial a quien, el mínimo vuelo de una mosca, le disgustaba por el simple hecho de que el insecto no pedía su autorización para hacerlo.

El señor Benjamín Cameron era el amo y señor de esta compañía. Un hombre de cuarenta y un años, experto en finanzas, con un rostro de estar chupando limón a cada rato…y guapo. Condenadamente encantador y atractivo.

Que además y como dato extra, me detestaba. Yo lo sabía y él también sabía que yo ya lo sabía. Por eso que nos llevábamos bien. Ninguno de los dos tenía que fingir su aversión para con el otro.  

La sala de copias era pequeña y esa mañana hacia calor. Miré los alrededores y quise morirme de envidia cuando en el basurero divisé un viejo empaque de un burrito. Yo estaba en una dieta perpetua que no me permitía ese tipo de calorías y por el momento lo único disponible en mi menú eran los vegetales. Era, sin temor a equivocarme, una eterna gorda en pausa. 

El odioso zumbido de una mosca me distrajo durante el buen rato que tarde cazándola. Le di de lleno con el montón de carpetas tapa cristal que tenía en mis manos y no pude distraerme recuperando su cadáver ya que me esperaban en la sala de juntas.

—Bueno, a lo hecho pecho —acomodé cada carpetita entre mis brazos y entré en la sala de juntas cuando dos de los socios se encontraban allí.

Mierda, carajo, maldición.

Ambos hombres hablaban amenamente sobre algún viaje al extranjero y mi jefe miraba la pantalla de su teléfono celular.

Supe exactamente el momento en que mi jefe me sintió llegar ya que junto conmigo entraron los demás y  ruidosos socios a la sala, que convenientemente llegaban tarde.

—Por favor, disculpen a mi secretaria —dijo él con falsa modestia. — Ella se toma bastante en serio el proceso de la tala de árboles y posterior obtención de celulosa.

La gente se miró unos con otros. Incomodos sin saber si reír o darme sus condolencias.

—Lo siento —me disculpé con una sonrisa a medias. De nada valía, pero bueno, la simpatía era siempre un buen recurso para salir de aprietos. —Tuve un retraso con la impresora del área de registros.

—Vaya, ¿Estás diciendo entonces que deberíamos despedir a nuestros técnicos de mantenimiento y comprar nuevos equipos? —contratacó el desgraciado sin dignarse a mirarme. Su vista fija en la pantalla de su móvil. 

Apreté con fuerza mis labios maldiciéndolo con cada uno de los insultos que recopilé en mi vida. Maldito imbécil arrogante y egocéntrico.

—No, señor —le entregué su carpeta de cristal y quise morirme al ver el odioso cadáver de la mosca dentro de sus documentos.

Este era a todas luces un día de mierda.

El señor Benjamín mostró un único signo de molestia. El musculo de su masculina quijada latió y yo supe que estaba muerta. El tipo ya me odiaba por estar infracalificada para un puesto como este, y yo no hacía más que cimentar su opinión. Aún recordaba sus crueles palabras de una vez que se enojó conmigo por malinterpretar la agenda de su viaje al extranjero; “No entiendo porqué continúas trabajando para mí —había dicho con cansancio, —tampoco es que gastaré mi energía en despedirte. De eso se encarga el área de recursos humanos que son los que te pusieron aquí. Mi mundo es demasiado caótico como para encargarme de la mierda de mis zapatos también”.

—Lo lamento —susurré de manera innaudible y él frunció el ceño. En ese maldito momento mis neuronas me jugaron una mala pasada y me encontré imaginándome que le pedía que me castigara poniéndome sobre su regazo y azotando mi trasero.

Sí, aparte de infracalificada para el puesto, cachonda con el jefe. 

El señor Benjamin me señaló con dureza el lugar a un lado del proyector donde comenzarían a exponer los temas principales de la reunión del día.

¿El por qué aún seguía trabajando para él? Pues yo, cual eficiente secretaria ejecutiva, le había arreglado un asunto con su problemática ex novia, Leah, en el pasado y por eso me conservaba. Éramos el claro ejemplo de una mano lava la otra y entre las dos lavan la cara. Yo conocía sus sucios secretos y él me pagaba un sueldo a fin de mes. Dejando de lado que no me soportaba era un ganar, ganar para ambos. 

La reunión finalizó sin los resultados esperados para el señor Benjamín y desde mi lugar pude ver lo cabreado que se encontraba.

—Señor…

Él levantó su mano para silenciarme con ese gesto. Se veía harto y agotado.

—Quiero el informe para mañana a mi primera hora sobre mi escritorio.

Él acomodó su corbata y se despidió hasta el siguiente día. Algo extraño debió de pasarle ya que el señor Cameron era el ultimo en marcharse de las oficinas.

Mi panorama no mejoro demasiado al llegar a casa y descalzarme completa. Miré la cantidad de sobres que habían deslizado bajo el marco de la puerta y no pude hacer más que suspirar. Como cada mes, este también se haría cuesta arriba a causa de los impuestos y las deudas que tenía, que si bien no eran muchas, eras las suficientes como para que continuara trabajando para el jefe chupa limón. 

Sonreí al revisar una de las facturas en específico. Tomé mi teléfono celular y marqué al lugar donde quería hablar. Respondieron al tercer tono.




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