[.BLAIR.]
Cuando llegué a mi apartamento, el silencio me recibió como un viejo amigo. Cerré la puerta tras de mí y me apoyé un instante en ella, exhalando un suspiro profundo. El día había sido agotador, pero la noche prometía ser un escape, una oportunidad para soltar el peso que cargaba en los hombros, aunque solo fuera por unas horas.
Caminé hacia mi habitación y me deshice de mi ropa con movimientos automáticos. Una ducha rápida era justo lo que necesitaba.
Dejé que el agua caliente resbalara por mi piel, relajando cada músculo tenso. Por un momento, me permití cerrar los ojos y dejar mi mente en blanco, disfrutando la sensación del vapor envolviéndome. Pero, inevitablemente, mi mente volvió a él. A James. A la sensación de su piel contra la mía, a la manera en que solía abrazarme después de un largo día.
Abrí los ojos de golpe y sacudí la cabeza, como si así pudiera disipar los recuerdos. No. Esta noche no pensaría en él.
Salí de la ducha y me envolví en una toalla, caminando hacia mi armario con determinación. No importaba lo que sintiera, no importaba lo mucho que doliera—esta noche sería mía.
Deslicé mis dedos por las perchas hasta que encontré el vestido perfecto: un elegante vestido negro, ajustado en la cintura, con un escote sutil pero lo suficientemente llamativo. Me lo puse y dejé que la tela se amoldara a mi cuerpo. Frente al espejo, observé mi reflejo. Mis ojos verde parecían más brillantes gracias al maquillaje perfectamente aplicado. Un delineado sutil, labios en un tono rojo vino y el cabello suelto en ondas suaves.
Sonreí. No porque me sintiera completamente bien, sino porque al menos, por fuera, parecía estarlo.
Un golpe en la puerta me sacó de mis pensamientos. Me apresuré a abrir y encontré a Penélope, radiante como siempre, con un vestido burdeos que resaltaba su figura y sus labios pintados en un tono a juego.
Sus ojos recorrieron mi atuendo de arriba a abajo antes de soltar un silbido bajo.
—Dios mío, Blair. Estás impresionante. —Su voz tenía un matiz de admiración genuina, lo que me hizo soltar una pequeña risa.
—Gracias, tú también luces espectacular —afirmé, dejando que mi mirada apreciara su atuendo—. Ese vestido te queda perfecto.
Ella sonrió con autosuficiencia y giró sobre sus talones, haciendo que la falda se moviera con gracia.
—Lo sé —bromeó, guiñándome un ojo—. Pero en serio, Blair... Se supone que esta es una noche de fiesta, no una alfombra roja. Vas a hacer que todas las chicas se mueran de envidia y que todos los hombres se queden sin habla.
Reí entre dientes, sintiendo un leve rubor en mis mejillas.
—Exageras.
—No, en serio —insistió, cruzándose de brazos—. ¿Estás segura de que quieres salir a distraerte... o quieres que cierto alguien se arrepienta de todo?
Mi sonrisa vaciló un instante, pero me recuperé rápido.
—Esta noche no es sobre él —afirmé con más convicción de la que realmente sentía—. Es sobre mí. Necesito un respiro, necesito reír, bailar... y necesito un cóctel fuerte.
Penélope alzó las manos en señal de rendición.
—Me parece justo. Entonces, vamos a conseguirte ese cóctel. —Se giró hacia la puerta y luego me miró de reojo—. Vamos en tu auto. El mío ha estado fallando y, sinceramente, no quiero quedarme varada en medio de la ciudad con estos tacones.
Rodé los ojos con diversión y tomé mis llaves de la mesa.
—Sabes que solo lo dices porque te encanta que conduzca yo.
—Exacto —reconoció sin un ápice de vergüenza—. Así puedo ir tomándome selfies en el camino.
Solté una carcajada y negué con la cabeza antes de salir del apartamento con ella.
El aire nocturno nos envolvió en cuanto salimos del edificio. La ciudad bullía de vida, con las luces de los autos reflejándose en las calles húmedas y el murmullo de conversaciones y risas flotando en el aire. Me detuve por un instante, respirando hondo.
Por primera vez en días, sentí que quizás, solo quizás, esta noche realmente podría ser un escape.
Me giré hacia Penélope y sonreí.
Ella asintió y juntas nos dirigimos hacia el auto, listas para sumergirnos en la noche.
[...]
El bar estaba lleno de vida, con la música retumbando suavemente en el fondo y el murmullo de las conversaciones envolviéndolo todo en un ambiente cálido y vibrante. Las luces tenues, en tonos dorados y ámbar, creaban un halo acogedor sobre cada mesa, mientras los camareros se movían con destreza entre los clientes, equilibrando bandejas llenas de cócteles y platillos.
Apenas cruzamos la entrada, mis amigos se pusieron de pie para recibirnos. Sam Thompson fue el primero en acercarse, extendiendo los brazos con entusiasmo.
—¡Ahí están las reinas de la noche! —exclamó con su sonrisa despreocupada.
Jack Ross, apoyado contra la mesa con una copa en la mano, nos estudió con su típica expresión evaluadora antes de asentir con aprobación.
—Por fin llegaron —comentó con un leve toque de dramatismo—. Casi llamamos a la policía para reportarlas como desaparecidas.
Leya Williams rodó los ojos, divertida, mientras le daba un ligero codazo en el brazo.
—Déjalas en paz, Jack. Seguro estaban arreglándose para deslumbrarnos —volteó a verme y a Penélope con una sonrisa—. Y, por cierto, lo lograron.
Aaron Jor, más reservado pero siempre atento, me dio un pequeño abrazo y se apartó para cedernos espacio en la mesa.
—Las noches de salida sin ustedes no son lo mismo —señaló con un gesto genuino.
Reí suavemente mientras nos acomodábamos en nuestros asientos.
—Bueno, no podían esperar demasiado. Ya saben que la perfección toma tiempo —bromeé, guiñando un ojo.
Un mesero apareció en ese momento, un chico joven con un delantal negro ajustado alrededor de su cintura, listo para tomar nuestras órdenes.
—¿Qué les traigo? —preguntó con una sonrisa educada.
Editado: 16.06.2025