Dejando ir al amor de mi vida

10.- Un Vanderbilt y un Thorne

[.BLAIR.]

Regresamos al interior del bar, donde la música continuaba vibrando en el aire, entremezclándose con el murmullo de las conversaciones y las risas dispersas. Mis amigos seguían en la mesa, completamente inmersos en su propia burbuja de diversión. Sam fue el primero en notar nuestro regreso y, como era de esperarse, su atención se fijó en mí de inmediato.

—Ah, pensé que ya nos habían abandonado —comentó con su sonrisa despreocupada, dándole un trago a su cerveza.

Rodé los ojos con fingida molestia y me acomodé en mi asiento.

—Ni en tus sueños, Sam.

Él rió bajo y se inclinó ligeramente hacia mí, apoyando su brazo en el respaldo de mi silla con demasiada confianza.

—¿Segura? Porque últimamente pareces huir cada vez que intento hablar contigo.

Fingí no notar el doble sentido en su comentario. Desde que supo que estaba soltera, su actitud había cambiado drásticamente. Siempre habíamos sido amigos, pero ahora su cercanía tenía un matiz diferente. Un matiz que yo no estaba dispuesta a explorar.

—No exageres —repliqué con ligereza, alzando una ceja—. Solo he estado... distraída.

Sam entrecerró los ojos con diversión, como si no me creyera ni una sola palabra.

—¿Distraída? —repitió, su voz cargada de escepticismo—. No te veo muy entretenida en este momento.

Antes de que pudiera contestarle, desvié la mirada hacia Penélope, quien conversaba animadamente con Leya, sobre el mejor restaurante de la ciudad. Me aferré a ese tema para intentar despegarme de la conversación con Sam y me centré en el debate gastronómico que se desarrollaba frente a mí.

Pero entonces, una extraña sensación recorrió mi espalda. Un escalofrío que no tenía nada que ver con el frío del aire acondicionado del bar.

Era como si una tormenta eléctrica se hubiese encendido dentro de mí, como si cada fibra de mi ser tuviera una alarma incorporada para detectar la presencia de cierta persona. Mi corazón latió con fuerza, traicionándome.

Gire la cabeza con cautela, casi como si el movimiento fuera involuntario.

Y ahí estaba.

Elion Vanderbilt.

Mi estómago se hundió al verlo entrar, su silueta inconfundible destacando entre la multitud con esa maldita arrogancia natural que siempre lo acompañaba. Su cabello oscuro estaba ligeramente despeinado de una manera que parecía descuidada, pero perfectamente calculada. Su mandíbula firme, su expresión despreocupada, la forma en que se movía con esa seguridad insultante... Nada había cambiado.

Pero lo peor no era él.

No.

Lo peor era la mujer que lo acompañaba.

Era impresionante. De esas mujeres que parecen sacadas de un comercial de alta costura. Su cabello rubio platinado caía en ondas perfectas sobre sus hombros, y su vestido rojo abrazaba cada curva de su figura con descarada elegancia. Sus ojos grises brillaban con confianza, como si supiera exactamente lo que quería y cómo conseguirlo.

Sentí una punzada de vergüenza en el pecho.

Después de todo, yo le había pedido a Elion que me ayudara a sabotear la boda de James. Le había abierto una parte de mí que no muchos conocían. Y ahora, al verlo aquí, rodeado de mujeres como siempre, me sentí... expuesta. Como si hubiese cometido un error al confiarle algo tan importante.

Giré la cara rápidamente, dándole la espalda, rezando para que no me viera.

Pero el universo tenía otros planes.

Porque justo en ese momento, cuando creí que la noche no podía empeorar, otra figura apareció en mi campo de visión.

Y esta vez, el golpe fue mucho más fuerte.

James.

Mi sangre se heló.

Él no estaba solo.

A su lado, caminaba una mujer alta, de belleza etérea. Su cabello rubio dorado caía en suaves ondas y sus ojos azules parecían brillar más que las luces del club.

¿Camille?

Mi pecho se comprimió con tanta fuerza que por un momento temí no poder respirar.

No podía estar aquí. No podía verlos juntos.

El pánico se apoderó de mí en un instante y, sin pensarlo demasiado, hice lo primero que se me ocurrió.

Fingí que se me caían las llaves.

Me agaché de inmediato, como si estuviera buscándolas en el suelo, tratando desesperadamente de ocultarme entre la multitud, esperando que la penumbra del bar jugara a mi favor.

Pero, por supuesto, no tuve tanta suerte.

—¿Se te perdió algo?

Mi cuerpo entero se tensó.

No.

No. No. No.

Esa voz. Esa maldita voz.

Levanté la mirada, con la esperanza de estar equivocada.

Pero no.

Ahí estaba.

El imbécil de Elion, observándome con una ceja arqueada y una sonrisa medio burlona en los labios.

Por supuesto que tenía que ser él.

Inspiré hondo y forcé una sonrisa mientras me enderezaba lentamente.

—Nada que te importe, Vanderbilt —repliqué, sacudiéndome el vestido como si con ello pudiera eliminar la humillación de la situación.

Elion se cruzó de brazos, aún sonriendo.

—Si quieres seguir en el suelo, fingiendo que perdiste algo para esconderte de... —hizo una pausa dramática y bajó la voz— No seré yo quien lo arruine.

Mi mandíbula se apretó.

—No sé de qué hablas.

Él soltó una risa baja, esa risa que siempre me sacaba de quicio.

—Blair, Blair, Blair... —musitó, negando con la cabeza—. Solo alguien de tu clase, puede verse tan elegante cuando finge demencia.

Su mirada se deslizó por la multitud, como si buscara algo... o alguien.

—Mira, ¿ya viste quien viene? Él hombre del año —su voz goteaba sarcasmo mientras sus ojos volvían a los míos con malicia.

Mi corazón se tambaleó.

—Ya cállate, Vanderbilt.

—Oh, pero es que esto es demasiado bueno —su sonrisa se ensanchó, encantado con su propia burla—. Primero me pides que te ayude a sabotear su boda, y ahora te escondes de él como una niña asustada. ¿Dónde quedó la Blair feroz que estaba dispuesta a quemarlo todo?




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