[.BLAIR.]
El aire del club estaba cargado de música, luces parpadeantes y risas dispersas. A mi alrededor, mis amigos charlaban animadamente, pero yo no podía concentrarme en sus palabras. Fingía que todo estaba bien, como si nada hubiera pasado, como si ver a James con Camille no me hubiera destrozado por dentro. Me llevé mi copa a los labios y bebí un sorbo, sintiendo el líquido frío deslizarse por mi garganta, pero nada apagaba el ardor en mi pecho.
—Blair, ¿estás bien? —preguntó Jack con el ceño levemente fruncido, mirándome con cierta preocupación.
Sonreí, una sonrisa impecablemente ensayada, esa que utilizaba cuando el mundo esperaba que mantuviera la compostura.
—Por supuesto —contesté con voz ligera, casi despreocupada—. Todo está perfecto.
Leyla, la novia de Jack, ladeó la cabeza y cruzó los brazos sobre la mesa, mirándome con una expresión incrédula.
—¿Esa francesa es por la que James te dejó?
Su pregunta fue como una aguja perforando la burbuja de calma ficticia que había creado alrededor de mí. Mi sonrisa no vaciló, pero mi mano se aferró con más fuerza a la copa. Antes de que pudiera responder, Penélope se inclinó hacia adelante y tomó un largo trago de su bebida antes de chasquear la lengua con desdén.
—Honestamente, no es la gran cosa —expresó con indiferencia—. Me esperaba algo mucho más impactante como para dejar a Blair.
Mi mandíbula se tensó por un instante, aunque su comentario intentaba consolarme. No necesitaba que nadie me recordara que James había elegido a otra, que había decidido dejarme atrás como si los años juntos no hubieran significado nada.
—Por favor, cambiemos de tema —solicité con voz firme, pero no dura.
Un silencio incómodo se instaló en la mesa. Podía sentir las miradas de todos sobre mí, escrutándome, preguntándose cuánto de esa máscara perfecta estaba a punto de quebrarse.
Entonces, Sam rompió la tensión con su entusiasmo característico.
—¡Deberíamos ir a bailar! —propuso con una sonrisa, tratando de aligerar el ambiente.
Jack miró hacia la pista de baile y soltó una carcajada breve.
—Está llena, no hay espacio ni para mover un pie.
Yo no respondí de inmediato, pero entonces giré la vista hacia Penélope. Nuestras miradas se encontraron y, sin necesidad de palabras, entendió lo que quería.
—Vamos —dijo simplemente, tomando mi mano.
Nos levantamos y nos dirigimos juntas a la pista de baile, esquivando a la multitud hasta encontrar un hueco donde la música vibraba con fuerza en nuestros cuerpos. Nos miramos por un segundo antes de que Penélope sonriera y comenzara a moverse al ritmo de la música, con una gracia y confianza que siempre había envidiado.
Cerré los ojos por un momento y dejé que el sonido ensordecedor del club me envolviera. Moví las caderas al compás de la música, siguiendo los pasos de Penélope, sintiendo su energía contagiarme. Bailamos juntas, riendo entre movimientos, perdiéndonos en el momento como si el resto del mundo no existiera.
Era solo eso: un instante de olvido, de libertad.
Pero incluso entre las luces de neón y la multitud vibrante, no podía sacudirme la imagen de James con Camille. Su brazo alrededor de ella, su sonrisa, la forma en que la miraba como si fuera su universo entero. Como solía mirarme solo a mí.
Después de un rato, la euforia se disipó y ambas regresamos a la mesa.
Tomé un sorbo de mi bebida, pero el nudo en mi garganta no desapareció.
—Voy al baño —dije de repente, levantándome antes de que alguien intentara detenerme.
Caminé con paso firme hasta la zona de los baños, pero al llegar, me encontré con una fila interminable de mujeres esperando su turno. Suspiré, frustrada.
—Si buscas un baño sin fila, hay uno en la salida trasera del club.
Giré la cabeza y vi a un hombre apoyado contra la pared. Tenía una sonrisa casual y una actitud despreocupada.
—¿En serio? —pregunté, arqueando una ceja.
—Sí, justo por la puerta trasera. Solo sigue el pasillo.
—Gracias —asentí y me dirigí hacia la salida.
El aire fresco de la noche me golpeó en cuanto crucé la puerta. Afuera, el ruido del club se amortiguaba, quedando reducido a un eco lejano. Caminé por el callejón, buscando el supuesto baño, pero entonces, sentí una presencia detrás de mí.
—Ey, preciosa —murmuró una voz familiar.
Me giré y vi al mismo hombre de antes. Había algo diferente en su expresión ahora... algo que me puso en alerta.
—¿Qué pasa? —pregunté, retrocediendo un paso.
—Nada, solo quería asegurarme de que llegaste bien. —Su sonrisa se amplió mientras daba un paso hacia mí.
Mi estómago se revolvió con una sensación de incomodidad.
—Estoy bien. Gracias —respondí con frialdad, girándome para volver al club.
Pero antes de que pudiera dar un paso más, su mano se cerró alrededor de mi muñeca.
—No seas así, vamos a divertirnos.
Mi corazón se detuvo por un segundo.
—Suéltame —exigí, intentando apartarme, pero su agarre se hizo más fuerte.
El pánico me invadió como un veneno. Mi respiración se volvió errática, mi mente gritaba para que hiciera algo, pero mi cuerpo estaba paralizado por el miedo.
—Déjame ir —intenté una vez más, pero su otra mano se deslizó a mi cintura.
El mundo a mi alrededor pareció desvanecerse. Todo lo que sentí fue su presencia opresiva, su aliento cerca de mi oído, el terror recorriendo cada fibra de mi ser.
Y entonces, como un rayo en medio de la oscuridad, una voz retumbó con furia.
—Suéltala.
Un golpe seco.
El hombre salió despedido hacia atrás, cayendo contra el suelo con un gruñido de dolor.
Me tomó un segundo procesar lo que acababa de pasar.
¿Elion?
Estaba ahí, frente a mí, con los puños apretados, la mandíbula tensa y el pecho subiendo y bajando con intensidad. Sus ojos azul acero estaban cargados de ira contenida.
Editado: 16.06.2025