Dejando Ir Al Amor De Mi Vida

2.- Pegamento del más caro

El sonido de la puerta al cerrarse detrás de mí resonó con una brutalidad despiadada en el inmenso vacío de mi departamento. Fue un eco cruel que rebotó contra las paredes, ahogándome en un silencio denso, sofocante. Mi espalda se deslizó lentamente hasta apoyarse contra la madera fría, mis piernas temblaron y, por primera vez en mucho tiempo, sentí que el suelo bajo mis pies se desmoronaba por completo.

Mi respiración era errática, entrecortada, como si cada bocanada de aire raspara mi garganta en un intento desesperado por llenar un vacío que ya no tenía remedio.

James se casaba.

James, el hombre al que amaba con cada fibra de mi ser, iba a unir su vida a otra mujer. Y yo... yo era la encargada de hacer que su boda fuera perfecta.

El peso de esa verdad me aplastó el pecho con una fuerza devastadora. Mis piernas cedieron y me desplomé en el suelo sin fuerzas, abrazando mis rodillas con desesperación. El aire se volvió denso, irrespirable. Mi corazón latía con un ritmo desenfrenado, como si intentara aferrarse a algo que ya no existía.

—No... —susurré, pero mi propia voz sonó tan rota, tan insignificante, que ni siquiera pareció salir de mis labios.

Cerré los ojos con fuerza, pero el recuerdo del encuentro con James me golpeó con la precisión cruel de un cuchillo afilado.

Él se veía tan tranquilo, tan seguro. Sus ojos azul profundo, esos que solían mirarme con ternura, ahora solo reflejaban una determinación que me partía en dos. Su expresión serena, como si todo esto no le pesara en absoluto. Como si lo nuestro hubiera sido un capítulo cerrado hacía tanto tiempo que ya ni siquiera valiera la pena recordarlo.

Espero que todo salga bien... Sé que harás un trabajo impecable. —Su voz había sido firme, sin titubeos, sin rastros de duda.

Y yo solo había asentido, incapaz de pronunciar palabra, sintiendo cómo cada una de sus sílabas se clavaba en mi piel como astillas ardientes.

Mis dedos se aferraron a la tela de mi blusa, tratando de encontrar algo sólido en lo que sostenerme, pero solo sentí mi propio cuerpo temblar bajo el peso del dolor.

Un sollozo desgarrado escapó de mi garganta, y lo cubrí con ambas manos, como si aún pudiera contenerlo.

—¿Cómo se supone que haga esto? —susurré al vacío, mi voz apenas un hilo tembloroso.

Nadie me respondió.

Nadie estaba aquí para salvarme de este abismo en el que me estaba hundiendo.

Mis lágrimas cayeron, empapando mis mejillas, manchando el suelo de mármol. Todo dentro de mí se rompía en mil pedazos mientras mi mente se aferraba a una esperanza absurda, patética, irracional.

—Quizás se arrepienta... —musité, ahogándome en mi propia desesperación—. Tal vez en el último momento...

Pero la imagen de James con Camille apareció en mi mente, destrozando cada posibilidad.

Él no se veía atrapado. No se veía confundido ni infeliz.

Se veía en paz.

Se veía convencido.

Un grito de rabia y dolor estalló desde lo más profundo de mi pecho. Me incliné hacia adelante, golpeando el suelo con el puño cerrado, sintiendo cómo la piel de mis nudillos ardía con la fricción.

—¡Dios, qué estúpida soy! —exclamé entre sollozos, mi voz quebrada por la desesperación.

Mi cuerpo se sacudía con cada lágrima que caía.

Odiaba esto. Odiaba cómo mi corazón seguía latiendo solo por él, cómo cada parte de mí seguía esperando que apareciera en mi puerta, arrepentido, diciendo que todo esto había sido un error.

Pero la verdad era innegable.

James nunca volvería a ser mío.

Mi teléfono vibró a mi lado, sacándome por un segundo de mi miseria. Lo miré con el corazón latiéndome en la garganta.

Tal vez... tal vez era él.

Tal vez...

Pero no.

Era un mensaje de... ¿De Camille?

"Hola, soy Camille Dupont. La prometida de James, me dijo que aceptaste organizar nuestra boda. Muchas gracias señorita Blair. Me gustaría mandarte mis ideas sobre los arreglos florales. ¿Puedes pasarme tu correo electrónico?"

La náusea subió por mi garganta.

Ni siquiera podía odiarla.

No cuando ella confiaba en mí.

No cuando, en su mente, yo era su amiga.

Un nuevo sollozo escapó de mis labios, y lo cubrí con ambas manos.

Me envolví en mis propios brazos, como si eso pudiera sostenerme en medio de este naufragio emocional. Pero no había salida. No había consuelo.

Yo misma me había condenado a esto.

Y lo peor de todo...

Era que todavía lo amaba.

El timbre del teléfono rompió el silencio, sacándome de mi ensimismamiento. El nombre de Penélope iluminó la pantalla, y por un segundo consideré no contestar. Pero no podía hacerle eso. Ella era mi mejor amiga, la única persona que me conocía lo suficiente como para ver a través de mis intentos patéticos de aparentar fortaleza.

Tomé aire, tragándome el nudo en la garganta antes de deslizar el dedo sobre la pantalla.

—Blair, ¡al fin! —exclamó con su entusiasmo habitual—. ¿Cómo fue? ¿Qué te dijo James? ¡Cuéntamelo todo! ¿Están juntos de nuevo?

Su emoción, su esperanza... me hicieron añicos. No tenía idea del torbellino de emociones en el que me encontraba atrapada.

Abrí la boca, pero las palabras no salieron. Solo un silencio espeso, cargado de un dolor que no sabía cómo expresar.

—Blair... —su tono cambió de inmediato, la preocupación aferrándose a cada sílaba—. Blair, ¿qué pasa? ¿Estás bien?

Cerré los ojos con fuerza. No, no estaba bien. No lo había estado desde que James decidió irse, y mucho menos ahora.

—James... —intenté hablar, pero mi voz se quebró como un cristal estrellándose contra el suelo—. Se va a casar con Camille.

Un silencio pesado cayó sobre la línea, pero pude sentir su incredulidad incluso sin verla.

—¿Qué? —espetó, como si la palabra le quemara la lengua.

Me mordí el labio con fuerza antes de seguir.

—Quiere que la empresa de mi madre organice su boda.




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