—¡No, por favor! ¡Suéltalo, suéltalo! —grito.
Logro ponerme de pie con la poca fuerza que me queda. Mis piernas tiemblan, el medicamento sigue haciendo efecto; todo se mueve a mi alrededor. Tambaleo, pero junto valor y corro para empujarlo, liberando a Iván. Él llora mientras sangra por la boca. Lo pongo de pie y lo llevo hasta la puerta.
—Vete, anda con Axel —ordeno.
Sale sin dudarlo.
Volteo y un golpe me da de lleno en la cara. Caigo boca abajo, y una patada en el estómago me deja sin aire. La vista se me nubla por el dolor; las lágrimas me arden en los ojos.
—¿Creíste que sería así de fácil? —escupe la bestia mientras me agarra de los pies. Pataleo con desesperación hasta que mi pie golpea sus genitales. Cae gritando.
Me arrastro y alcanzo el cuchillo que está a mi derecha. Me incorporo tambaleando y me sostengo de la mesa. Apunto el arma hacia él.
Lo hago...
No lo hago...
Una figura aparece en la puerta. La imagen se aclara: es Iván.
—¡Voltéate! —le ordeno.
Él obedece. La bestia nota su presencia y se dispone a ir hacia él. Corro y siento cómo el filo se hunde en su pecho. Un grito desgarrador llena el lugar; el líquido caliente escurre por mis manos. Sujeta mis brazos, pero ejerzo más fuerza, penetrando aún más. Otro quejido.
Suelto el cuchillo y retrocedo. Él me mira con los ojos abiertos de par en par antes de caer al suelo. En el marco de la puerta, Axel observa, sorprendido. Me mira, sonríe intentando ocultar su nerviosismo.
—Llegó la ayuda, Amy —dice, evitando mirar el cuerpo.
—Ax, llévate a Iván. Voy enseguida.
Axel lo abraza y se marchan. Estoy por moverme cuando una mano agarra mi tobillo. Me congelo y miro hacia abajo.
—Aunque corran, ella los encontrará... No podrán huir de su propósito —susurra la bestia. Luego ríe, tose y me escupe sangre en la cara.
—¡No! —grito. Mis ojos se abren. La oscuridad me envuelve y suelto un suspiro de alivio. Miro hacia la ventana; las luces se encienden y Axel e Iván entran corriendo.
—Amy, ¿estás bien? —pregunta Axel. Asiento.
Iván se sienta al otro lado de la cama, Axel frente a mí.
—Otra vez la pesadilla —dice Iván. Asiento.
—Soy una asesina —murmuro.
Ellos se miran.
—Jamás digas eso. Nos salvaste, y estamos vivos gracias a ti —responde Iván.
—Recuerda lo que el oficial nos dijo ese día —añade Axel.
La imagen de aquel momento me golpea:
El oficial, pálido, regresa de la casa. Abrazo a mis hermanos, que tiemblan a mi lado.
—Hiciste lo que tenías que hacer para que sobrevivan —dice él, antes de hablar por radio. Llegan más patrullas. Entre ellas, cuatro mujeres nos escoltan. Suben a mis hermanos a un auto.
—Necesitamos tus declaraciones. ¿Podrías ir en otra patrulla? —pregunta una, notando mi inseguridad—. Ellos irán al hospital; apenas terminemos, te llevaremos con ellos.
Otra oficial se acerca y le susurra algo al oído. Se queda congelada, me mira.
—Entra con tus hermanos —dice al final, con amabilidad, y se marcha.
En el auto, la otra mujer me mira por el retrovisor.
—Todo estará bien. Lo peor ya pasó. Están vivos, y eso es lo que importa.
Él mueve su mano frente a mis ojos para sacarme del bloqueo. Axel tiene razón
—Trata de no pensarlo mucho, ¿sí? —dice. Asiento.
Veo a Iván, tan preocupado, y le acaricio el cabello antes de abrazarlo.
—Te amamos, Amy —susurra. Luego Axel se une al abrazo.
Ambos intentan no llorar; yo tampoco lo consigo.
—¿Qué es esto? —sonrío entre lágrimas—. Se supone que yo debo animarlos, y ustedes me están consolando.
—Podrás ser mayor, pero en realidad eres una niña —bromea Iván.
—¿Niña? —arqueo una ceja. Ellos asienten—. Ya quisieran, niños —respondo fingiendo molestia.
—Ya que estamos despiertos, ¿vemos películas? —dice Axel con tono infantil.
—Bien, sí quiero —respondo emocionada.
—Voy a hacer las palomitas —dice Iván, y se va con Axel.
Mi nombre es Amanda. Sí, solo Amanda. No tengo apellidos, o mejor dicho, no tenemos. Tengo 27 años; Axel tiene 21 e Iván, 20. Nacimos en la Gran Ciudad, y el paradero de nuestros padres es desconocido. No recordamos nada de ellos ni sentimos la necesidad de buscarlos. Ya nos acostumbramos. Yo soy pintora callejera, Axel es payaso e Iván vende periódicos. Ganamos poco, pero lo suficiente para vivir honradamente. Vivimos bajo el techo de doña Marta, una lavandera que nos encontró y nos dio amor, comida y un hogar.