Capítulo 1: Un día más
Un día más que se repite, uno tras otro, uno tras otro. A veces quisiera tener un control remoto que me permita adelantar el tiempo, a veces…
Suena el despertador, abro los ojos de golpe y en medio de la oscuridad muevo a tientas la mano en mi mesita de noche. Tomo mi móvil y reviso las notificaciones ahogando un bostezo, solo tengo mensajes de mi padre. Una vez más él me pide dinero, al parecer esta vez tiene que cambiar las tuberías de su casa.
El cuerpo me pesa, no quiero levantarme, pero debo hacerlo. O al menos eso me repito para lograr poner un pie fuera de la cama. Hago algunos estiramientos y me voy directo a la ducha. Lo que mejor me viene para despertarme al 100% es un baño de agua fría. Tengo que ser rápida porque mi jornada laboral inicia a las 07:00 am.
Trabajo en una empresa de limpieza, se trata de una compañía reconocida que brinda sus servicios tanto a otras organizaciones como a particulares. Yo suelo trabajar con oficinas y no me desagrada del todo. En ocasiones si no hay personal, suelo escuchar música y el oficio se me hace más ameno.
Sin embargo, hoy es uno de esos días en los que parece que las cosas no van a ir bien. De entrada, caigo en cuenta de que olvidé comprar café y no tengo nada que me provoque para el desayuno. Por si eso fuese poco, al verme en el espejo noto que se manifestó en mi cara la alergia que me sale por el estrés —cuando apenas inicia el día— y mi cabello se sigue cayendo como si de una cascada se tratase.
En los últimos meses cada hebra ha estado más delgada que de costumbre, además de reseca. No lo sé, tengo la sensación de que a medida que envejezco es como si me apagase. Estar en mis 31 me recuerda que hay un reloj con marcha atrás, casi puedo escuchar el tic, tac, tic, tac.
Intento hacer algo por mi aspecto, aunque al final termino recogiéndome el pelo y aplicándome protector solar. Lo mismo de siempre y salgo de casa con paso apresurado. La mañana transcurre con una lentitud sumisa y mi estómago soltando rugidos. Aun así, resisto. No es la primera vez en la que no desayuno, de hecho, de vez en cuando intento hacer ayuno intermitente con la ilusión de que desaparezca esa grasita de más.
Al momento de desplazarme para el siguiente cliente de limpieza, paso por una cafetería para aprovechar mis 30 minutos oficiales de descanso y comer algo rápido. Pido unas tostadas de atún con un café con leche. Intento no mirar el reloj en mis breves minutos libres, intento no preocuparme. Aunque ‘preocupación’ es mi segundo nombre.
Al pagar, salgo de la cafetería y me quedo perpleja al dar un repaso por el estacionamiento. No tengo que ser muy observadora para caer en cuenta de que mi auto no está. «¿Dónde está? ¿Vine en auto? Por supuesto que vine en auto. Lo dejé estacionado».
Busco las llaves en mi bolso… No están. «¿Dónde están? ¿Será que las dejé en el coche? ¿Se me habrá caído? ¿Alguien las habrá robado?» Mis latidos se aceleran y creo que me comenzará a doler la cabeza.
—Disculpe, creo que me robaron mi auto. —le digo al dependiente de la cafetería.
—¿Cree que le robaron el auto? —repite como si yo hubiese hablado en alemán.
—Sí, lo dejé estacionado afuera y ahora no está.
El joven me mira como si no comprendiese nada en absoluto.
—¿Y qué puedo hacer yo por usted?
—No lo sé —espeto —quizá mirar las cámaras de seguridad, porque asumo que tienen cámaras afuera ¿Cierto? Así se podría llamar al responsable y…
—Lo primero que debería hacer sería llamar a la policía. No nos hacemos responsables con lo que suceda fuera del establecimiento.
—Pero…
—Tengo clientes esperando, si no va a consumir algo más ¿Sería tan amable de esperar afuera por favor?
Me quedo de piedra, detrás de mí hay una fila de personas y a nadie le importan ni yo ni mis problemas. Salgo del lugar hurgando en mi bolso como si así la llave fuese a aparecer mágicamente. La policía aparece 30 minutos más tarde y toman mi denuncia comprometiéndose a llamarme en cuanto tengan noticias.
Yo avisé a mi jefa que no podría llegar a la siguiente oficina y me ofreció cambiarlo por un turno de la noche.
—Son unos clientes a los cuales les limpiamos por la noche, desde las 19:00 hasta las 22:00. ¿Te envío la dirección? —Inquirió Irene.
—Sí, sin problema —respondí, mientras en mi mente me veía teniendo que tomar la bicicleta. Si intentaba ver el lado positivo aquello podía ser un poco de cardio, el lado negativo era que me habían robado mi auto en mis putas narices, un coche que aún estaba pagando.
Las lágrimas se acumulan en mis ojos. La impotencia, la ira. Miro mi móvil, los mensajes de mi padre pidiendo más dinero, los adeudos de las suscripciones que tenía que pagar, los cargos de las mensualidades de la universidad de mi sobrina y mi cuenta bancaria con menos de 60 euros cuando falta una semana entera para que acabe el mes.
Tomo aire y busco en Google Maps la parada más cercana para tomar un bus hasta mi casa. Tengo dos años y medio en España y sigo perdiéndome entre sus callejones. Tengo un pésimo sentido de la orientación y no puedo moverme de un lado a otro sin un GPS guiándome.