Capítulo2: Tempestad
Contemplo el abismo como si nunca lo hubiese mirado antes y al hacerlo, noto que me devuelve la mirada.
La brisa golpea mi cara tras cada pedaleada. O no estoy en forma o tras tanto tiempo sin usar la bici cada movimiento me agota. Además, el clima está denso, me encuentro sudando, pero a la vez tengo frio. Cuando llego al sitio suelto una exclamación al mirar la casa, aquella vivienda es enorme. ¡Es gigante!
La fachada blanca está impoluta, los ventanales son tan altos que me pregunto cómo voy a limpiarlos. Aunque llevo uniforme, siento vergüenza por mi aspecto. Si hubiese sabido que el sitio sería tan Fancy, habría planchado mi camisa. De todas formas ¿A quién le importa? Los clientes nunca suelen fijarse en mí, para ellos soy como una especie de mosca en la pared. Bueno, quizá una mosca sería exagerar demasiado, para ellos vendría siendo una mota de polvo.
Toco el timbre que está al lado de la reja que me separa de aquella mansión. El lugar es impresionante, tiene árboles alrededor y una fuente en todo el centro. De seguro tiene un patio enorme con una piscina del tamaño de una cancha de futbol. ¿En tan poco tiempo podré limpiarlo todo? Será imposible.
Nadie dice nada, tan solo la reja se abre de par en par y yo ingreso. Dejo mi bici aparcada cerca de los escalones de la vivienda y de nuevo me topo con una puerta que me espera abierta. La casa parece estar desierta, mis ojos intentan recorrerlo todo en pocos segundos.
—No esperaba que fuese tan joven —suelta una mujer desde lo alto de las escaleras.
Trago saliva y me quito un mechón de cabello de la cara.
—Tuve un cambio de turno, me robaron el coche —comento como si fuese lo más normal del mundo.
—No me sorprende en este país, cada vez vienen más inmigrantes —espeta ella con dureza y yo no me molesto en responder. De seguro no será el primer ni el último comentario que escuche sobre la inmigración. La xenofobia abunda, aunque intenten acallarla todo el rato. —Empieza por la cocina, todos los artículos de limpieza los tendrás en la habitación contigua.
Miro a la derecha y luego a la izquierda. Creo que ella nota mi inquietud porque añade:
—La cocina está a tu izquierda. Por favor no hagas ruido, al señor Himmel le gusta el silencio.
Asiento y camino hacia la izquierda. Me siento observada por la mujer en lo alto de la escalera así que intento permanecer erguida. Encuentro la cocina sin demasiada dificultad y tomo aire cuando veo lo enorme que es, podría decir que casi casi es más grande que mi piso.
No sé qué voy a limpiar porque todo está impoluto. Es la primera vez que me toca una vivienda tan perfecta, así que me pregunto por dónde empezar. Me decido por los armarios y tomo los utensilios que requiero para ello. Los minutos pasan y a través de la ventana veo que el cielo se oscurece con demasiada facilidad, me sorprendo cuando escucho un trueno.
Una tormenta se acerca. Lo peor es que no puedo permitirme un taxi, me sacarán un ojo de la cara y mi despensa está vacía. Tendría que elegir entre comer o llegar sana y salva a casa.
«Espero que no llueva», me digo en un intento por relajarme y continuo con la faena, aunque mi móvil vibrando en mi pantalón me distrae. «¿Habrá cámaras?», miro el artefacto rápidamente y veo que mi sobrina me está llamando. Ella nunca llama a no ser que sea algo urgente.
—¿Sí? —contesto en voz baja —estoy trabajando.
Escucho un quejido, está llorando.
—Tía —espeta con la voz quebrada.
—¿Qué pasa Natty? No me asustes.
—Te llamo a ti porque no sé con quién hablarlo. Mi mamá me matará.
—¿Qué sucede? —inquiero temiéndome lo peor.
—Estoy embarazada, yo… Ha sido un error, no sé qué hacer ahora y…
La noticia me golpea en el pecho, de verdad noto el impacto. Quizá sea egoísta decir que pienso en mí, en todo lo que me he sacrificado para pagar la inscripción en una universidad carísima, en el dinero que le he enviado para los trabajos, la comida, la ropa… ¿Y ella se embaraza?
—Natalia si lo que tienes son 18 años —reclamo —¿Cómo has podido? ¿No te protegiste?
—Yo, yo…
—Mira no puedo hablar ahora, te llamo en cuanto llegue a casa ¿Ok? Mientras tanto tranquilízate, que con llorar no ganas nada.
Me resulta curioso decir aquello cuando yo pasé la tarde llorando, pero la vida es así, supongo. Cuelgo el teléfono y retomo la limpieza con manos temblorosas. Se avecina una tormenta literal y metafóricamente hablando.
No sé en qué momento, me quedo mirando por la ventana, mis ojos están perdidos en el cielo, es como mirar hacia el abismo. Una inmensa tristeza me abraza, tristeza por los sueños rotos, las desilusiones, los trajines del día a día, las frustraciones.
—Se avecina una tormenta —escucho que dice alguien detrás de mí. Se trata de una voz un tanto ronca, áspera, pero de cierto modo reconfortante.
Regreso al mundo real y me giro.
—Justo eso pensaba —digo demasiado rápido y se me seca la garganta cuando evalúo al hombre ante mí. Es, es… perfecto.
Él mira su reloj y luego sus pozos oscuros recaen en mí.
—Soy Liam Himmel, un gusto. ¿Sabes qué le ha pasado a Ana?
—¿Ana?
—Tu compañera, la mujer que suele venir para la limpieza, me gusta cómo trabaja.
—No la conozco, la compañía es bastante grande.
—Entiendo, ¿Cuál es tu nombre?
—¿Mi nombre? — Había perdido el habla. De seguro le debo parecer idiota, pero me desconcentra su atractivo y de paso no estoy acostumbrada al interés de los clientes.
—Sí, ¿Cómo te llamas?
—Cecilia, Cecilia Rodríguez.
—Bonito nombre, aunque un tanto trágico.
—¿Trágico?
—La historia ha demostrado que las Cecilias están marcadas por la desgracia. —Himmel se pasea por la cocina y suelta más detalles —Santa Cecilia, por ejemplo, es conocida como la patrona de la música para los cristianos y fue una mártir que continuó tocando el órgano a pesar de que la torturaban.