Capítulo 3: Paraíso
A veces hay momentos en la vida que me llevan a creer que existe la magia. ¿Será posible?
Abro la boca para decir algo, pero no salen las palabras. Lo miro como si no existiese, como si nada fuese real, y él retrocede y me muestra las palmas de las manos.
—Espero que no te parezca un atrevimiento, solo me preocupa tu seguridad.
«¿Alguien se había preocupado por mi seguridad antes?», me conmuevo y quizá sucede muy fácilmente, pero en serio me conmueve que un desconocido se preocupe por mí. Tanto así que mi corazón está acelerado, continuo sin emitir sonido alguno y lo más probable es que tenga en este momento cara de tonta.
—Le diré a María que te prepare una habitación —añade rápido y sale de la cocina. Cuando lo veo alejarse tomo todo el aire que puedo de una sola bocanada y miro por la ventana. La lluvia es tan torrencial que sería imposible marcharme, pero me preocupa que me despidan. ¿Esto no sería un exceso de confianza? ¿De verdad aceptaré dormir en casa de un ricachón desconocido? ¿Y si es un pervertido? ¿Y si es una trampa?
—Claro, una trampa y contrató a la lluvia para que te impidiese salir —me digo por lo bajo. Suelto la risa y recuerdo lo atractivo que es Himmel. ¿Estará soltero? Ni siquiera sé porque estoy pensando estas cosas, hacía siglos que no me preguntaba por el estado civil de un hombre. Al menos divagar sobre estas cuestiones me desconecta de mi realidad.
Estoy en el mismo lugar cuando María, la mujer que me recibió de no muy buenas formas se acerca con desdén. Suelta un suspiro antes de hablar.
—El señor me ha dicho que te quedarás con nosotros —anuncia evaluándome de arriba abajo —Le dije que podíamos pedirte un taxi, pero se negó. Dice que no hay que exponer a nadie a este clima, es un santo.
—Podría esperar a que dejase de llover y…
—Ya qué, órdenes son órdenes. Sígueme.
Sigo a María por pasillos que se me hacen interminables, subimos las escaleras y nos perdemos un poco más dentro de aquel laberinto, hasta que por fin damos con una puerta que ella abre. Evito abrir la boca con sorpresa cuando miro la habitación. Parece una suite de lujo, uno de esos sitios que alguien sube a Airbnb que sabes que no podrás pagar.
La cama es enorme, tiene unas sábanas que son de algodón egipcio o de algún material de gran calidad. Hay un ventanal amplio que da hacia un jardín apoteósico y…
—Puedes ponerte cómoda, hay utensilios de aseo personal y toallas limpias en el armario. Lo que no tenemos es ropa, pero puedo echar a lavar lo que llevas puesto si quieres. Te traeré la cena en unos minutos.
—No es necesario, gracias. No necesito tantas atenciones yo…
—Ya te he dicho que son órdenes. Si necesitas cualquier cosa tú dímelo.
Y sin añadir más, María me deja en aquella habitación de ensueño. Cierro la puerta tras de mí y me dedico por largos minutos a inspeccionar cada detalle. El suelo es de una madera maciza y bien pulida, las sábanas son tan suaves que me invitan a cerrar los ojos y… ¡Hay tantas almohadas que podría construirme una casa con ellas!
Me acerco hasta el baño y suelto un silbido. ¡Vaya bañera! Es enorme, allí entran cuatro personas seguro. El diseño es como si fuese una bañera antigua, pero al mismo tiempo muy costosa. Hay un montón de productos, sales de baño, velas aromáticas, diferentes marcas de shampoos. ¿Acaso he muerto y este es el paraíso?
Tomo mi móvil y lo apago. Voy a desconectar, voy a concentrarme en mí misma y en el momento presente. ¿Cuándo me lo he permitido? Abro el grifo y espero que la bañera se llene. Me desnudo y tomo una caja de cerillas para encender las velas. No sé por qué, pero los ojos se me inundan en lágrimas. Bueno, la verdad es que sí sé por qué, pero no quiero ahondar en eso.
Mojo y mis pies y configuro la temperatura del agua. Arrojo las sales y remuevo maravillándome con la espuma. Este podría ser considerado como uno de los momentos más plenos de mi vida. ¿Seré yo la única que se alegra tanto con solo tomar un baño en condiciones?
No sé cuánto tiempo paso sumergida en aquel paraíso, solo sé que cuando me cubro con la toalla veo una bandeja sobre la mesa del rincón de la sala de estar. Busco de derecha a izquierda a María, pero estoy sola en la habitación. Recorro las paredes por si hubiese alguna cámara, no me creo que tanta maravilla pueda ser cierta y eso me inquieta.
«¿Por qué te cuesta tanto confiar Cecilia? Tan solo disfruta».
—Disfruta —me digo y voy hasta la bandeja. —Madre de Dios —exclamo y me llevo una fresa a la boca. Está espolvoreada con azúcar glas.
El plato principal es un filete de carne con apariencia jugosa y tierna. Está acompañado por una porción de puré de patatas trufado y vegetales con una salsa de miel. El olor es exquisito y aunque pensaba que no tenía hambre empiezo a devorar todo aquello como poseída. Cierro los ojos cuando mastico la carne que se deshace en mi boca. Creo que tiene tomillo, una pizca de sal y pimienta.
Pruebo a remojar la carne en el puré y… Gimo extasiada. Quiero llorar de nuevo, pero esta vez de placer. De verdad que los ricos comen como dioses, si yo pudiese permitirme cenas así todos los días mis problemas quedarían diminutos.
Tomo la copa con un vino oscuro que me llama y la muevo como hacen en las películas. Huelo el líquido en un intento por ser glamurosa y luego pruebo un sorbo. Está bien, de primeras amargo y luego un poco dulce. ¿Será muy costoso? Termino aquel festín y exploro un poco más la habitación. Me llama la atención una estantería con libros, no la había detallado antes. Hay clásicos de la literatura y también otras obras más modernas.
Estoy por decidirme por alguno para empezar a leer cuando un sonido me desconcierta, se escucha un piano. El ritmo es melancólico, pero a la vez enérgico, no podría definirlo y nunca había escuchado esa melodía antes, aunque he de confesar que no soy de escuchar música clásica, mis pies se mueven solos. Me pongo de nuevo mi ropa y camino decidida en dirección hacia donde me lleve el sonido.