Capítulo 4: Notas musicales
Y la música suena cantándole al alma y a los corazones.
Avanzo por un pasillo repleto de puertas hasta que termino en lo que parece ser un amplio salón. Hay enormes ventanales de derecha a izquierda y en el centro un piano negro enorme e imponente. Él lo acaricia con maestría, lo contemplo en silencio mientras sus dedos se mueven con extrema habilidad. Cada nota inunda mi pecho, es como si la melodía me hablase, como si me llamase.
No sé cuánto tiempo permanezco allí estática, pero de un momento a otro él se detiene y se gira hacia mí. No parece sorprendido al verme, pero sí extrañado. Como si regresase de un viaje muy largo y no reconociese su entorno.
—¿Llevas mucho rato allí? —inquiere con el rostro sereno.
—No lo sé —admito con la garganta seca.
Lo veo levantarse y avanzar hacia mí, lo hace despacio y con elegancia.
—¿Por qué lloras?
Toco mi cara y caigo en cuenta de que estaba llorando. Intento sonreír, pero supongo que tan solo hago una mueca.
—Me llamo Cecilia, mi vida está marcada por la desgracia.
Liam se ríe, cubre su boca avergonzado y me evalúa con la mirada.
—Espero que puedas cambiar tu destino.
Suelto un suspiro y bajo el rostro, «Si supiera», sin embargo, no pienso entretenerlo con las peripecias de mi vida incierta, así que me recuerdo que debo ser profesional.
—Perdona que te haya interrumpido, solo… Me sentí atraída por el sonido y…
—No te preocupes, de haber sabido que tendría público me habría esforzado más.
—¿Más? Pero si tocas increíble.
—Ven —dice y se gira en dirección al piano. Yo lo sigo sin pensarlo, creo que estoy levitando. Liam me hace espacio en el banco, tomo asiento a su lado y nuestras piernas se rozan. Él toma aire y comienza a tocar, esta vez con más ahínco, con una especie de fiereza y energía renovada.
El suelo vibra a mis pies, creo que se tambalea la habitación entera, así que me aferro a mi asiento conteniendo la respiración. Su sonido es sublime. Así toca, una melodía tras otra y supongo que pasan los minutos, pero no me importa. Solo me percato de lo tarde que se hace cuando ahogo un bostezo. Sus dedos se detienen.
—Lo siento, debes estar cansada y yo aquí aburriéndote.
—No, al contrario, me gusta mucho.
Nos miramos, estamos tan cerca, casi puedo sentir su aliento en mi cara. Lo noto sonrojarse, Liam se levanta y me da la espalda. Me deleito observando su espalda ancha y la curvatura de sus glúteos. Escribiéndolo así cualquiera pensará que soy una obscena, pero no puedo evitar contemplarlo.
—La tormenta se ha apaciguado —suelta sin más.
—Eso parece…
—No te quitaré más tiempo Cecilia, seguro querrás dormir.
Abro la boca para responder, pero guardo silencio. Tiene razón, debo dormir. Además, yo soy la que no quiere quitarle más tiempo. Después de tantas atenciones, considero que es un abuso hacerle tocar el piano para mí.
Liam hace una inclinación leve y se retira. Yo intento orientarme, recordarme dónde me encuentro y cómo llegar a mi habitación, así que avanzo analizando los pasos que di antes para llegar hasta mi puerta. Pasan varios minutos hasta que lo consigo. Una vez dentro, me dejo caer en la cama y rememoro a mi cliente. Su cabello azabache, esos ojos oscuros, esa mandíbula marcada.
«Dios». Y más allá de su atractivo físico, es… ¿Cómo decirlo? ¿Su aura? ¿Su esencia? En otras palabras, tiene ese algo que me hace desfallecer y sinceramente me aterra porque nunca había pensado de esta forma sobre alguien. ¿Quién diantres es esta persona?
Y con esa maraña de pensamientos, me duermo.
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La alarma de mi teléfono resuena y me levanto de un salto. Me siento con energía, fuerte, vigorosa. Es como si la noche anterior me hubiese llenado de fortaleza. Como no estoy en casa, me alisto tan rápido como puedo para iniciar con mi rutina, pero me detiene un SMS de mi jefa.
Irene Jefa: El cliente de ayer (Liam Himmel), requiere de tus servicios para todo el día de hoy. Me comentó que le gustó mucho tu trabajo, así que enhorabuena por eso. Por favor llega puntual, este cliente es muy importante.
Ni un “buenos días”, “¿Cómo estás?” Ni nada por el estilo. En ocasiones mi jefa parece olvidar lo que es la cordialidad. Cuando dejo de pensar en su falta de cortesía caigo en cuenta de que ¿HIMMEL ME QUIERE EN SU CASA? ¿Quiere que continue limpiando? ¿Pero limpiando qué si todo está limpio? ¿Será un pervertido? ¿Me asesinará en cuanto menos lo espere? ¿Tendrá un negocio de trata de personas?
Tomo aire y me calmo. Lo cierto es que el hombre es maravilloso y no ha dado muestras de ser un psicópata. Entonces… ¿Por qué estoy tan nerviosa? Corro hasta el baño y me observo en el espejo. Luzco más atractiva que de costumbre, creo que tengo un brillo especial en los ojos o quizá hoy me miro con ojos de amor. Aunque siempre me ha preocupado mi aspecto, no soy de preocuparme por lo que piensen los hombres. Y ahora estoy ansiosa por lo que pueda pensar él.
Me siento tonta, tengo otros problemas más importantes y no soy una adolescente. De hecho, el amor y el romance no es algo que me importe. O no está dentro de mis prioridades. Supongo que hay una gran mayoría que tiene miedo de estar sola o de no encontrar “su otra mitad”, pero yo he estado demasiado ocupada lidiando con la situación de mi país y el ‘ganar dinero’.
Entonces…
—Diablos, se me hace tarde —exclamo cuando veo la hora en mi móvil. Salgo a trompicones de la habitación y camino en busca de la cocina. «Baja las escaleras y a la derecha».
Una vez llego, me encuentro a María allí, quien con gesto solmene y cara de pocos amigos me anuncia que “el señor quiere desayunar conmigo”.